En un editorial reciente aparecido en el prestigioso diario argentino La Nación, se afirma que “la religión católica y el entramado entre la jerarquía eclesial y los factores de poder son señalados por [Loris] Zanatta como una causa explicativa del corporativismo, el estatismo y el proteccionismo.
En definitiva, de la regresión y de la decadencia económica. No pueden desconocerse las reservas que la Iglesia ha manifestado hacia el capitalismo, desde León XIII en la Rerum novarum hasta el papa Francisco en Laudato si’”.
El editorial se titula “La Iglesia y el anticapitalismo argentino” y hace referencia a un artículo del historiador italiano aparecido en el mismo diario bajo el título “La epopeya que necesita el capitalismo latinoamericano”.
Conviene precisar, en primer lugar, que las afirmaciones de Zanatta son de él y no del editorial. No obstante, inmediatamente a la referencia al pensamiento de Zanatta, se afirma que “no pueden desconocerse las reservas que la Iglesia ha manifestado hacia el capitalismo, desde León XIII en la Rerum novarumhasta el papa Francisco en Laudato si’”, como fue citado arriba.
Se menciona un arco de tiempo que va desde la Rerum novarum de León XIII (1891) hasta la Laudato si’ de Francisco (2015). Veamos, en razón de la brevedad, algunos textos magisteriales que se refieren a la vida económica y, en particular, al capitalismo y al liberalismo y cómo respecto del fenómeno moderno del capitalismo no hay condena alguna –en todo caso, se lo enmarca éticamente– pero sí respecto de liberalismo económico –ante el que sí se presentan reservas–.
León XIII en Rerum novarum (15 de mayo de 1891), a propósito de la situación obrera, señala que “es difícil realmente determinar los derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas”. Sin embargo, “vemos claramente, cosa en que todos convienen, que es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa” (RN, 1).
Es decir, lo que se condena es el liberalismo económico, no el capitalismo.
Pío XI en Quadragesimo Anno (15 de mayo de 1931) enseña que “el Pontífice [León XIII] (…) fundado exclusivamente en los inmutables principios derivados de la recta razón y del tesoro de la revelación divina, indicó y proclamó con toda firmeza y "como teniendo potestad" (Mt 7,29) «los derechos y deberes a que han de atenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo» (Rerum novarum, 1), así como también lo que corresponde hacer a la Iglesia, a los poderes públicos y a los mismos interesados directamente en el problema”.
Es decir, el capitalismo
no es intrínsecamente perverso ni nada parecido, lo que no obsta para
recordar los deberes y los derechos tanto de “los que aportan el capital y los que ponen el trabajo” (QA, 11). Además, Pío XI resalta que “es
absolutamente falso atribuir únicamente al capital o únicamente al
trabajo lo que es resultado de la efectividad unida de los dos, y
totalmente injusto que uno de ellos, negada la eficacia del otro, trate
de arrogarse para sí todo lo que hay en el efecto” (QA, 53).
También observa que la economía capitalista “no
es condenable por sí misma. Y realmente no es viciosa por naturaleza,
sino que viola el recto orden sólo cuando el capital abusa de los
obreros y de la clase proletaria con la finalidad y de tal forma que los
negocios e incluso toda la economía se plieguen a su exclusiva voluntad
y provecho, sin tener en cuenta para nada ni la dignidad humana de los
trabajadores, ni el carácter social de la economía, ni aun siquiera la
misma justicia social y bien común” (QA, 101).
Más claro, échele agua, querido amigo.
Juan XIII, en Mater et Magistra (15 de mayo de 1961), recuerda la sentencia de Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno: «Es completamente falso atribuir sólo al capital, o sólo al trabajo, lo que es resultado conjunto de la eficaz cooperación de ambos; y es totalmente injusto que el capital o el trabajo, negando todo derecho a la otra parte, se apropie la totalidad del beneficio económico» (QA, 53)” (MM, 76).
