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sábado, 11 de mayo de 2019

El fantasma del pasado pisa los talones a la UE del futuro

Los líderes de los 27 aprobaron una declaración que, atendiendo a la experiencia del pasado, ya han incumplido. Europa necesita reflexionar cómo resolver sus diferenci


Foto: Emmanuel Macron y Angela Merkel. (Reuters) 

Emmanuel Macron y Angela Merkel. (Reuters)


Que la Unión Europea avanza es innegable. Que el fantasma de su pasado corre detrás a una velocidad asombrosa también lo es. Hace ya tiempo que la UE perdió la esperanza en que la cumbre informal de Sibiu, convocada en septiembre de 2017, en una Europa con los pies rotos y fatigada tras años de una montaña rusa emocional, fuera a ser histórica. Y las bajas expectativas se han cumplido.

Días antes de la reunión fuentes diplomáticas ya explicaban que nadie debía esperar algo excepcional: sería una cumbre festiva, la última de esta legislatura, y en la que se empezaría a diseñar el futuro europeo, con el inicio de las discusiones sobre los objetivos de la Unión.

Cuando Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, convocó esta cumbre Emmanuel Macron, un joven exministro de Finanzas que sorprendentemente ganó las elecciones francesas contra todo pronóstico, tenía todavía energía y fe en que podría cambiar Europa, en que podría hacer que el eje franco-alemán funcionara. Y todos daban por hecho que sería la primera cumbre sin el Reino Unido, ya que el Brexit estaba planeado para el 29 de marzo de este año.






Hoy Macron es un líder político cansado, frustrado por la incapacidad de cambiar Europa y por la falta de colaboración de Berlín a pesar de que prometieron trabajar juntos. Las expectativas del francés han vuelto a unos estándares normales dentro de la UE. Y el Brexit, que debía ser la amputación rápida y limpia de un Estado miembro, ha acabado siendo una auténtica carnicería y todavía no se ha consumado. Ha sido un año y pico difícil para la Unión, y eso que ni de lejos ha sido el más difícil de los últimos tiempo.

Y así han llegado los líderes de los Veintisiete a la cumbre informal de Sibiu, con una declaración ya lista bajo el brazo y que han aprobado, según fuentes europeas, en un minuto, lo que se ha tardado en leer. El texto pretende ser una renovación de los votos matrimoniales, un recordatorio de para qué está la Unión Europea.

El documento, que enumera una serie de razones por las cuáles la UE es un buen proyecto, para acto seguido expresar una serie de objetivos, no es un ejercicio racional sino emocional. La mala noticia para la UE que este jueves reafirmaba sus valores y objetivos es que el fantasma del pasado le pisa los talones y mucho de lo que está ahí escrito ha sido incumplido en numerosísimas ocasiones por todos los Estados miembros.

Unidad hacia el exterior


“Reafirmamos nuestra convicción de que unidos somos más fuertes en este mundo cada vez más inestable y exigente”, asegura el documento que se firmó en una reunión que estaba dominada por una cierta tensión: es el primer encuentro en el que se empieza a tratar la nominación de los nuevos líderes de las instituciones europeas, y todos los países afilan sus cuchillos para la pelea. El propio Donald Tusk, presidente del Consejo, explicó que la unidad es un bien preciado pero que la UE está dispuesta a sacrificar a cambio de que el club no quede totalmente bloqueado.


Y está bien. Es imposible tener una UE que funcione si todo debe decidirse por unanimidad, y de hecho la idea es ir avanzando hacia un sistema en el que las cosas no deban decidirse así. El problema es que la UE no está unida en asuntos mucho más graves que en un proceso de votación o de elección. Sus verdaderos fallos y grietas aparecen más abajo en la declaración de Sibiu.

Es cierto que hay partes del comunicado que se ajustan estrictamente a la realidad, como que Europa es un líder mundial responsable o que es, sin lugar a dudas, el proyecto que mejor protege los intereses y el provenir de las generaciones jóvenes. ¿Pero y el resto del documento? Ahí está el fantasma del pasado.

