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domingo, 11 de noviembre de 2018

SOMOS POCOS...

”Montesquieu bataneaba graciosamente la ley de las mayorías ¿Se adopta la decisión de ocho individuos en contra de la de dos? ¡Grave error! Entre ocho caben verosímilmente más necios que entre dos” (J. Ortega y Gasset, De la crítica personal, Obras Completas – Alianza Editorial, Madrid, 1993, t. I, p. 15)






Cualquiera de los que, para medir la democracia, usan las varas de sus propias veleidades o fantasías, al ver esta frase de Ortega, sentirá posiblemente la tentación de meterlo en el Infierno de Dante. Y juraría que -de demócrata- no tuvo ni la planta de los pies.

¡Grave error!, diría yo también a tan superficial analista o intérprete.
Ortega fue demócrata, y porque de la democracia tenía un concepto exquisito, censuró las democracias “morbosas”; las que de auténtica democracia tienen el nombre o poco más. Por eso, al referirse a las “mayorías” en ese pasaje citado, quiso enfatizar la gracia que le hacía el empeño de divinizar las “mayorías” hasta meterlas en la esencia de la democracia. Porque las “mayorías”, de la especie o calibre que sean, no son la democracia.

La democracia es solo y nada más –tampoco menos- el gobierno del pueblo, ejercido por él o en su nombre y a favor de él. Y, si pueblo es la mayoría, también lo es la minoría. Y la “ley de las mayorías” sólo es (en la historia del pensamiento socio-político) un recurso práctico, de técnica jurídico-política, una especie de “fictio iuris” -ficción jurídica- para significar el “demos” o “populus” en la concreta circunstancia de falta de unanimidad. Se presume ser voluntad del pueblo lo que piensa o decide la mayoría.

Por ciero, que tampoco es invención de Montesquieu la ley de las mayorían como expresión del pensamiento y querer de la persona colectiva; porque –mucho antes, en Roma en embrión y sobre todo en esa Edad Media que se le llama retrógrada y atrasada porque no se la conoce bien- se excogitaron ya los recursos para gestionar y definir el operar de las personas colectivas o jurídicas.

Este preludio no es el objeto directo de estas reflexiones. Viene a cuento de una historia más cercana.

El grupo político Podemos, con el “placet” y consenso del grupo socialista actual y posiblemente también con el de los grupos minoritarios vascos y catalanes, no digamos el de la izquierda más asilvestrada, se propone sacar adelante un proyecto de ley de despenalización de tres actuales tipos delictivos del vigente Código penal: las injurias a la Corona (en “román paladino”, a la suprema magistratura del Estado; las ofensas a los sentimientos religiosos del ciudadano; y el enaltecimiento del terrorismo.

Si el Rey ostenta hoy la suprema magistratura de la nación, no digamos Podemos –que ya se saben sus apetencias y gustos políticos- sino el partido del gobierno ¿pinta algo apoyando esa despenalización?

Si el respeto a los sentimientos religiosos se integra y es parte de uno de los derechos y libertades más fundamentales del hombre como es la libertad de conciencia y religiosa (proclamada nítida y rotundamente en el art. 16 de la vigente Constitución), ¿habrá que decir que el partido del gobierno, hoy, en España, es anti-constitucional? Porque la supuesta coartada de salvaguardar o defender el derecho a la libertad de expresión a costa de ofender la libertad de conciencia y religiosa, si no fuera ella misma un insulto a la inteligencia y a la lógica jurídica –el respeto a las libertades básicas es precisamente el límite marcado a la libertad de expresión por el art. 20 de la propia Constitución-, sería una muestra palpable de cómo esa “ley de las mayorías”, que censura Ortega –como se acaba de ver- puede muy bien ser enemigo de la buena democracia.

Y en cuanto al enaltecimiento del terrorismo -siendo como es intrínsecamente malo. individual y sobre todo socialmente, todo terrorismo, sin que ningún fin lo justifique porque su razón es el odio y matar y lo hace, además, a discreción e indiscriminadamente- ¿cabe que la “razón política” de un “populismo” ultramontano y de pura imaginación cinematográfica subyugue tanto y halle acogida en partidos que se puedan llamar serios o mínimamente solventes, hasta prestarse a legitimar lo que nadie –salvo los propios terroristas- darían por bueno y legítimo?.

