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domingo, 18 de noviembre de 2018

DISCURSOS DE GRADUACIÓN





La alocución de Steve Jobs a los estudiantes de la Universidad de Stanford en Junio de 2005 se hizo célebre y ha pasado a formar parte de la leyenda del fundador de Apple. 

Sus palabras, fruto directo de su experiencia personal, impresionaron a su audiencia de alumnos y profesores de uno de los mejores centros de educación superior del mundo.

La lección central a aprender de esa memorable intervención es que seamos nosotros mismos, que no nos dejemos influir por el ambiente que nos rodea, por la sabiduría convencional o por lo que los demás desean de nosotros. Seguid vuestra vocación y vuestro instinto, por extraño, inoportuno, incómodo o absurdo que sea el camino por el que os conduzcan, nos dijo Jobs. Si hacéis lo que realmente os gusta y os motiva, y lo hacéis con dedicación, entrega y entusiasmo, es muy posible que el éxito os acompañe. Sin duda, una excelente recomendación.

Hace pocos días otro discurso sobresaliente, en esta ocasión en la ceremonia de graduación de la Universidad de Texas, ha saltado a los medios y a las redes hasta ser visto y escuchado por decenas de millones de personas en todo el mundo. El orador, el Almirante de los Navy SEALS William H. McRaven, un marino de guerra curtido en cien batallas, ha conseguido también encandilar a los asistentes al brillante acto académico. 

Si Steve Jobs hizo el elogio de la creatividad individual y de la autenticidad de cada ser humano en su única e irrepetible singularidad, McRaven puso el acento en la capacidad de todo hombre y toda mujer para mejorar la vida de los demás y con ello la situación general del planeta. 

Vestido con su impecable uniforme blanco de gala, cubierto con su gorra de visera dorada y luciendo sobre el pecho las numerosas tiras multicolores indicadoras de las muchas condecoraciones obtenidas en sus treinta y seis años de servicio, bastantes de ellos en combate en condiciones muy hostiles, el muy laureado militar desgranó diez reglas para desenvolverse en la existencia utilizando como base diez de las pruebas a las que se someten los aspirantes a formar parte del cuerpo de elite de la marina del que él llegó a ser jefe supremo. 

Mediante un recurso retórico muy efectivo, al final de la descripción de cada dificultad a superar, la remataba con una frase siempre de la misma factura: “Si quieres mejorar el mundo…” y a continuación el enunciado de la norma a seguir.

Su relato mantuvo la tensión y la atención de los allí congregados sin que decayeran un solo instante. La perfección geométrica con la que los futuros Navy SEALS deben hacer su cama por la mañana, la dureza de luchar en una pequeña lancha de remos con siete tripulantes contra olas de tres metros en la Bahía de San Diego, la tenacidad de los nadadores de baja estatura compensando con su coraje y empeño la menor superficie de sus aletas, la frustración de no pasar la revista por brillo que uno le saque a la hebilla del cinturón y a los botones de la chaqueta y por cuidadosamente planchados que estén los pantalones para seguidamente sufrir la humillación de rodar sobre la arena húmeda y pasar una incómoda jornada transformado en una “galleta de azúcar”, la dureza de los ejercicios físicos a realizar cuando no se alcanza el nivel exigido, la necesidad de asumir riesgos si se quiere batir un récord, la angustia de moverse en aguas infestadas de tiburones, la habilidad para poner una bomba lapa en la panza de un barco sin alcanzar a ver la distancia de un brazo y pasar la noche tiritando hundido en lodo frío y viscoso, son los distintos obstáculos que un joven McRaven tuvo que superar junto con sus compañeros de promoción para ser aceptado. 

Y como recordatorio constante y mortificante de que tanto sufrimiento podía acabar a voluntad de la víctima, la campana de bronce en el centro del patio. Basta tañerla una vez para dejar el equipo y volver a la agradable cotidianidad libre de gritos de los instructores, inacabables y extenuantes saltos y flexiones, cotas de exigencia al límite y un estado permanente de alerta vigilante.

El resumen final del Almirante ha sonado como una llamada inapelable a los centenares de graduados de la Universidad de Texas que se disponían a iniciar una nueva etapa vital: “Si quieres mejorar el mundo, haz bien tu cama cada mañana, encuentra a alguien que te ayude a remar, mide a las personas por el tamaño de su corazón y no por el de sus aletas de buceo, supera el ser una ‘galleta de azúcar’ y sigue adelante, no temas a los castigos merecidos, lánzate de cabeza si es necesario, no te eches atrás ante los tiburones, da el máximo de ti en los momentos oscuros y canta cuando estés clavado en el barro. Y sobre todo, nunca, nunca, toques la campana”.

¿Alguien se imagina un discurso de graduación de este contenido y vigor en una Universidad española? Pues así vamos.


                                                ALEJO VIDAL-QUADRAS  Vía LA GACETA

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