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miércoles, 7 de noviembre de 2018
Y LUEGO SE PREGUNTAN POR QUÉ CRECE EL POPULISMO
El pleno del Supremo ha dado oxígeno
al populismo. Su decisión en favor de los bancos es el mejor caldo de
cultivo para que crezcan quienes sospechan de las instituciones
No es fácil encontrar una situación igual. Probablemente, porque no existe. Los 28 magistrados de la Sala de lo Contencioso del Tribunal Supremo (15 contra 13) han decidido tirar por la calle de en medio y, en lugar de aceptar el cambio de doctrina adoptado el pasado 16 de octubre, han optado por legislar por su cuenta y riesgo.
O lo que es lo mismo, una mayoría tan ajustada se ha decantado por
un nuevo cambio de doctrina en apenas dos semanas, lo cual es al menos
sorprendente si se tiene en cuenta que los nuevos criterios se hacen
sobre un texto legal —el Reglamento de la Ley de Actos Jurídicos
Documentados— que ya ha sido amputado
parcialmente. En concreto, el párrafo segundo del artículo 68, que
hacia descansar el pago del impuesto (entre un 0,5% y un 1,5%) en el
cliente bancario, y que diga lo que diga el pleno del Supremo ya está expulsado del ordenamiento jurídico. No existe.
Como
es evidente —sería claramente inconstitucional—, el pleno del Supremo
no podía revisar esa sentencia dictada en firme por una sección del TS, y
lo que ha hecho el pleno es legislar en caliente recuperando la vieja
doctrina. Es decir, lo ha hecho a ciegas, al no dejar claro el texto
legal que está en el origen del litigio —el artículo 29 de la Ley del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados— quién es el sujeto pasivo
del impuesto, el banco o el hipotecado. El Supremo, sin embargo, ha
decidido, al margen de la claridad que se debe exigir al legislador, que
el sujeto pasivo es el cliente bancario.
La ley, como se sabe, es
muy ambigua, y eso es lo que ha dado pie a la controversia. Establece,
en concreto, que “será sujeto pasivo el adquirente del bien o derecho y,
en su defecto, las personas que insten o soliciten los documentos notariales, o aquellos en cuyo interés se expidan”. ¿El banco?, ¿los hipotecados?
El resultado, como asegura el profesor y abogado Fernando Zunzunegui, es un “duro golpe a la reputación del Tribunal Supremo”. Entre otras cosas, porque la sección que decidió inicialmente el cambio de doctrina es, precisamente, la especializada
en asuntos fiscales, al contrario que el pleno, que está formado por
expertos en lo contencioso administrativo, pero no en materias
tributarias. Sin duda, un contradiós jurídico.
En el limbo jurídico
La decisión del Supremo, en todo caso, y más allá de disquisiciones jurídicas o, incluso, económicas, tiene una primera importancia de carácter político.
Máxime cuando el propio Gobierno, en una decisión insólita y sin
precedentes, decidió congelar la publicación de la sentencia del Supremo
en el BOE para dar tiempo al pleno para que se pronunciara, lo cual es
verdaderamente singular, teniendo en cuenta que se trataba de una
sentencia firme. Es decir, miles de ciudadanos que han firmado una
hipoteca desde el pasado día 16 y hasta este 6 de noviembre han permanecido en un limbo jurídico.
Muchos
contribuyentes, y en particular quienes han visto cómo se deshacía en
pocas semanas una esperanza, verán detrás de la decisión la mano negra de la banca, lo cual nadie nunca lo podrá acreditar. Pero dará lo mismo.
Una de las características de los populistas y de los demagogos
es sembrar de sospechas y de dudas el funcionamiento del sistema
institucional, algo que es extremadamente rentable en tiempos de
ofuscación intelectual y de análisis simples para fenómenos complejos. Y
en verdad el Tribunal Supremo, con su decisión, ha contribuido a su
crecimiento.
El hecho de que el Supremo haya perdido toda credibilidad, y en particular su presidente, Carlos Lesmes, y el de la Sala de lo Contencioso, Luis Díez-Picazo,
no es un asunto baladí. El Supremo juega hoy un papel central en la
credibilidad del sistema político y judicial, y ahí está el futuro
juicio a los separatistas para ponerlo negro sobre blanco. Este martes,
para más inri, hasta Estrasburgo ha dado
algo más que un tirón de orejas (otro) a la Justicia española. Es por
ello por lo que ambos deberían salir inmediatamente de la plaza de las
Salesas si se quiere recuperar la credibilidad perdida por un
despropósito que se leerá en los anales de la historia judicial de España.
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