Soluciones conjuntas


Uno de los puntos más emotivos del texto es cuando los líderes hacen referencia a la necesidad de una férrea unidad. “Nos mantendremos unidos, pase lo que pase. Mostraremos nuestra solidaridad mutua en momento de necesidad y siempre actuaremos codo con codo”, reza el texto. En el punto inmediatamente posterior, los jefes de Estado y de Gobierno rematan: “Siempre buscaremos soluciones conjuntas y nos escucharemos mutuamente”.

Dos crisis, la económica y la migratoria, han demostrado ir en contra de estos dos puntos. Con la crisis de deuda soberana la UE fue muchas cosas pero no un bloque unido: muchos en Bruselas reconocen hoy que la “troika” fue un error de gestión enorme, y que no siempre se trató de forma justa a algunos de los Estados miembros que entonces necesitaron ayuda.

No todos opinan así. En 2017, todavía siendo presidente del Eurogrupo, espetó en una entrevista con el 'Frankfurter Allgmeine Zeitung' una de las frases que pasarán a la historia de la política europea, y lo hizo en referencia a los países del sur de Europa: “No puedo gastarme el dinero en alcohol y mujeres y después pedir ayuda”.


Y sí, muchos han admitido errores, pero no han puesto soluciones. Muchos coinciden en que estuvo mal crucificar a Grecia, pero nadie se decide a bajar a Atenas de la cruz, a la que está clavada por unas condiciones que todo el mundo sabe que el Estado heleno no podrá cumplir por mucho tiempo.

¿Y qué hay de la segunda frase, la que no se refiere a la unidad sino a las “soluciones conjuntas”? Es cierto que durante la crisis se tuvieron que buscar arreglos sobre la marcha, pero a la hora de buscar “soluciones conjuntas” que enmienden los errores estructurales de la Eurozona nadie quiere dar un paso adelante.

Palos en las ruedas


La zona euro necesitará un presupuesto con una función estabilizadora, deberá caminar hacia algún tipo de eurobono, un riesgo compartido que haga la Eurozona más segura, así como un Fondo de Garantía de Depósitos europeo (EDIS) para completar la Unión Bancaria. Son requisitos mínimos, pero son lo suficientemente ambiciosos como para que un grupo de países se pongan en pie de guerra, creando una alianza denominada “Nueva Liga Hanseática”, y que defiende tesis ortodoxas frenando cualquier tipo de solución a largo plazo para la zona euro.

La crisis migratoria ha sido la otra gran demostración de que esos dos párrafos son un brindis al sol. Cuando en 2015 Europa tuvo que hacer frente a una de las peores crisis humanitarias en décadas, con millones de refugiados tratando de huir hacia el continente, un grupo de países mostraron su oposición frontal a trabajar de forma conjunta para aliviar la presión migratoria.

A raíz de eso, el Grupo Visegrado, conformado por Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa, reforzó sus posiciones en contra de la inmigración, estructurando un discurso identitario y en el que la religión católica se convirtió en elemento vertebrador de su discurso común. La unidad ni estaba ni se le esperaba.


Una vez la crisis ha pasado, y Europa vuelve a soportar flujos migratorios dentro de la normalidad, no hay ninguna señal de que se estén buscando “soluciones conjuntas”. El sistema de Dublín, un mecanismo para la gestión de las peticiones de asilo, está muerto y la UE es incapaz ni de revivirlo ni de buscar alternativas.

Los Estados miembros nórdicos quieren, además, reforzar la presión sobre los países que están en primera línea y que recaiga todavía más responsabilidad sobre ellos, mientras que este grupo de Estados miembros, que son a la vez algunos de los que más penalidades económicas están pasando (como España, Grecia o Italia) tienen que lidiar con el problema solos.

