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miércoles, 29 de mayo de 2019

LAS DOCE ESTRELLAS DE EUROPA




Existen pocas dudas sobre el significado que su creador, el luxemburgués Arsène Heitz otorgaba a las 12 estrellas doradas que en fondo azul constituyen la bandera de Europa.

Otra cosa es que quienes la aprobaron con carácter definitivo en 1955, el Consejo de Europa, tuvieran conocimiento de aquel significado, por cuanto previamente habían rechazado otros diseños, que incorporaban cruces, y que sufrieron el veto de turcos y socialistas, que no consideraban que, lo que formaba parte de las banderas de países como el Reino Unido, Suiza y los países nórdicos, pudiera representar, por su significación cristiana, a la nueva Europa que estaba naciendo.

Era el año 1953 o sea que la oposición socialista a la cruz viene de lejos, y lo cierto es que, sin los turcos, pero sí con los liberales, va ganando. Otros diseños fueron descartados por objeciones nacionales, pero el de las 12 estrella en corona prosperó.

Heinz lo dejó claro al final de sus días, cuando la enseña ya estaba consolidada (el 1 de enero de 1986 se convirtió en la bandera oficial de todas las instituciones europeas) que su inspiración surgió del versículo primero, del capítulo doce del Apocalipsis “Una gran señal se apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la Luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza

El Apocalipsis es el libro que se aparta más de la naturaleza literaria del Nuevo Testamento. Se ha querido leer como una profecía, como una teología de la historia o de los últimos días. No parece ser eso. Romano Guardini, en la séptima parte del libro de meditaciones El Señor, se refiere a él como un libro de consolación. Es un consuelo que Dios ha querido dar a su Iglesia al fin del tiempo de los apóstoles. Y en este sentido, es también consolación para nosotros.

Pero ¿consolación de qué? El Estado romano había declarado enemigo al cristianismo después de constatar que eran distintos a los judíos, y que no estaban dispuestos a rendirle culto en unos términos que chocaban con el culto a Dios. No se declaraban ciudadanos rebeldes, al contrario, eran leales servidores, pero no por ello iban a encumbrar al estado más allá de lo que son sus límites, deificándolo. Las persecuciones intermitentes, de crueldad variable según la época y el territorio del Imperio, duraron mucho tiempo, tanto como doscientos años. Muchísimo más que la persecución nazi, soviética, y de lo que duraría la opresión del partido comunista chino. Ser cristiano, aun sin persecución en marcha, era practicar una religión fuera de la ley y, por consiguiente, vida y hacienda quedaban en manos de la amenaza o el chantaje. Fue precisamente la primera persecución, la de Domiciniano en el año 95, la que inspira la visión que figura en el Apocalipsis.

Dios consuela, nos dice Guardini. Pero ¿cómo lo hace? No ciertamente negando la dureza de la prueba, tampoco interviniendo de manera milagrosa. “La Historia tiene su tiempo y su potencia, que Dios no anula aun cuando estos sean dirigidos contra El”, escribe Guardini y añade “Cristo, callándose y esperando. La eternidad le pertenece.” “Pero llega la hora en que todas las cosas han tenido su tiempo. Entonces pasan, pero Cristo sigue viviendo. Todo comparecerá ante Él y Él pondrá en claro todas las obras humanas en su verdadero valor. Este es el consuelo, proviene de la fe”.  
Porque la fe otorga la esperanza de la victoria final, y el consuelo perfecto. Sabe que no se alcanza en esta vida sino en la eternidad, que para él es la realidad. El consuelo que nos brinda Dios sirve para andar mejor el camino.

Pero parecería, dicho así, que lo que se espera del cristiano es una aceptación pasiva de todo lo malo que suceda en el mundo. Nada de eso. ¿Dónde está escrita tal cosa? Al contrario, el cristianismo es acción transformadora del mundo para procurar el Reino de Dios.  El mandato es claro y evidente y cierra el evangelio, es decir, la buena nueva, de Mateo (28,19-20) “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;  enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.  Y eso reza para todo el mundo, también para la Europa de las doce estrellas, empezando por lo más próximo a nosotros, nuestro pueblo, ciudad y país.


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