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domingo, 25 de noviembre de 2018

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE ESPAÑA

El ninguneo del que hemos sido objeto a costa de Gibraltar es un síntoma más de la insoportable levedad de España, causada por gobernantes que no merecemos

Pedro Sánchez junto con la primera ministra británica, Theresa May. EFE


El saltimbanqui que padecemos como presidente del Gobierno se ha puesto duro y ha ido por el mundo amenazando con vetar el acuerdo entre la Unión Europea y el Reino Unido que permita por fin clarificar la salida de la vieja monarquía británica de un continente integrado al que ni Westminster ni el 10 de Downing Street han visto nunca como una empresa colectiva que construir, sino como un mercado en el que medrar. El motivo de la intransigente posición de Pedro Sánchez era Gibraltar, esa espinita clavada en el sur de España desde hace tres siglos porque un Habsburgo débil, enfermo y corto de luces fue incapaz de tener descendencia dejando su imperio a la intemperie expuesto a la voracidad de los diversos buitres coronados que dominaban el cielo de la época.


Por humillante que suene, todo apunta a que Gibraltar fue considerado asunto secundario; se nos percibe como un socio incapaz de hacer valer sus pretensiones
No cabe duda que el Brexit, dentro de la desgracia que representa para Europa en su conjunto, ofrecía a España una excelente e inesperada oportunidad de ganar ventaja en el enquistado conflicto de Gibraltar. La historia de abusos, violaciones del Tratado de Utrecht e insolencias impunes del Reino Unido como potencia colonizadora del Peñón es muy larga y desde luego indignante. Apropiación del istmo, contrabando, facilitación de la evasión fiscal, ensanchamiento indebido de aguas territoriales y otras tropelías han jalonado la espinosa relación entre nuestro país y el ocupante de este pedazo de nuestro territorio a lo largo de muchos años. Como todo aquel que da un paso en falso, el Reino Unido ha quedado al optar por el Brexit en una posición débil, también en la cuestión gibraltareña. Dado que la Roca no es parte del Estado Miembro que desea salir de la Unión y es definido como una colonia por Naciones Unidas, es el momento para el Estado Miembro que aspira legítimamente a ver restaurada su integridad territorial de hacer valer sus derechos dentro del marco del acuerdo de salida.

Hasta aquí todo bien. Sin embargo, las cosas no han discurrido como España esperaba y hasta el tramo final de la negociación los términos tanto del acuerdo como de la Declaración Política que lo acompaña no contemplaban de manera explícita que cualquier arreglo futuro entre la Unión Europea y el Reino Unido sobre el estatus de Gibraltar debe contar con el consentimiento de España y ser fruto de un diálogo bilateral entre España y el Reino Unido. Esta omisión era tanto más insólita por cuanto las Orientaciones previas establecidas para guiar el proceso sí lo especificaban claramente.
Si bien la reacción airada del actual Gobierno español y su órdago de votar en contra del acuerdo era comprensible, cabe preguntarse por el motivo de esta ignorancia de los indiscutibles derechos e intereses de España a nuestras espaldas y en los días de cierre de la negociación por parte del equipo de Michel Barnier y de la Comisión. Por doloroso y humillante que suene, todo apunta a que el asunto de Gibraltar ha sido considerado secundario frente a otros aspectos del acuerdo y que se nos percibe como un socio de escaso peso que por mucho que ponga ahora el grito en el cielo será incapaz de hacer valer sus pretensiones y de ganar los aliados imprescindibles para torcer el brazo del Consejo Europeo y del Gobierno británico.
Por desgracia, en este y otros temas asimismo relevantes, hace bastante tiempo que no estamos a la altura propia de una nación de nuestra envergadura histórica y nuestro PIB
Esta clase de situaciones no se gestan en unas horas ni son el producto de una coyuntura o de un episodio aislado, son el resultado de un tiempo muy largo en el que cada Estado Miembro se va labrando una reputación y un prestigio que a la hora de resolver una dificultad afloran y tienen efectos tangibles. La desagradable verdad es que Zapatero, Rajoy y ahora el doctor por la cara no han transmitido en Bruselas la imagen de solvencia, competencia y seriedad que consiguen que un país sea respetado en los foros comunitarios.

Cuando te mueves por las reuniones, almuerzos, desayunos, cenas y conciliábulos de los imponentes y acristalados edificios de la Rue Belliard y de la Rue de la Loi, donde se gestan y se configuran las grandes decisiones europeas, has de expresarte con fluidez en inglés para poder contactar directamente con tus iguales, has de cumplir las reglas que mantienen fuerte a la moneda común, no has de necesitar ayudas porque has puesto las cajas de ahorro en manos de desaprensivos e inútiles, no has de estar cargado de casos de corrupción, no has de permitir que tu país esté en peligro de deshacerse por la amenaza de una pandilla de separatistas de tres al cuarto y has de respetar la separación de poderes y la independencia judicial. Por desgracia, en todos estos temas y otros asimismo relevantes hace bastante tiempo que no estamos a la altura propia de una nación de nuestra envergadura histórica, nuestro volumen demográfico, nuestro tamaño físico y nuestro producto interior. Esta inconsistencia se paga y el pataleo de última hora sobre el ninguneo del que hemos sido objeto respecto al tratamiento de Gibraltar en el acuerdo del Brexit es un síntoma más de la insoportable levedad de España causada por gobernantes que no merecemos, pero que incomprensiblemente hemos elegido.


                                                                              ALEJO VIDAL-CUADRAS   Vía VOZ PÓPULI

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