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jueves, 15 de noviembre de 2018
¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE LIBERALISMO?
Podemos recurrir a su pensamiento
híbrido para deshacer un malentendido fundamental y muy extendido: la
supuesta incompatibilidad entre los principios de igualdad y libertad
Imagen: Enrique Villarino.
Empecemos por justificar aunque sea mínimamente el título de este
artículo. Hace falta especificar qué designamos al utilizar, unos y
otros, eltérmino liberalismo,
porque actualmente no está claro que esta palabra, convertida en
escenario de conflicto, se esté utilizando con suficiente rigor o
fidelidad a lo que es la historia misma de la idea liberal. La extensión
de la expresión 'democracias iliberales' por parte de personajes políticos tan problemáticos como Viktor Orbán es un síntoma de todo ello, mostrando como dudoso valor el haber destapado la discusión en torno al significado y tradición histórica del liberalismo.
El tópico de las democracias liberales está actuando como lo haría un revelador fotográfico. Hace aparecer el retrato de regímenes políticos autoritarios que reclaman de modo oportunista la etiqueta democrática sin pasar por el peaje liberal,
esto es, por la extensa historia política que vincula ambos conceptos
desde hace siglos. Estos regímenes están dispuestos a deshacerse sin
mayor problema de las instituciones liberales, originalmente concebidas y
ejecutadas como mecanismos de limitación del poder, como si la mera
convocatoria de elecciones cualificara sin más una democracia y pudiera
dar una pátina de legitimidad a lo que es en realidad autocracia.
Este
giro ha sorprendido con el pie cambiado a los propios liberales, que de
pronto no se han visto enfrentándose en los terrenos acostumbrados a
sus tradicionales adversarios, sino a su propio reverso oscuro en territorio desconocido,
a una confusión fundamental en torno a las bases del pensamiento
político liberal, así como al riesgo siempre latente de que la democracia liberal
fuera subvertida en el nombre mismo de la democracia. La consiguiente
perplejidad ha generado un revulsivo entre las filas liberales, por el
que se están dando cuenta de que en el fondo llevan mucho tiempo dando por supuesto el término 'liberal' así
como el matrimonio histórico, bien avenido pero de conveniencia, que
este mantenía con el concepto de democracia. Es hora de repensar muchas
cosas.
En estas circunstancias, el pensamiento de izquierda, el supuesto 'enemigo fraterno' de los liberales, en discutible pero efectiva expresión de C. Mouffe, puede prestar una ayuda efectivamente fraternal al liberalismo, iluminando la importante parte de pensamiento progresista
e igualitario que existe en la tradición liberal, pues este énfasis es
un punto crucial para el retorno de un liberalismo capaz de hacer frente
a sus propios fantasmas. Y de paso sacudir en alguna medida el complejo
por el que muchos liberales de izquierda hoy han renunciado a seguir calificándose como liberales dejando el terreno,
por agotamiento o hastío, a versiones del liberalismo que no solo son
una mera interpretación entre otras posibles sino, como algunos
estudiosos bien documentados sostienen, una distorsión desafortunada del
pensamiento liberal originario.
Los fundadores del liberalismo conocían bien los peligros de la democracia: la demagogia, la apatía o el individualismo egoísta
No es casual, por tanto, hablando de estas ayudas fraternas, que en los últimos tiempos autores liberales como John Rawls o Judith Shklar
estén siendo leídos y apreciados desde perspectivas de izquierda. Este
interés no responde simplemente a su voluntad de primar una
interpretación política y no solo económica del liberalismo, sino sobre
todo porque dicho énfasis muestra que en ellos las cuestiones relativas a
la propiedad son un desarrollo posterior y no una parte esencial de su
idea de liberalismo.
El reparto de recursos en Rawls y el análisis del daño y las formas de dominación en Shklar juegan un papel crucial en una concepción efectiva de la libertad.
La libertad está inextricablemente unida a la provisión de capacidades
para ejercerla de hecho. Por eso, una potente reflexión sobre las
instituciones públicas, que deben comprometerse en esta tarea, compete
al corazón mismo del liberalismo. Lejos de asignársele un papel difuso y
secundario, aquí las instituciones (y no menos los controles a las
mismas) aparecen en un lugar central: son garantes y custodias de los derechos fundamentales.
Hablamos de
redistribución, en definitiva, y de la necesidad ineludible de abrir
bajo ese principio una conversación pública sobre la justicia, en Rawls,
y sobre la injusticia, en Shklar. Libros muy recientes como el de W.
Edmunson, 'John Rawls: Reticent Socialist', o el de G. Gatta,
'Rethinking Liberalism for the 21st Century: The Skeptical Radicalism of
J. Shklar', son muestra de lecturas que permiten leer a estos autores desde una perspectiva izquierdista que
ellos mismos no se atribuían. Si los dos libros anteriores son
interesantes y sintomáticos en este sentido, el último libro de H.
