En 1938, cuatro pequeños pueblos de Castellón fueron bombardeados sin un motivo aparente, causando destrozos y 40 muertos; han pasado 80 años hasta que han sabido quién estaba detrás
Un piloto nazi posa junto a los destrozos de una de las bombas en un pueblo de Castellón para plasmar el tamaño de su impacto.
Han tardado casi ochenta años en saber que fueron víctimas de un experimento nazi. Entre el 18 y el 30 de mayo de 1938, cuatro pequeños pueblos de Castellón vieron caer sobre sus cabezas una bomba tras otra
desde unos extraños aviones que no habían visto nunca. Ninguno de sus
habitantes conocía la guerra. Desde el principio del conflicto, los
pueblos estaban en zona republicana y el frente todavía estaba muy
lejos. Tras la batalla en Teruel, las tropas franquistas avanzaron por
el norte de la provincia de Castellón, en abril del 38, pero aún así,
allí había tranquilidad absoluta. Al oír el rugir de los aviones,
algunos vecinos se asomaron a las ventanas y los niños salieron corriendo a saludar.
“Creía
que eran hombres cayendo”, cuenta el ya anciano Ángel Beltrán. Las
bombas impactaron en el centro de los pueblos, dejando cuarenta muertos en Benassal, Albocàsser, Ares y Vilar de Canes.
Lugares indefensos con apenas centenares de personas que nunca
entendieron esa masacre a sangre fría. “No pensábamos que podrían
bombardear Benassal”, lamenta Beltrán. “¿Quién iba a imaginarlo?”
Beltrán vio los aviones cuando un día, a las siete de la
mañana, se dirigió al campo a trabajar con sus padres. Como él, la
inocencia de sus vecinos se plasma en sus palabras. “Nosotros éramos
niños y no teníamos miedo. Cuando mi abuela oyó el ruido se asomó a la
ventana y se le rompieron todos los cristales en la cara”, relata José
Luis Ferrando. María Pitartch cuenta que allí nadie sabía lo que era una bomba.
"Le dije a uno de hacer un refugio por si bombardeaban y él contestó
‘si bombardean me pondré a mi mujer encima y no pasará nada”.
“Mira qué pajarraco”,
le dijo Obdulia Mir a su hermana. Esa bomba que a la que señalaba mató a
varias personas, incluido un niño con el que Mir solía jugar. Rosa
Soligó se salvó “de milagro”: dormía en una habitación de la que solo se
cayó medio techo. Tenía diez años. Otras familias perdieron a sus
hijos, padres o abuelos. A algunos los llevaban sangrando, con cristales
clavados en las piernas. “No entendíamos nada. Después dijeron ‘esto es
que ha llegado la guerra’”.
"No querían que los franquistas se enteraran"
Ochenta años después, el vecino y profesor Óscar Vives decide rebuscar en la historia para entender qué ocurrió en su pueblo. El documental ‘Experimento Stuka’, de Rafa Molés y Pepe Andreu,
revive sus pasos para desentrañar qué ocurrió en Castellón en mayo del
38. “Nunca entendimos por qué nos eligieron a nosotros”. Las casas que
se destruyeron fueron las del centro del pueblo, donde vivían los más
ricos, que solían ser de derechas. “Es un poco raro que si eran las
tropas franquistas bombardearan justo el centro y la iglesia”. Durante
muchos años, se culpó a los republicanos y las fotos se usaron como
propaganda franquista. “Han tenido que pasar 75 años para encontrar un archivo en Alemania que desvelara las razones”.
Los responsables de los bombardeos fueron la legión Cóndor y su escuadrilla de Junkers 87-A,
un grupo de voluntarios alemanes que llegaron para ayudar a Franco, al
menos esa era la versión oficial. Los aviones, nuevos, llegaron
desmontados y pronto los pilotos comenzaron a entrenar con ellos. Los de
los Junkers eran bombardeos precisos, “de operación quirúrjica” y con
objetivos marcados: “cruce de carreteras en Villarreal”, “estación de
tren en Nules”... Cuando llegaron a España y se establecieron en unos
pequeños pueblos cerca de Castellón, “se dieron cuenta de que podían experimentar un poco”, explica la historiadora Stefanie Schüler-Springorum.
