Banderas de la Unión Europea que ondean ante la sede de la Comisión Europea en Bruselas. EFE
Luxemburgo, a pesar de ser un país del tamaño de una gran capital europea, se ha convertido en el paradigma de esta tendencia. En sus elecciones legislativas, los cristianodemócratas pierden dos escaños y los socialistas tres escaños, suben los verdes (más tres escaños), grandes vencedores de esta contienda y la derecha nacionalista de la ARD (más un escaño).
En la Baviera alemana, la CSU ganó las elecciones con un 37,2% de los votos, pero perdió 10 puntos respecto a las elecciones de 2013, su peor resultado en los últimos 60 años. Por su parte, el SPD ha perdido la mitad de sus apoyos (del 20% al 9,7%), pasado de ser la segunda a la quinta fuerza.
En Hesse (Alemania), pese a ganar las elecciones, la CDU cae 11 puntos, pasando del 38,3% en 2013 al 27% actual. En la misma línea, el SPD ha pasado del 30,07% al 19,8%, también el peor resultado de los socialdemócratas en este estado federado desde la posguerra.
El abrazo del oso de la CDU y una Merkel de perfiles múltiples que ha impedido al SPD marcar contorno político propio, sigue desangrando al partido socialista más antiguo de Europa.
Mientras, los partidos de extrema derecha continúan en ascenso en Europa occidental, incluso en grandes países como Alemania o Italia. Por primera vez, Alternativa para Alemania (AfD) obtiene representación en los 16 estados federados alemanes después de entrar en el parlamento de Wiesbaden (Hesse) con un 13,1% y en el bávaro con un 10,2%. Y en la región italiana de Trentino-Alto Ádigio, la Liga del vicepresidente Salvini ganó las elecciones multiplicando por seis sus resultados anteriores hasta llegar casi al 50% del voto.
Pero, el que no se consuela es porque no quiere, también suben los Verdes, una fuerza progresista que articula un discurso pro europeo y pro inmigración claro y desacomplejado. En Hesse los verdes pasan del 11,1% al 19,8% y en Baviera doblan sus votos (del 8% al 17%). También obtuvieron buenos resultados el año pasado en Holanda, y su candidato se convirtió en el presidente de Austria.
En cambio, los partidos socialdemócratas europeos han pasado de representar el 40% de los votos en los años 90 y principios de los dos mil a caer al 20%, y a veces por debajo, durante los últimos cinco años. Actualmente, incluso este porcentaje está en peligro. Y eso, sin fijarnos en sus preocupantes resultados en el Este de Europa, si bien los ultraconservadores polacos acusan el desgaste, perdiendo el control de las grandes ciudades como Varsovia o Cracovia, pero no necesariamente en beneficio de la izquierda.
Las causas de la pérdida de apoyo de los socialdemócratas en toda Europa son múltiples y varían de un país a otro. Pero se pueden identificar algunos rasgos comunes.
En los últimos años se ha roto el contrato social europeo. Los efectos de la globalización, la revolución tecnológica y la liberalización en la UE, en aras a facilitar la libre competencia y crear un mercado único, han llevado a muchos ciudadanos europeos a concluir que sus hijos tendrán menos oportunidades de las que ellos tuvieron.
A los ojos de una parte grande de la ciudadanía, los partidos tradicionales no han sido capaces de desarrollar un modelo que les proteja de los efectos nocivos de la globalización. El resultado ha sido un aumento del nacionalismo y del extremismo. Los perdedores de la globalización, sintiéndose desamparados y abandonados, han buscado la protección de las fuerzas que abogan por un repliegue en lo que mejor conocen: el Estado nación.
Frente a la tentación de copiar a los extremistas o forjar grandes coaliciones nacionales a la alemana, cabe constatar que es posible ganar elecciones desde posiciones europeístas buscando formar sociedades abiertas y a la vez cohesionadas, que es por cierto lo que defiende el Gobierno socialista español. Otra pista nos la puede dar el partido del empresario Köllensperger en Bolzano (Tirol del sur), que consiguió la segunda posición con una plataforma pro-europea en la que ha presentado a la UE como garantía de bienestar y libertad frente a los ataques de los nacionalismos.
Partiendo de estas dinámicas electorales a nivel nacional y regional, cabe preguntarse por su traslación a las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2019.
De acuerdo con las últimas proyecciones examinadas por la Fundacion Delors-Notre Europe, y en consonancia con lo expuesto, los democristianos, con 178 escaños, y los socialdemócratas, con 137, perderían apoyos y, por primera vez, dejarían de sumar la mayoría absoluta de los escaños, que en el nuevo Parlamento será de 353. Los socialistas, a pesar de previsibles subidas en España y Portugal, acusan la salida del laborismo británico y la debilidad de los partidos en Francia e Italia. Pero seguirían siendo la segunda fuerza política europea.
La Alianza de los Liberales y Demócratas se acercaría a los cien escaños si logran sumar al partido de Macron, mientras que Verdes y la Izquierda Unitaria como mínimo se mantendrían cada uno en sus 50 escaños actuales.
Si fuera así, se mantendría la actual mayoría pro-europea, pero será necesario construir una coalición parlamentaria más amplia para elegir al próximo presidente de la Comisión y sacar adelante su programa legislativo, con las complicaciones que conlleva poner de acuerdo a tres o cuatro partidos.
En cambio, frente a algunos pronósticos catastrofistas que se han venido oyendo, al igual que sucedió en 2014, los eurófobos y euroescépticos, que no son la misma cosa y que hoy están repartidos en tres grupos distintos, pasarían solamente de 151 a 160 escaños.
Solo en el improbable caso de que se pusieran de acuerdo movimientos tan heterogéneos como las derechas pro rusas de Occidente con las anti Putin de Oriente, el Movimiento 5 Estrellas italiano con la ultraderecha alemana y los conservadores nórdicos, y Orban saliera del Partido Popular Europeo, cabría imaginar un único grupo nacionalista que alcanzara estatus de segunda fuerza, aunque quedaría aislado por todos los demás.
Pero no hay que confiarse, porque estos partidos sin duda aumentarán su influencia, y sobre todo en el Consejo por su llegada a algunos gobiernos nacionales. Por lo que para combatir eficazmente los nacional populismos, tenemos que hacer que Europa sea popular. Para ello es imprescindible reforzar su dimensión social y cultural. La UE debe de ser percibida como el más poderoso instrumento para construir una sociedad europea fuerte en su unidad, que le permita pesar en la gobernanza de la globalización. Solo así conjuraremos los recurrentes fantasmas nacionalistas del pasado, cuyo infausto legado acabamos de recordar a propósito del Centenario del fin de la Primera Guerra Mundial.
JOSEP BORRELL* Vía EL MUNDO
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*Josep Borrell es ministro de Asuntos Exteriores.
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