Pedro Sánchez
Lo escribían antaño los maestros de escuela cuando
remitían a casa las notas del trimestre: “progresa adecuadamente”, y
padres y madres se sentían satisfechos con tan breve explicación y
volvían tranquilos a sus quehaceres. El símil podría valer ahora para el
personaje que ocupa la presidencia del Gobierno, un psicópata del poder
que no dudaría en aliarse con el lucero del alba, de izquierda o de
derecha, con tal de seguir en el centro del escenario. Aupado a la silla
gestatoria por el populismo de Podemos, la nueva izquierda comunista
española, Pedro Sánchez progresa adecuadamente en esa línea que muchos
han creído ver en él desde la famosa noche, 31 de mayo pasado, con
Mariano empinando el codo en un garito de la calle Alcalá, de la moción
de censura: un aprendiz de Maduro dispuesto a poner punto final al
régimen de la Transición, para, con Iglesias como guía espiritual,
explorar en la Europa del siglo XXI la experiencia de república
bolivariana que Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, han puesto en
marcha en Venezuela para desgracia de los venezolanos. Nuestro aprendiz
de Maduro madura adecuadamente.
El tiro en el pie, por no mencionar otra parte más
sensible de su anatomía, que los excelentísimos señores magistrados que
componen el pleno de la Sala Tercera, de lo Contencioso-Administrativo,
del Tribunal Supremo (TS) se han metido esta semana, ha venido a ser
para el audaz mentecato que nos preside una especie de nuevo 'Aquarius',
un regalo caído del cielo que le ha permitido desplegar lo más granado
de su arsenal argumental “todo a cien”, y protagonizar un salto adelante
en esa su calculada estrategia de despiece del régimen que inauguró la
Constitución del 78. Al día siguiente de que el alto tribunal se
enmendara a sí mismo la plana diciendo digo donde había dicho Diego y
llevándose por delante el prestigio de una de las pocas instituciones
que, hasta ahora, parecían haber salido incólumes del tsunami político
que nos aflige, Sánchez apareció en rueda de prensa para anunciar,
solemne, que el impuesto de Actos Jurídicos Documentados (AJD) lo van a
pagar los bancos a partir de ahora, y no los pobres ciudadanos. Robin
Hood en guapo, limpio y aseado.
Lo dicho podría
resultar hasta simpático si no viniera avalado por un inconfundible tufo
a dedazo de dictador bananero. Estos días ha desfilado por las redes
sociales un meme con el siguiente texto: “Año 1993, el PSOE se inventa
un nuevo impuesto a las hipotecas; año 2015, Podemos e Izquierda Unida
votan subir ese impuesto un 50% en Aragón; año 2018, Podemos apadrina
una manifestación contra ese impuesto injusto y el PSOE dice que nunca
más lo volverán a pagar los ciudadanos”. Imposible definir de forma más
acertada la hipocresía de la izquierda española. Ocurre que este
episodio, que durante una semana ha convulsionado al país, rebasa con
mucho los límites de una discusión técnico-jurídica sobre las
características de un impuesto, incluso sobre su justificación en
términos morales y políticos, para inscribirse de lleno en el marco
argumental de la gran crisis política española y en el propio futuro de España como nación.
En
primer lugar, porque lo ocurrido con el TS ha venido a poner en
evidencia la aguda crisis por la que atraviesa una Justicia politizada
hasta la náusea. Son las consecuencias de una politización que se inició
hace ya muchos años, con el primer Felipe González -había que oponer
una “justicia popular” a la justicia franquista-, y que con Zapatero se
agravó hasta convertirse en cáncer. El cáncer de la Justicia populista.
¿Qué ocurre? Que en el Supremo pasta una ganadería de jueces que
pretende hacer política con la Ley. En el Supremo, en la Audiencia
Nacional, en las Provinciales, en los TSJ de las CC.AA., y, si me
apuran, en el Constitucional. Y los jueces, por muy excelentísimos que
se pretendan, están para aplicar la Ley, no para modificarla, porque de
legislar se encarga el Legislativo, un poder que los españoles eligen
democráticamente cada cuatro años. Esa es la gravedad del esperpento
ocurrido estos días en la dichosa Sala Tercera, donde unos señores
magistrados, seis en concreto, decidieron cargarse la jurisprudencia del
propio tribunal con una resolución sobre el “sujeto” del IAJD que decía
lo contrario de lo que ellos mismos habían dicho once meses antes. Para
hacer “justicia popular”. Para hacer demagogia contra la banca.