“Los
alemanes no querían que los franquistas supieran lo que estaban
haciendo porque no tenía nada que ver con la guerra civil. Fue uno de
los experimentos más sanguinarios de la tecnología militar”, explica el
historiador británico Anthony Beevor. Fue el primero en concluir que lo
que había pasado en los cuatro pueblos de Castellón había sido un experimento nazi.
“Imágenes
de los efectos de las bombas de 500 kilos en Benassal, Albocàsser, Ares
y Vilar de Canes”, reza en alemán un documento al que tiene acceso
Vives en el Freiburg Militärarchiv. En la carpeta hay fotos tomadas a
cuatro mil metros de altura de antes y después de los bombardeos, con
indicaciones detalladas de los efectos del primer y segundo día.
“Reconozco mi casa”, susurra Vives. También hay fotos de los impactos de las bombas, donde los pilotos nazis posan orgullosos,
dentro de los agujeros para mostrar su tamaño. Querían probar su nuevo
armamento y los pueblos fueron dianas con corazón y huesos.
Creo que solo nos eligieron por motivos prácticos. Vas, en 20 minutos estás en el pueblo, tiras la bomba y vuelves
“Este informe se ha hecho explícitamente para probar los efectos de estas bombas”,
explica Vives. “Creo que solo nos eligieron por motivos prácticos. Vas,
en 20 minutos estás en el pueblo, tiras la bomba y vuelves”. Los nazis
bombardeaban por la mañana y pasaban la tarde bebiendo cerveza en la
playa. "Al final ni víctimas ni verdugos se veían las caras y la
decisión de la masacre la había tomado alguien a miles de kilómetros de
allí."
Estos experimentos aportaron a los nazis datos importantes que utilizaron para atacar Polonia
en septiembre de 1939. Los cuatro pueblos de Castellón que no tenían
ningún papel en la guerra civil jugaron uno bastante relevante en el
desarrollo de la todavía inexistente segunda guerra mundial. Este fin de
semana, el documental se estrenará en los cines españoles, pero muchos
de sus protagonistas no podrán verlo. “Lo grabamos hace cuatro años y todos eran octogenarios. La mayoría han muerto”.
"Franco es el cadáver que menos importa"
Uno de los testimonios que más ha impresionado al director es el de Antoni Girona. “Todos queremos pasar página tras una guerra, pero la vida real no pasa página y menos en este mundo rural más aislado”, comenta Molés a El Confidencial. La historia de Antoni Girona comienza en Barcelona, cuando siendo niño su padre lo trasladó a Benassal para protegerle de la crítica situación de la capital. “Éramos tres hermanos, no sé por qué me envió a mi solo al pueblo. Pensé que no iban a venir a por mí y que no me querían”. Cuando vio los aviones y los bombardeos, Girona solo pudo creer una cosa: que le habían abandonado allí a propósito. Recuerda, entre lágrimas, cuando regresó a Barcelona: “En casa yo era un extraño”. Girona pasó toda su vida pensando que sus padres lo habían dejado en el pueblo para deshacerse de él. “Al ver esto se ha dado cuenta de que su padre lo escogió a él para darle una oportunidad de salvarlo”, cuenta Molés.
“Lo que nos gusta de esta historia es que al final ha venido un ciudadano a hacerse las preguntas que nadie se había hecho”, explica. “Esa acción ciudadana de salir de la pasividad y el silencio de la transición, que es una transición que no se acaba nunca. La transición era para cerrar heridas pero cuando tocas la herida te das cuenta de que no ha cicatrizado. Rebuscar en la historia es lo que las ha cerrado”.
‘Experimento
Stuka’ quiere “poner luz sobre los puntos oscuros de nuestra historia”.
“La verdad es algo productivo y hay que hablar para que las personas
que no han podido hacerlo puedan conectarse con sus raíces”, insiste
Molés. “Al final, Franco es el cadáver menos importante de toda esta historia”.
PAULA CANTÓ Vía EL CONFIDENCIAL Cultura
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