Y no se hable o invoque la “tolerancia” como virtud social, porque la tolerancia, como la libertad de expresión ya indicada, tiene igualmente límites (Véase, por ejemplo, el reciente libro de Denis Lacorne, Les frontières de la tolérance -Gallimard, Paris, 2016). ¿Hay que tolerarlo todo, hasta las connivencias con la insensatez, la maldad o la cara dura? Aquel viejo “Qousque tandem, abutere, Catilina, patientia nostra” del gran tribuno y político que fue Cicerón, clamado a los cuatro vientos de la rectitud romana, muestra que hay líneas rojas que no se pueden ni pisar y ni siquiera bordear sin caer en desacierto o en cosa peor.

El título que llevan estas reflexiones “Somos pocos” va referido a los católicos y al catolicismo español en este momento.
Seamos serios y no nos vayamos por las ramas. No se necesario hacer ni una tesis doctoral ni un “master” para verlo; basta con tener ojos y abrirlos. Iglesias medio vacías; befas, orillamiento y desdén hacia lo religioso y, si es católico, más todavía; un laicismo que es ofensivo en lugar de una laicidad que sería lo correcto…. Y conste que no me quejo de la realidad, que es la que es; me limito a constatarla. Es un hecho y los hechos se interpretan pero, una vez comprobados, no se discuten.

Lo he dicho muchas veces en privado y en público, lo reitero con frecuencia, y me parece correcto decirlo. “Somos pocos y seguramente mañana seremos menos”; pero somos algo y eso que somos –algo, poco o casi nada-, por dignidad, lo hemos de hacer valer. Y como, socialmente y en democracia, la mejor forma de hacerlo valer es el voto, el modo más práctico y expedito de hacer valer lo que somos es no votando a nadie que promueva o apoye –de la manera que sea- esa despenalización de los atentados contra ese derecho humano fundamental, de todo hombre, a la libertad de conciencia y religiosa.
No debe ni puede votar un católico a estos señores y seguir siendo o pretendiendo ser o que se le llame católico. Sería farsa bendecida o tolerada; y la conciencia es más que cualquier oportunismo.

Somos pocos efectivamente, Pero ¿es malo ser pocos?
Yo creo que no. Si lo mucho es “masa” con todo lo que esa palabra significa en términos de oquedad, de vacuidad, de seguidismo y gregarismo o de obedecer a ciegas lo que mande el jefe, prefiero ser minoría –que también es sociológica y políticamente “pueblo”, no se olvide- que masa o grey.
Además, ¿no es verdad que la psicología de las “minorías” es más dinámica, luchadora, viva y rebelde que la de las mayorías, que –recreadas en el éxito- se limitan a seguir la flecha y asentir?

Porque –es pregunta jurídica- ¿acaso “despenalizar” dista mucho de “legalizar”? ¿No es su reverso sociológico? En la práctica, me refiero. En teoría, siempre habrá quien defienda lo contrario; con razones “de teoría”, claro!

Y para cerrar estas reflexiones ante el proyecto de ley, insistiré. Somos pocos; mañana –seguramente, tal como van las cosas- seremos menos; pero, mal que pese, somos algo; y eso que somos –algo, poco o casi nada- tenemos obligación –por dignidad- de hacerlo valer ¿Cómo? De la mejor manera que cabe hacerlo en política y democracia: no votando a nadie que, en directo o en oblícuo, contribuya a que en este país se levante oficialmente la veda y se expendan licencias de acoso y derribo a favor de los que ofenden al jefe del Estado; de los que injurian o insultan a los que tienen sentimientos religiosos –los ateos ¿no entrarán también en esto, porque la libertad religiosa así mismo los ampara?-; o de los que, en una ética bajo mínimos, no hallan diferencia entre patriotas y terroristas, entre víctimas y verdugos, entre el terror y el honor.


Somos pocos y mañana seremos menos. No importa o importa menos, si es cosa de libertad. Pero, como en estas despenalizaciones, brilla o parece brillar más la malicia o maldad que la libertad, un católico no puede votar a estos promotores o adláteres y pretender seguir llamándose o teniéndose por católico.
Es mi punto de vista; y como lo procuro razonar, en uso de mi libertad personal y cívica, lo expongo como lo pienso.


                             SANTIAGO PANIZO ORALLO Vía PERIODISTA DIGITAL

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