Y
en segundo lugar, porque el lance permite a Sánchez saltar a escena de
inmediato para indultar a esos jueces justicieros, jueces populistas, y
cargarse al resolución del pleno de la Sala de lo Contencioso
Administrativo, anunciando que los españoles no van a volver a pagar el
impuesto hipotecario, a Dios pongo por testigo, nunca mais, como si los
españoles fueran tontos de baba y no supieran lo que les espera cuando,
en el ejercicio de su personal libertad, vayan a solicitar un crédito en
una oficina bancaria para comprar un piso. Lo más grave, con todo: que
Sánchez anuncia el derribo por Decreto de una Ley aprobada en el
Parlamento. Es el apestoso tufo chavista que despide el entero episodio.
Un ensayo general de cómo el poder Ejecutivo mancilla al poder
Judicial. Fin de la separación de poderes. Sánchez y sus cuates se
sitúan por encima del Judicial y anuncian, aviso a navegantes, que
cuando llegue el momento serán capaces de revertir esa otra sentencia,
de protagonizar ese otro golpe, en la cuantía necesaria, con la
violencia precisa, consistente en indultar a los presos golpistas del
nacionalismo xenófobo y supremacista catalán.
Sánchez, presidente; Iglesias, vicepresidente
Si
me he atrevido a esto, me atreveré también a lo otro, viene a decirnos.
Esa es la razón para agotar la legislatura, el motivo de su obsesión
por durar en Moncloa. Estamos ante una coalición que opera en el marco
conceptual del chavismo, un movimiento que, tras perder las elecciones
de diciembre de 2015, creó una Asamblea Nacional paralela para reducir
la genuina a papel mojado. Sánchez ha pretendido eliminar el Senado
porque allí no tiene mayoría y eso era un obstáculo para hacer aprobar
sus PGE. Ahora le enmienda la plana al Supremo. Lo ocurrido estos días
con la Sala Tercera es el molde del que Sánchez y su socio proyectan
servirse para abordar nuevas aventuras en la epopeya de ir destruyendo
la separación de poderes imprescindible para el cambio de modelo de
sociedad que persiguen. De hecho, Sánchez ha revitalizado la mortecina
figura de un Iglesias de capa caída, porque lo suyo ya no es competir
con Podemos. Estamos ante un juego de suma cero, donde a Sánchez le da
lo mismo que el PSOE gane votos a costa de Podemos o viceversa, porque
lo importante es que la suma de PSOE y Podemos le garantice la mayoría.
Con él como presidente y con Iglesias de vicepresidente. Más o menos lo
de ahora mismo.
Un viaje no exento de riesgos, con el
aliento de Iglesias constante en el cogote de Sánchez. Sostiene el
marqués de Villatinaja que el atentado cometido por el presidente “no es
suficiente”, de modo que ha decidido sacar las masas a la calle para
protestar contra el Supremo, acabar con el escaso crédito del Supremo,
que el señor marqués no se va a dejar robar el queso de esta revolución
por un don nadie al que quiere echar un pulso en la calle y en las
instituciones. Todo lo ocurrido esta semana ha sido malo para la
democracia española, para la separación de poderes, para el imperio de
la Ley. La más grave, la más reveladora, es la sentencia de la Audiencia
de Barcelona conocida el jueves, según la cual Policía y Guardia Civil
tendrían que haberse abstenido de utilizar la fuerza para impedir el
referéndum del 1 de octubre, puesto que “no tenía consecuencia jurídica
alguna”. ¿Un referéndum ilegal sin consecuencias jurídicas? Estamos ante
el descaro de un reconocido juez independentista, José María Assalit
Vives, haciendo política independentista desde la judicatura. El cáncer y
sus metástasis, o el problema generado por la falta de respeto a un
Estado que ha dejado de respetarse a sí mismo, contra el que ya se
atreve cualquier canalla.
Un poder Ejecutivo que no
tiene empacho en situarse por encima de la Ley y que tampoco lo tiene
para fabricarse un supuesto atentado frustrado contra su titular,
aureolar a Sánchez, por parte de un tipo de extrema derecha de 63 años
sobre el que el gerente del Club de Tir del Vallès, Manuel Moreno, ha
dicho en Els Matins, el informativo diario de TV3, que “es un mediocre
tirador en la modalidad de aire comprimido y es imposible que sea un
francotirador”. Un montaje típicamente venezolano, un tráiler de la
película de miedo que se nos viene encima y que obliga a los partidos
constitucionalistas a dejar a un lado asuntos menores, refriegas de
patio de colegio, para taponar la senda que conduce a la experiencia
venezolana, esa donde la gente hace tres comidas al día en versión
Errejón, de la mano de un tipo que está “madurando” a pasos acelerados,
dispuesto si le dejamos a convertir nuestras vidas en una pesadilla. Más
que un Kérenski incapaz de contener la revolución bolchevique, un
Maduro vocacional que aspira a encabezar el cambio revolucionario de
régimen.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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