Rosenblatt, 'The Lost History of Liberalism', es crucial. Nos habla de
una historia perdida del liberalismo, colocando con
potente erudición histórica acentos fundamentales en la línea de
interpretación del liberalismo que venimos describiendo.
Lo
primero que llama poderosamente la atención en la descripción histórica
que hace Rosenblatt es el hecho de que el liberalismo originario
presenta un perfil moral irrenunciable. Los liberales originarios eran pensadores éticos, no solo estaban comprometidos con una defensa de los derechos individuales y sociales, sino que además los concebían contra el trasfondo de una noción fuerte de bien común,
una cuestión que a menudo se olvida en algunas versiones del
pensamiento liberal posterior. Su individualismo era más metodológico
que ético. Estaban severamente comprometidos con la promoción de ese
bien común a través de la educación ciudadana, que debía enseñar no solo
los derechos sino también las obligaciones que los integrantes de una
sociedad tienen hacia ella como conjunto.
Lo
primero que llama poderosamente la atención en la descripción histórica
que hace Rosenblatt es que el liberalismo originario presenta un perfil
moral
La de Rosenblatt no es en absoluto una reconstrucción edulcorada o anacrónica, sino que señala también aspectos incómodos.
Los fundadores del liberalismo conocían bien los peligros de la
democracia: la demagogia, la apatía o el individualismo egoísta.
Precisamente por esta razón, aunque su primer interés no fuera la
cuestión económica, esta sí que cobró importancia en cuanto empezaron a
apreciar los efectos desigualitarios y por tanto autoritarios que podía
acarrear un instrumento tan potente. Si el liberalismo se llegó a ocupar tan extensamente de la economía y del mercado, sostiene
la autora, fue precisamente por este impulso ético opuesto al
individualismo egoísta, egoísmo sobre el que se escindió una corriente
del liberalismo que llega a nuestros días, olvidando, como hemos dicho,
la centralidad del aspecto moral. Esta es la historia perdida del
liberalismo a la que Rosenblatt dedica su investigación.
Regresando
a la época contemporánea, no contamos solo con liberales de izquierda
sin querer expresamente serlo, como Rawls o Shklar, sino que es posible y
necesario retornar a las reflexiones de quienes sí que se definieron
explícitamente de esta manera, como N. Bobbio o C. Lefort.
Podemos recurrir a su pensamiento híbrido para deshacer un malentendido
fundamental y muy extendido: la supuesta incompatibilidad entre los
principios de igualdad y libertad. No se puede ser libre en un contexto
de desigualdad que incapacita para el ejercicio de las libertades y no
se puede declarar la igualdad si no es respetando las libertades de los
individuos, libertades que son siempre relativas a las de otros. Ambos
principios se reclaman y se realizan conjuntamente. En una línea
similar se sitúan propuestas de combinación inextricable de ambos
elementos, como la de 'egaliberté', de E. Balibar.
El proyecto intelectual de estos autores señala hoy el camino de una de las ideas políticas más potentes y desafiantes: hay que reactivar un liberalismo igualitario
o un igualitarismo liberal. Este impulso se encuentra todavía en
construcción, pero constituye material de primera necesidad y con un
sólido basamento histórico para edificar los diques de contención a la
marea incívica y autoritaria en la que estamos involucrados. Es
necesario reformular el liberalismo y en cierta medida apartarlo de
corrientes distorsionadoras que se lo apropian socavándolo desde dentro. Son aquellas voces que, como a menudo hace la derecha española,
reclamándose liberales de pura cepa lanzan acusaciones airadas de
liberticidio cada vez que se efectúa alguna acción redistributiva que
trata de regresar al acento moral de los liberales originarios, esos
liberales que intuían que el reforzamiento de los derechos que
aseguraran el bienestar económico y social condiciona de modo inevitable
toda libertad política efectiva.
También pertenecen a este mismo grupo de distorsión del espíritu liberal aquellos liberales que critican las tentaciones personalistas de los populismos
en un ámbito puramente político, pero en los que nunca encontramos una
palabra acerca de distribución de recursos. En nuestras democracias
actuales, es tan importante la lucha contra la deriva oligárquica y
autocrática disfrazada de democracia en el terreno de lo político como
la nivelación del campo de juego y de las capacidades de todos los
jugadores, en el de la distribución de los recursos.
Las preocupaciones en uno y otro terreno se funden hoy en un mismo combate,
condición 'sine qua non' para seguir adelante con una democracia real
y, aunque sea por razones pragmáticas, con una estabilidad social
suficiente para seguir jugando. No entender esta coyuntura es un error
fatal. Y no hacer nada, o lo que es lo mismo, limitarse a dejar hacer, a
dejar pasar a quienes nada importa la libertad, sí que sería un
auténtico liberticidio.
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