Pablo VI en Populorum progressio (26 de marzo de 1967) observa que “si es verdadero que un cierto capitalismo ha sido la causa de muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos duran todavía, sería injusto que se atribuyera a la industrialización misma los males que son debidos al nefasto sistema que la acompaña. Por el contrario, es justo reconocer la aportación irremplazable de la organización del trabajo y del progreso industrial a la obra del desarrollo” (PP, 26).
Es decir, si se trata de “un cierto capitalismo”, no se trata del capitalismo en sí mismo considerado. En realidad, el magisterio de la Iglesia reprueba el liberalismo económico.
El mismo Pablo VI en Octogesima adveniens (14 de mayo de 1971) afirma que “hay que mantener y desarrollar la iniciativa personal” en la vida económica. No obstante, los partidarios del liberalismo “querrían un modelo nuevo, más adaptado a las condiciones actuales, olvidando fácilmente que en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del ser individual en su actividad, sus motivaciones, el ejercicio de su libertad. Por todo ello, la ideología liberal requiere también, por parte de cada cristiano o cristiana, un atento discernimiento” (OA, 35).
Nuevamente, una cosa es el capitalismo al que la Iglesia no condena y otra el liberalismo económico al que sí condena. Y, no dicho precisamente de paso, deja una advertencia a los grupos cristianos que “idealizan” el liberalismo.
Juan Pablo II en Laborem exercens (14 de septiembre de 1981) afirma que “se ve claramente que no se puede separar el «capital» del trabajo, y que de ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el capital al trabajo, ni menos aún (…) los hombres concretos, que están detrás de estos conceptos, los unos a los otros” (LE, 13).
Nuevamente: más claro, échele agua, amigo.
El mismo Juan Pablo II en Centesimus annus (1 de mayo de 1991), en un texto fundamental y esclarecedor sobre la cuestión bajo examen, señala que “si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa” (CA, 42).
Por tercera vez, querido amigo: más claro, échele agua.
De la lectura atenta de los documentos de la Doctrina Social se sigue, entonces, que la Iglesia no tiene reservas respecto al capitalismo sino, y con las aclaraciones del caso, al “liberalismo económico”.
No obstante otras consideraciones que podrían hacerse sobre la versión historiográfica de la vida nacional argentina que se sostiene en el editorial, lo importante de resaltar ahora y más directamente relacionado con la Doctrina Social de la Iglesia es que los pronunciamientos que formulan las conferencias episcopales tienen tanto valor como su conformidad con la enseñanza constante del magisterio eclesial universal y en comunión con el Sumo Pontífice. Esto viene a cuento de los Documentos finales de Medellín (1968), el Documento de Puebla (1978) y el de Aparecida (2007) a los que alude el mencionado editorial. Abundan los textos anteriormente citados para sacar conclusiones.
Por último, pero no menos importante. Aunque resulte obvio, se vuelve necesario aclarar que las posiciones a título personal de los papas no son el magisterio oficial de la Iglesia. Dicho esto a propósito del “pobrismo” real o imaginario al que se refiere el editorial y que caracteriza como “la exaltación de los pobres” y como un “enfoque clasista” que se sintetizaría en “pobres vs. ricos y poder económico”.
Más claro, échele agua, querido amigo.
Juan XIII, en Mater et Magistra (15 de mayo de 1961), recuerda la sentencia de Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno: «Es completamente falso atribuir sólo al capital, o sólo al trabajo, lo que es resultado conjunto de la eficaz cooperación de ambos; y es totalmente injusto que el capital o el trabajo, negando todo derecho a la otra parte, se apropie la totalidad del beneficio económico» (QA, 53)” (MM, 76).
Pablo VI en Populorum progressio (26 de marzo de 1967) observa que “si es verdadero que un cierto capitalismo ha sido la causa de muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos duran todavía, sería injusto que se atribuyera a la industrialización misma los males que son debidos al nefasto sistema que la acompaña. Por el contrario, es justo reconocer la aportación irremplazable de la organización del trabajo y del progreso industrial a la obra del desarrollo” (PP, 26).
