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lunes, 20 de mayo de 2019

¿Es el capitalismo de Estado superior al capitalismo liberal?

El capitalismo de Estado no es superior al capitalismo de libre mercado: es solo una forma de extender el corrupto y corruptor brazo de la política a la esfera de la economía


Foto: Trabajadores chinos acuden a sus puestos de trabajo. (Reuters)

Trabajadores chinos acuden a sus puestos de trabajo. (Reuters)


El fuerte crecimiento económico de China o de Vietnam (la primera ha incrementado su renta per cápita real una media del 9% anual durante las últimas dos décadas; mientras que el segundo lo ha hecho un 6,7% al año) ha llevado a muchos a plantearse si el capitalismo de Estado —lo que Adam Smith denostó en 'La riqueza de las naciones' como “mercantilismo”— puede constituir una alternativa preferible al capitalismo de libre mercado merced al cual se desarrollaron en gran medida Europa y EEUU. Por ejemplo, en 2013, el economista Dani Rodrik ya advirtió de que el éxito chino, junto al de otros países asiáticos, constituiría un desafío para el modelo de capitalismo occidental en tanto en cuanto tendería a reabrir viejos debates sobre las bondades del proteccionismo o del mantenimiento de un potente entramado de empresas estatales.

El renacer del proteccionismo lo estamos experimentando con la presente guerra comercial iniciada desde EEUU (la cual, aun cuando probablemente se trate de una estrategia de Trump para atacar el proteccionismo extranjero, está alimentando la retórica antiglobalización de muchos otros países), y la promoción de un papel relevante de las empresas públicas dentro de nuestro tejido productivo ha vuelto a formar parte del programa económico de la izquierda más radical (banca pública, eléctricas públicas, incluso restaurantes públicos).


¿Resulta por completo descabellado pensar que una empresa pública podría hacerlo mejor que una privada? No necesariamente. En principio, cabe imaginar que las compañías estatales cuentan con importantes ventajas competitivas que podrían volverlas preferibles frente a las empresas privadas: pueden financiarse a tipos de interés muy bajos debido a que disponen del aval del Estado; poseen un flujo de ingresos estable y garantizado merced a la contratación pública, y, por último, dada su facilidad para captar capital así como la estabilidad de sus ganancias, son susceptibles de crecer enormemente, desarrollando de ese modo economías de escala y, por tanto, siendo capaces de producir a costes medios mucho menores que los del sector privado. En suma: ¿cómo rechazar de plano que las compañías estatales puedan contribuir a impulsar el crecimiento de un país cuando han sido uno de los pilares de sociedades tan pujantes como China o Vietnam?

Sin embargo, en un reciente estudio, los economistas Leonardo Baccini, Giammario Impullitti y Edmund Malesky sostienen que, en realidad, el conjunto de empresas públicas vietnamitas no está contribuyendo al desarrollo del país sino que más bien lo está lastrando. Para ello, investigan cuál fue la reacción del sector empresarial público y del sector empresarial privado tras la entrada de Vietnam en la Organización Mundial del Comercio en 2007, esto es, en el momento en que el país fue expuesto a una apertura competitiva. En aquel momento, alrededor del 10% de todas las empresas vietnamitas eran públicas —si bien en algunos sectores, como la agricultura o la electricidad, su presencia alcanza el 80%, y en otros, como el manufacturero, el 40%— y su comportamiento tras la liberalización comercial fue radicalmente distinto al del sector privado.

Así, mientras las compañías privadas que se enfrentaron a una mayor competencia extranjera vieron mermar sus beneficios extraordinarios previos (derivados de su posición monopolística) y tuvieron que mejorar su productividad interna para evitar ser desplazadas del mercado, las empresas públicas no experimentaron ningún tipo de cambio. Por ejemplo, la industria manufacturera privada aumentó su productividad una media del 3,7% anual durante el lustro posterior a la liberalización comercial, pero, en cambio, las compañías manufactureras públicas no experimentaron ningún tipo de mejoría.

Mientras la empresa privada en un mercado competitivo ha de mejorar continuamente, la empresa pública puede perfectamente dormirse

El divergente comportamiento no es casual: mientras que toda empresa privada dentro de un mercado competitivo ha de mejorar continuamente para continuar recibiendo el favor del consumidor, la empresa pública puede perfectamente dormirse en los laureles (aun cuando tales laureles ya se hallen del todo marchitos), puesto que suele estar blindada regulatoriamente frente a la competencia, así como subsidiada directa o indirectamente por el dinero de los contribuyentes (por ejemplo, tras la apertura comercial, las empresas públicas vietnamitas recibieron inyecciones crediticias a bajos tipos de interés con el propósito de mantenerlas a flote aun cuando su eficiencia era inferior a la de sus competidores).

De acuerdo con los autores, pues, si las empresas públicas vietnamitas hubiesen sido reemplazadas por empresas privadas —sometidas a la competencia internacional y sin restricciones presupuestarias laxas—, la productividad del conjunto de la economía habría aumentado un 66% más de lo que lo hizo. Es decir, Vietnam sería hoy mucho más rico de no haber cargado con la losa improductiva de sus empresas públicas: un sector que no solo carece de incentivos para mejorar sostenidamente sino que, en última instancia, parasita a aquellas empresas privadas que sí lo hacen. No, el capitalismo de Estado no es una alternativa superior al capitalismo de libre mercado: es solo una forma de extender de manera directa el corrupto y corruptor brazo de la política a la esfera de la economía. En un momento en que se nos pretende convencer de las bondades de la 'desprivatización' o 'municipalización' de empresas públicas, conviene tenerlo muy presente. Si queremos mejorar la eficiencia y la calidad de algunos sectores económicos, la solución no pasa por estatalizarlos, sino por abrirlos a la competencia, esto es, por liberalizar.


                                                                     JUAN RAMÓN RALLO   Vía EL CONFIDENCIAL

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