Las consultas de Pedro Sánchez estos días con los principales líderes de
los partidos no deja lugar a dudas: estamos entre el populismo y el
oportunismo; ni un atisbo de responsabilidad
Pedro Sánchez reunido en La Moncloa con Pablo Iglesias
Estamos asistiendo a una deriva peligrosa. El comportamiento de las élites políticas en tiempo de crisis, como señaló el maestro Linz, es clave para el devenir de una democracia. Por contraste, las consultas de Pedro Sánchez
estos días con los principales líderes de los partidos no deja lugar a
dudas: estamos entre el populismo y el oportunismo. Ni un atisbo de
responsabilidad.
La democracia es un ejercicio constante de sentido de
Estado. A veces se puede disimular, incluso errar, pero cuando se está
en crisis, cuando implosiona el orden territorial y se ponen en cuestión
los fundamentos de la convivencia constitucional, hacer oportunismo es
muy peligroso. Quizá a alguien, a populistas y oportunistas, le sirva
para ganar un puñado de votos en las siguientes elecciones, o hacer el sorpasso, pero mientras tanto el sistema se degenera.
Esa contradicción que hemos oído estos días entre un discurso que, como el de Arrimadas,
pintaba una España al borde del colapso, con un presidente rendido a
Unidas Podemos y a los independentistas, y, al tiempo, su decisión de no
brindar su apoyo para que esto no ocurra es cuanto menos chocante.
Si tan malo es el panorama, por qué no se ofrecen. La respuesta es
sencilla: por oportunismo, porque están calculando qué posición les
beneficia en el tablero para sacar un buen rédito electoral el 26-M.
Es legítimo, pero no sé qué dirá la Historia,
si es que todavía existe más allá de las crónicas de género, la
injerencia gubernamental y el enésimo estudio sobre los que perdieron la
guerra del 36, acerca de unos dirigentes políticos que todo lo
rindieron al oportunismo. Cuando Cs adelante al PP, si esto pasa, y
consiga su objetivo, el de ser “el partido”, ese único referente de los
que no quieren socialismo ni nacionalismo, los Sánchez, Torra, Iglesias y Aitor Esteban ya habrán avanzado en el deterioro del espíritu del 78 tanto que será casi imposible su arreglo.
El fin del bipartidismo inauguró la inestabilidad gubernamental por la fragmentación parlamentaria
más disparatada que se pueda pensar, de esas que sirven como ejemplo de
fracaso en los manuales de Ciencia Política. Las inacabables
convocatorias electorales desde 2015 han convertido la política en una
larga guerra de posiciones, engaños y tácticas que poco tienen que ver
con dar solución a los problemas, sino con su utilización para alcanzar
poder. Así fue con el auge que se dio a Podemos para debilitar a un PSOE
arruinado, hasta el uso de Vox para azuzar la guerra civil en la derecha española.
No menos bochornoso fue cuando los términos y el alcance del artículo 155,
ante el pulso más grave a la Constitución que hemos vivido, se saldó
con un acuerdo sobre cuándo debían ser las elecciones en Cataluña. La
condición no la fijó el noqueado partido de Rajoy, ni el titubeante PSOE
de Sánchez, quienes querían prolongar un poco más su aplicación, sino
Ciudadanos. Debía haber una convocatoria electoral cuanto antes para
sacar rédito a la inanidad del PP y al patriotismo de los balcones. La
táctica funcionó: gran éxito de Cs en las urnas aquel 20-D de 2017, pero
el poder volvió a caer en manos de los golpistas. Ahora dicen, por un
nuevo cálculo, que el art. 155 debía haberse prolongado.
Los de Iglesias eran para los del PSOE esa juventud perdida entre las recetas socialdemócratas de la economía social de mercado
Podemos inauguró el populismo de
izquierdas en 2015. Los podemitas eran los populistas que los
desgastados socialistas hubieran querido ser, esos que, como Perón,
hablaban a los “descamisados” y se les llenaba la boca de “pueblo” y
“patria”. Los de Iglesias eran para los del PSOE esa juventud perdida
entre las recetas socialdemócratas de la economía social de mercado.
Sánchez, tras tropezar dos veces y superar una defenestración, entendió
que la única vía era ocupar el lugar del populista. Y lo hizo, y con
ello la infección populista fue completa. El resultado será la crisis
económica que empieza a apuntar.
Ciudadanos
trajo el oportunismo, y no me refiero al zafio mote puesto por Vox de
“partido veleta”. Los vaivenes, cambios de decisión, pactos a un lado y
al otro, iban más allá de constituir el centro, esa posición geométrica
que señalaba Duverger. Se trataba de ocupar un sitio en el bipartidismo,
ser el referente de una sociedad en plena transición porque aún los
españoles no sabían que querían dejar de ser ni hacia dónde ir.
El objetivo no era la regeneración
ni defender el orden constitucional, sino que esas palabras fueran el
medio para llegar al poder, pero no como muleta de nadie, sino como
protagonista. Era solo una táctica, como se vio cuando Arrimadas
despreció la oportunidad de la investidura tras el 20-D, que tanto
hubiera hecho para que Europa viera que no habían ganado los
independentistas. Ese oportunismo es una constante de la historia
parlamentaria europea de los últimos doscientos años. Tampoco lo ha
inventado Cs.
Vox
ha utilizado el populismo para dar relevancia a un partido nacionalista
que se pudría en la oscuridad, y eso ha convencido a una parte del
electorado de la derecha. Es fácil caer en la tentación populista, que
escribía Flavia Freidenberg, pero difícil salir.
Por eso, ahora que el Partido Popular
se debate entre su desaparición y la resurrección, buscando casi a la
desesperada una estrategia, un discurso, un imagen que insufle vida y
ánimo, debe decidir qué quiere ser a partir de ahora. Si hacer como el
PSOE, que cayó en la deriva populista para impedir que Podemos hiciera
el sorpasso, y tomar un discurso como el de Vox;
convertirse en un opción oportunista pura, como Cs; o encontrar un
espacio diferente, más cercano a la responsabilidad, a la moderación, a
ese que no cree que “cuanto peor, mejor”.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
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