A diferencia de los tiempos en que BCN era una ciudad, y no un Lloret
con ínfulas, el Ayuntamiento no sólo no acomoda el progreso, sino que se
erige en su principal escollo
La alcaldesa de Barcelona Ada Colau
Efe
Colau no quiere que el
Hermitage abra sede en la Barceloneta. A diferencia de los tiempos en
que Barcelona era una ciudad, y no un Lloret con ínfulas, el
Ayuntamiento no sólo no acomoda el progreso, sino que se erige en su
principal escollo. El mismo odio de clase, típicamente indocto, por el
que la alcaldesa anunció en el minuto uno de su legislatura que no se
dejaría ver por el Liceu (un templo del que acaso le conmuevan más los
bombazos que la lírica) es el que hoy la lleva a poner bajo sospecha,
sin más pruebas que sus propios prejuicios, una instalación fetén.
Orgullosamente trasmutada, luego de su etapa Supervivienda, en una suerte de bruja Avería
inversa (¡muera el Mal, muera el Capital!), Colau no alcanza a
comprender que un equipamiento cultural no tenga ente sus objetivos la
denuncia del heteropatriarcado ni se plantee un ciclo sobre, pongamos
por caso, Revolución y Metalenguaje. Que un museo, en suma, no tenga más
ambición que la delectación estética, pudiendo aspirar a parecerse,
como el extinto CCCB, a una franquicia de la Librería La Central,
sección Altermundismo.
"Colau no quiere que el Hermitage abra sede en Barcelona. Sin duda también habría impedido los Juegos Olímpicos, invocando el derecho a la mugre"
Nuestra emperatriz de la ambigüedad (© José Borrell), ténganlo claro, habría impedido los Juegos Olímpicos
invocando el derecho a la mugre, o pretextando la participación de
Estados Unidos, o, como el gallego que dejó escrito que si moría cerca
del mar le enterraran en la montaña, y si moría en la montaña, cerca del
mar, por joder. El populismo, y más el que gasta la munícipe, no tiene
otro horizonte que la venganza: fuera ese busto, fuera esa calle, fuera
el ejército y fuera la Roja. En el último episodio de esta rumbosa
centrifugación, la CUP, con la necesaria omisión del colauismo, obligó a
que las selecciones de waterpolo femeninas
de España e Israel disputaran su partido en Sant Cugat y a puerta
cerrada. Como si Barcelona, siquiera en un plano moral, fuera una
pedanía de Kabul.
Al hilo de ese periódico, ‘La mitad
del camino’, con que Podemos trata de relatar sus éxitos al margen de la
objetividad, sin las molestas aduanas periodísticas, cabría considerar
la posibilidad de que la prensa convencional, o prensa a secas (la que
viene siendo susceptible de expropiación) destine un sumario semanal a
la roturación del mundo que propone el podemismo. En la que nos ocupa,
‘Hermitage kills the city’, ‘Piscina liberada’ y ‘Tres comidas diarias y
una radiografía’.
JOSÉ MARÍA ALBERT DE PACO Vía VOZ PÓPULI
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