Es decir, si se trata de “un cierto capitalismo”, no se trata del capitalismo en sí mismo considerado. En realidad, el magisterio de la Iglesia reprueba el liberalismo económico.
El mismo Pablo VI en Octogesima adveniens (14 de mayo de 1971) afirma que “hay que mantener y desarrollar la iniciativa personal” en la vida económica. No obstante, los partidarios del liberalismo “querrían un modelo nuevo, más adaptado a las condiciones actuales, olvidando fácilmente que en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del ser individual en su actividad, sus motivaciones, el ejercicio de su libertad. Por todo ello, la ideología liberal requiere también, por parte de cada cristiano o cristiana, un atento discernimiento” (OA, 35).
Nuevamente, una cosa es el capitalismo al que la Iglesia no condena y otra el liberalismo económico al que sí condena. Y, no dicho precisamente de paso, deja una advertencia a los grupos cristianos que “idealizan” el liberalismo.
Juan Pablo II en Laborem exercens (14 de septiembre de 1981) afirma que “se ve claramente que no se puede separar el «capital» del trabajo, y que de ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el capital al trabajo, ni menos aún (…) los hombres concretos, que están detrás de estos conceptos, los unos a los otros” (LE, 13).
Nuevamente: más claro, échele agua, amigo.
El mismo Juan Pablo II en Centesimus annus (1 de mayo de 1991), en un texto fundamental y esclarecedor sobre la cuestión bajo examen, señala que “si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa” (CA, 42).
Por tercera vez, querido amigo: más claro, échele agua.
De la lectura atenta de los documentos de la Doctrina Social se sigue, entonces, que la Iglesia no tiene reservas respecto al capitalismo sino, y con las aclaraciones del caso, al “liberalismo económico”.
No obstante otras consideraciones que podrían hacerse sobre la versión historiográfica de la vida nacional argentina que se sostiene en el editorial, lo importante de resaltar ahora y más directamente relacionado con la Doctrina Social de la Iglesia es que los pronunciamientos que formulan las conferencias episcopales tienen tanto valor como su conformidad con la enseñanza constante del magisterio eclesial universal y en comunión con el Sumo Pontífice. Esto viene a cuento de los Documentos finales de Medellín (1968), el Documento de Puebla (1978) y el de Aparecida (2007) a los que alude el mencionado editorial. Abundan los textos anteriormente citados para sacar conclusiones.
Por último, pero no menos importante. Aunque resulte obvio, se vuelve necesario aclarar que las posiciones a título personal de los papas no son el magisterio oficial de la Iglesia. Dicho esto a propósito del “pobrismo” real o imaginario al que se refiere el editorial y que caracteriza como “la exaltación de los pobres” y como un “enfoque clasista” que se sintetizaría en “pobres vs. ricos y poder económico”.
Vaya este texto
magisterial de León XIII en respuesta al “pobrismo” –que, por cierto, y
quedó suficientemente claro, no es magisterio de la Iglesia–: “Es mal
capital, en la cuestión que estamos tratando, suponer que una clase
social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza
hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente
en un perpetuo duelo. Es esto tan ajeno a la razón y a la verdad, que,
por el contrario, es lo más cierto que como en el cuerpo se ensamblan
entre sí miembros diversos, de donde surge aquella proporcionada
disposición que justamente se podría llamar armonía, así ha dispuesto la
naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden
armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se
necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni
el trabajo sin el capital. El acuerdo engendra la belleza y el orden de
las cosas; por el contrario, de la persistencia de la lucha tiene que
derivarse necesariamente la confusión juntamente con un bárbaro
salvajismo” (RN, 14).
Germán Masserdotti
Vía Religión en Libertad
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