José Luis Restán
Resulta paradójico que esta acometida tenga lugar tras un periodo en el que la jerarquía de la Iglesia ha redimensionado y matizado el perfil de su presencia pública, procurando evitar confusiones y protagonismos excesivos en debates que deben liderar los seglares. No hace muchas semanas tenía lugar el congreso La Iglesia en la sociedad democrática, en el que pudimos revivir aquellos encuentros y diálogos entre personalidades de la izquierda y del mundo eclesial que abonaron el éxito de la Transición. Evidentemente, muy poco tienen que ver aquellos socialistas (hoy reducidos a la vitrina de las viejas glorias) y los que hoy lideran un partido más radical que socialdemócrata.
La gran cuestión que se plantea es cómo debe abordar la Iglesia esta circunstancia histórica, y esto no afecta solo a los obispos, sino a las asociaciones laicales, escuelas, intelectuales, y a todos los católicos en tanto que somos protagonistas de la ciudad común. Sería un profundo error levantar una trinchera ideológica y entrar en una dialéctica de toma y daca, pero también lo sería el angelismo de hacer como si nada estuviera pasando. No podemos dejarnos arrastrar a una dinámica meramente autodefensiva, pero tampoco renunciar a nuestra condición de ciudadanos de pleno derecho que tienen una aportación genuina que ofrecer a nuestra sociedad, desde la libertad y el respeto pero sin ningún complejo. La presencia de la Iglesia está siempre trenzada por hechos y palabras que se reclaman mutuamente. Es necesaria la elocuencia de una humanidad libre, alegre y acogedora; y la elocuencia de una palabra que dé razón de su esperanza y esté a la altura de las preguntas de cada generación.
JOSÉ LUIS RESTÁN
Publicado en Alfa y Omega.
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