Aparte de que la bolsa china haya corregido un 25% en lo que va de año, la fuerte caída de otros indicadores ligados al crecimiento chino también muestra un punto de inflexión evidente
Foto: Reuters.
Estos días en los que el máximo mandatario chino, Xi Jinping, honra a España con su visita,
han aparecido todo tipo de artículos señalando las bondades del gigante
asiático, desde el supuesto auge de su consumo hasta la proyección
internacional que supone el 'One Belt, One Road Initiative'. Esta última es una iniciativa china de préstamos ligados a infraestructuras
para generar una cierta esfera de influencia en países estratégicos con
el ánimo de revivir la 'ruta de la seda', tan relevante hace 800 años,
que unía el Lejano Oriente con el Oriente Medio, y a través de esta
última región, con Europa, por entonces una enana económica.
Es indudable el enorme éxito que ha tenido China desde 1990: su renta per cápita ha subido un 900% desde entonces. En aquel año había en el mundo 1.800 millones de personas viviendo en pobreza extrema (tal y como la define el Banco Mundial), o aproximadamente un tercio de la población del planeta de entonces. Una tercera parte de estos 1.800 millones de pobres eran chinos. Hoy en día, quedan 734 millones de personas en pobreza extrema (un 10% de la población mundial). De esta cifra, en China apenas quedan 10 millones. En otras palabras, si en 1990 uno de cada tres pobres era chino, hoy en día esta magnitud apenas sería de uno a 100.
Un éxito innegable del comunismo devenido capitalismo.
China construyó su desarrollo económico sobre un modelo mercantilista volcado en las exportaciones. Una mano de obra disciplinada y competitiva en precio, y en ocasiones una divisa artificialmente alterada, permitió a China, especialmente desde su entrada en la Organización Mundial del Comercio, convertirse en la 'fábrica del mundo'. Así, China fue dando acceso a trabajos fabriles en zonas urbanas a millones de personas que provenían del campo, en el que posiblemente haya resultado el mayor y más rápido ejercicio de entrada de personas en la clase media de la historia. Como resultado de sus enormes excedentes comerciales, y para evitar la apreciación excesiva de su divisa, algo que podía amenazar su poder exportador, China procedió a reinvertir el dinero en bonos de los EEUU, lo que provocó una bajada de tipos de interés de largo plazo, bajada que fue partícipe de la burbuja inmobiliaria de EEUU.
Con todo, la crisis de 2007 alteró la ecuación. Ante el hundimiento de la demanda occidental, China procedió a realizar un gigantesco esfuerzo keynesiano, inyectando enormes sumas en proyectos de infraestructura y en nueva capacidad fabril, con la esperanza de que las inversiones reemplazaran las exportaciones como motor de la economía. El problema es que esta expansión se financió con un incremento gigantesco de deuda: concretamente, un 100% de PIB los últimos 10 años, y concentrada en el sector empresarial de adscripción pública. El resultado ha sido que las empresas chinas hoy en día acumulan 1,7 veces deuda sobre PIB, una relación monstruosa. Sumando la deuda de los hogares, la deuda privada china asciende a 2,1 veces el PIB, y es bien conocido que en muchos países, cuando esta dimensión de deuda privada llega a 1,6 o 1,7 veces, suelen producirse crisis bancarias, crisis que a su vez redundan en recesiones (Japón en 1989, Tailandia en 1997, EEUU en 2007, España en 2008…).
Se dice en mercado que lo que no puede seguir siempre acaba parándose. La deuda puede seguir hasta que cambian los patrones del crecimiento, momento en el cual se duda de la capacidad para poder devolver la deuda, y se gesta una crisis, como bien avisó el gran economista Hyman Minsky.
En mi opinión, estamos ahí.
Más de un 40% del PIB chino viene representado por las inversiones. La incertidumbre generada por los aranceles, el crecimiento mundial y la propia dinámica de la demanda interna china, muy ligada a la deuda, han provocado que el crecimiento de las inversiones privadas se sitúe en el peor nivel desde hace 20 años. Además, todo parece indicar que la situación inmobiliaria en las principales ciudades chinas, en las que se ha gestado la que posiblemente sea la mayor burbuja inmobiliaria de la historia financiera, empieza a parecer muy sombría: las casas apenas suben un 1%, la compraventa de hogares ha caído en picado y se acumulan las casas nuevas vacías sin comprador final, situación que de empeorar pondría en riesgo una parte del sistema financiero chino.
La gran esperanza ante el agotamiento del modelo de inversión residía en el consumo. La idea consistía en que tantos millones de chinos entrando en la clase media poco a poco procederían a reducir su enorme tasa de ahorro y dispararían el consumo. Sin embargo, una tasa de ahorro elevada se mantiene cuando alguien no tiene claro que a largo plazo obtendrá pensiones y seguridad social, y esta dinámica tarda décadas en cambiar. Los datos que estamos observando de consumo chino en otoño son más que decepcionantes. Los consumidores chinos no gastan más, están gastando menos, algo que se ha puesto de reflejo en el hundimiento de las cotizaciones de acciones chinas ligadas al consumo.
