El Parlamento Europeo no sirve para nada serio, pero tampoco molesta demasiado
Gabriel Albiac
Por una
vez, pueden las elecciones europeas tener cierto interés. No digo
utilidad: se eligen en esas urnas diputados para un parlamento que no es
un parlamento, un parlamento que ni legisla con potestad, ni está
capacitado para ejercer control sobre una coordinadora de gobiernos
llamada Comisión Europea. El Parlamento Europeo despliega dos
utilidades: a) ornamentar la ficción escénica de un órgano
representativo y b) confortar el tedio de políticos ya preteridos, a
golpe de sustanciosas compensaciones salariales. En suma, el Parlamento
Europeo no sirve para nada serio, pero tampoco molesta demasiado.
Siempre que pueda pagarse.
¿Por qué, sin embargo, pienso que estas elecciones de final de mayo pueden acabar por ser interesantes? Deberían serlo a la manera en que lo son las encuestas sociológicas. Sin arrastrar sus excesivos márgenes de error. Las elecciones europeas, a diferencia de las generales españolas, operan en circunscripción única. Y, frente a la triste manipulación que nuestra ley electoral induce, el número de diputados que acceden a la Asamblea Europea no distorsiona la proporción de los ciudadanos por los que han sido votados. No se premia a un catalán por habitar en Cataluña, por ejemplo. En las elecciones europeas, un hombre vale un voto: y sus resultados dan un retrato social bastante exacto. Por extraño que pueda resultarnos, no sucede así en un parlamento español, en el cual la cuota voto/escaño puede multiplicarse de modos sorprendentes según circunscripciones y partidos.
¿Y por qué es tan importante tener a la vista esa encuesta acerca de una institución inútil? Sencillamente porque nos dejará dibujado el mapa de la Europa real, en un momento en el cual al proyecto de la Unión lo horada por todas partes su fracaso. ¿Qué queda, por ejemplo, del eje Francia-Alemania, sobre el cual fue fundada en Maastricht una empresa que debía consumarse -pasados los márgenes adecuados de tiempo- en la emergencia de un Estado federal europeo? Prácticamente nada: Alemania ve el crepúsculo de Merkel y el ascenso del populismo nacionalista de AfD; en Francia, todos los esfuerzos de Macron se ven amenazados por el refundado nacionalismo populista de Marine Le Pen; el norte de Europa está harto de la aventura; Italia es un rompecabezas de variopintos populismos, que van desde Salvini y Berlusconi hasta Cinque Stelle. En España, Vox y Podemos se disputan una retórica populista por completo transversal a las viejas topografías izquierda/derecha. En los países que durante medio siglo vivieron bajo la blindada tiranía soviética, la tentación de ver los humanitarismos tercermundistas de Estrasburgo y Bruselas como una hiriente burla a costa de sus intereses es más que comprensible. El Reino Unido se fue: visto lo visto, no veo cómo podrá nadie reprochárselo.
No, nada se ha jugado nunca -nada nunca se jugará- en el Parlamento Europeo. Es el escaparate sobre el cual hacer recuento de afectos y desafectos. Y ese recuento hoy nos desasosiega.
GABRIEL ALBIAC Vía ABC
¿Por qué, sin embargo, pienso que estas elecciones de final de mayo pueden acabar por ser interesantes? Deberían serlo a la manera en que lo son las encuestas sociológicas. Sin arrastrar sus excesivos márgenes de error. Las elecciones europeas, a diferencia de las generales españolas, operan en circunscripción única. Y, frente a la triste manipulación que nuestra ley electoral induce, el número de diputados que acceden a la Asamblea Europea no distorsiona la proporción de los ciudadanos por los que han sido votados. No se premia a un catalán por habitar en Cataluña, por ejemplo. En las elecciones europeas, un hombre vale un voto: y sus resultados dan un retrato social bastante exacto. Por extraño que pueda resultarnos, no sucede así en un parlamento español, en el cual la cuota voto/escaño puede multiplicarse de modos sorprendentes según circunscripciones y partidos.
¿Y por qué es tan importante tener a la vista esa encuesta acerca de una institución inútil? Sencillamente porque nos dejará dibujado el mapa de la Europa real, en un momento en el cual al proyecto de la Unión lo horada por todas partes su fracaso. ¿Qué queda, por ejemplo, del eje Francia-Alemania, sobre el cual fue fundada en Maastricht una empresa que debía consumarse -pasados los márgenes adecuados de tiempo- en la emergencia de un Estado federal europeo? Prácticamente nada: Alemania ve el crepúsculo de Merkel y el ascenso del populismo nacionalista de AfD; en Francia, todos los esfuerzos de Macron se ven amenazados por el refundado nacionalismo populista de Marine Le Pen; el norte de Europa está harto de la aventura; Italia es un rompecabezas de variopintos populismos, que van desde Salvini y Berlusconi hasta Cinque Stelle. En España, Vox y Podemos se disputan una retórica populista por completo transversal a las viejas topografías izquierda/derecha. En los países que durante medio siglo vivieron bajo la blindada tiranía soviética, la tentación de ver los humanitarismos tercermundistas de Estrasburgo y Bruselas como una hiriente burla a costa de sus intereses es más que comprensible. El Reino Unido se fue: visto lo visto, no veo cómo podrá nadie reprochárselo.
No, nada se ha jugado nunca -nada nunca se jugará- en el Parlamento Europeo. Es el escaparate sobre el cual hacer recuento de afectos y desafectos. Y ese recuento hoy nos desasosiega.
GABRIEL ALBIAC Vía ABC
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