El Estado de derecho


Es una de las principales preocupaciones para muchos Estados miembros. Alemania y Bélgica han puesto propuestas encima de la mesa para tratar de crear una especie de plan o disciplina (como la económica) por la cuál los países tengan que cumplir con unos mínimos estándares europeos. Es verdad que eurodiputados, sociedad civil, medios de comunicación y muchos líderes de distintos Estados miembros consideran esta una de sus principales prioridades. Pero no es suficiente.

Polonia y Hungría, ambos países incluidos en el procedimiento del artículo 7 de los Tratados por sus ataques al Estado de derecho, son el ejemplo del verdadero problema que tiene la UE, mucho más allá del Brexit: no tiene los instrumentos para garantizar que Europa sea un espacio en el que la democracia y los valores básicos son respetados.


Muchos líderes políticos europeos han encubierto durante mucho tiempo a uno de los principales artífices de este ataque sistemático al Estado de derecho, Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, al no expulsarlo de la familia política europea a la que pertenece y de la que solo se la suspendido cuando no quedaba otra opción. Al calor de la protección del resto de sus socios Orbán ha ido desmantelando los controles democráticos de Hungría.

Sequía de medios


En el documento aprobado este jueves se hace una afirmación muy ambiciosa: “Nos dotaremos de los medios para cumplir nuestras ambiciones. Proporcionaremos a la Unión los medios necesarios para alcanzar nuestros objetivos y llevar a cabo sus políticas”.
Pero la realidad es bastante diferente. Cada vez que llega el momento de elegir cómo se diseñan los presupuestos de la UE los distintos Estados miembros pelean cada céntimo para intentar aportar lo menos posible. En total, la Unión tiene un presupuesto que representa poco más del 1% del PIB del club.

Y en el fondo esta falta de dirección está conectado con las otras afirmaciones hechas en el resto del documento. Un ejemplo sirve para explicarlo: la operación Sofía de rescate en el Mediterráneo se prorrogó recientemente medio año, pero se acordó una “suspensión temporal” de los barcos por la incapacidad de ponerse de acuerdo sobre cómo gestionar los desembarcos. Una operación de rescates pero sin embarcaciones.


Otro ejemplo es referente al mismo Estado de derecho. Si Hungría o Polonia atacan de esa forma el Estado de derecho es, en gran parte, porque el sistema que tiene la UE para sancionar a estos países (el artículo 7 de los Tratados) no es suficiente.

Y la razón de esta falta de dirección está en la afirmación misma de la declaración: “Cumplir nuestras ambiciones”. La gran crisis de Europa es que hoy por hoy las ambiciones son muy diferentes en cada Estado miembro.

Muchas capitales ni siquiera están de acuerdo respecto a los objetivos básicos de la UE: Países Bajos quiere acaba con uno de los principios fundamentales del proyecto, eliminando la meta de “una unión cada vez más estrecha”.

¿Hacia dónde vamos?


El problema fundamental es que la Unión Europea no tiene claro ahora mismo cuál es el puerto al que se quiere llegar, y de esa forma ningún mapa que se intente acordar entre los Veintisiete va a servir para nada.


La declaración de este jueves era festiva, y en ningún caso quiere representar una hoja de ruta para el futuro, pero lo cierto es que deja ver cuáles son los agujeros por los que la Unión Europea está haciendo agua.

Para ahogar las penas, la UE ha llamado ya a varias cumbres y reuniones que pretendían hacer de “fuente purificadora” para el proyecto. Pero siempre, sin diferencia, acaban en una especie de fiasco predecible. Europa necesita una refundación de sus objetivos, y debe ser de una vez por todas, sin aplazarlo a una nueva cumbre histórica, a una nueva reunión que volverá a quedar en un brindis simbólico.

Es cierto también que Europa avanza a base de crisis. Y eso puede funcionar para determinados asuntos como en materia económica. Pero los males que corroen los pilares del proyecto son, en muchas ocasiones, invisibles a los ojos, imparables a las retóricas simbólicas.


                                                                               NACHO ALARCÓN   Vía EL CONFIDENCIAL 

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