Aparte de que la bolsa china haya corregido un 25% en lo que va de año, reflejo de la escabrosa situación económica que se acerca, la fuerte caída de otros indicadores ligados al crecimiento chino, como el precio del cobre, del zinc o del hierro, también muestra un punto de inflexión evidente.
Todos señalan en una misma dirección: se acerca el invierno.
IGNACIO DE LA TORRE Vía EL CONFIDENCIAL
Es indudable el enorme éxito que ha tenido China desde 1990: su renta per cápita ha subido un 900% desde entonces. En aquel año había en el mundo 1.800 millones de personas viviendo en pobreza extrema (tal y como la define el Banco Mundial), o aproximadamente un tercio de la población del planeta de entonces. Una tercera parte de estos 1.800 millones de pobres eran chinos. Hoy en día, quedan 734 millones de personas en pobreza extrema (un 10% de la población mundial). De esta cifra, en China apenas quedan 10 millones. En otras palabras, si en 1990 uno de cada tres pobres era chino, hoy en día esta magnitud apenas sería de uno a 100.
Un éxito innegable del comunismo devenido capitalismo.
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China construyó su desarrollo económico sobre un modelo mercantilista volcado en las exportaciones. Una mano de obra disciplinada y competitiva en precio, y en ocasiones una divisa artificialmente alterada, permitió a China, especialmente desde su entrada en la Organización Mundial del Comercio, convertirse en la 'fábrica del mundo'. Así, China fue dando acceso a trabajos fabriles en zonas urbanas a millones de personas que provenían del campo, en el que posiblemente haya resultado el mayor y más rápido ejercicio de entrada de personas en la clase media de la historia. Como resultado de sus enormes excedentes comerciales, y para evitar la apreciación excesiva de su divisa, algo que podía amenazar su poder exportador, China procedió a reinvertir el dinero en bonos de los EEUU, lo que provocó una bajada de tipos de interés de largo plazo, bajada que fue partícipe de la burbuja inmobiliaria de EEUU.
Con todo, la crisis de 2007 alteró la ecuación. Ante el hundimiento de la demanda occidental, China procedió a realizar un gigantesco esfuerzo keynesiano, inyectando enormes sumas en proyectos de infraestructura y en nueva capacidad fabril, con la esperanza de que las inversiones reemplazaran las exportaciones como motor de la economía. El problema es que esta expansión se financió con un incremento gigantesco de deuda: concretamente, un 100% de PIB los últimos 10 años, y concentrada en el sector empresarial de adscripción pública. El resultado ha sido que las empresas chinas hoy en día acumulan 1,7 veces deuda sobre PIB, una relación monstruosa. Sumando la deuda de los hogares, la deuda privada china asciende a 2,1 veces el PIB, y es bien conocido que en muchos países, cuando esta dimensión de deuda privada llega a 1,6 o 1,7 veces, suelen producirse crisis bancarias, crisis que a su vez redundan en recesiones (Japón en 1989, Tailandia en 1997, EEUU en 2007, España en 2008…).
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Se dice en mercado que lo que no puede seguir siempre acaba parándose. La deuda puede seguir hasta que cambian los patrones del crecimiento, momento en el cual se duda de la capacidad para poder devolver la deuda, y se gesta una crisis, como bien avisó el gran economista Hyman Minsky.
En mi opinión, estamos ahí.
Más de un 40% del PIB chino viene representado por las inversiones. La incertidumbre generada por los aranceles, el crecimiento mundial y la propia dinámica de la demanda interna china, muy ligada a la deuda, han provocado que el crecimiento de las inversiones privadas se sitúe en el peor nivel desde hace 20 años. Además, todo parece indicar que la situación inmobiliaria en las principales ciudades chinas, en las que se ha gestado la que posiblemente sea la mayor burbuja inmobiliaria de la historia financiera, empieza a parecer muy sombría: las casas apenas suben un 1%, la compraventa de hogares ha caído en picado y se acumulan las casas nuevas vacías sin comprador final, situación que de empeorar pondría en riesgo una parte del sistema financiero chino.
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La gran esperanza ante el agotamiento del modelo de inversión residía en el consumo. La idea consistía en que tantos millones de chinos entrando en la clase media poco a poco procederían a reducir su enorme tasa de ahorro y dispararían el consumo. Sin embargo, una tasa de ahorro elevada se mantiene cuando alguien no tiene claro que a largo plazo obtendrá pensiones y seguridad social, y esta dinámica tarda décadas en cambiar. Los datos que estamos observando de consumo chino en otoño son más que decepcionantes. Los consumidores chinos no gastan más, están gastando menos, algo que se ha puesto de reflejo en el hundimiento de las cotizaciones de acciones chinas ligadas al consumo.
Aparte de que la bolsa china haya corregido un 25% en lo que va de año, reflejo de la escabrosa situación económica que se acerca, la fuerte caída de otros indicadores ligados al crecimiento chino, como el precio del cobre, del zinc o del hierro, también muestra un punto de inflexión evidente.
Todos señalan en una misma dirección: se acerca el invierno.
IGNACIO DE LA TORRE Vía EL CONFIDENCIAL
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