Cataluña ya lo es todo en la política nacional. Mientras el mundo avanza, España sigue ensimismada en sus problemas internos, como si no estuviera en marcha una revolución
El líder de ERC, Oriol Junqueras. (EFE)
Mientras España discutía sobre si eran galgos o podencos; esto es, si debía ser el Tribunal Supremo o el Congreso quien tuviera que suspender de sus funciones a los parlamentarios independentistas, el mundo contenía el aliento por una guerra que puede marcar el siglo XXI: el conflicto entre EEUU y China por la hegemonía del
planeta mediante el control de la tecnología, lo que afecta de forma
decisiva a las cadenas globales de valor. Y que tiene en Huawei una especie de archiduque Francisco Fernando de Austria tras
su asesinato en Sarajevo. Ni un minuto ha dedicado la política española
a este asunto. Probablemente, porque se trata de una cuestión menor
pese a que el 34,3% del PIB depende de la exportación de bienes y
servicios al resto del mundo. 'Peccata minuta'.
Tampoco el futuro de la Unión Europea ha centrado los debates electorales. Entre otras cosas, salvo excepciones, porque el parlamento europeo sigue teniendo algo de Erasmus ciertamente tardío para muchos políticos. Sin duda, porque este asunto, pese a afectar a una comunidad de 508 millones de habitantes, tampoco es relevante. Tanto Weber (Partido Popular Europeo) como Timmermans (socialdemócrata), los candidatos mejor colocados para presidir la Comisión Europea, son unos perfectos desconocidos pese a que España es el cuarto país de la UE por tamaño (sin Reino Unido). Aquí lo importante es quién saldrá alcalde del pueblo.
No se trata, en todo caso, de un problema genuinamente español. Tampoco Europa, enfrascada en una crisis de identidad sin
precedentes, ha sido capaz de tener una posición estratégica sobre qué
hacer con China, que hace una década puso en marcha un plan a largo
plazo con el objetivo de situar al país en 2025 como primera potencia
mundial mediante subsidios y una política monetaria expansiva para que sus empresas ganen cuota de mercado y sean líderes en supercomputación, inteligencia artificial, nuevos materiales, impresión 3D, software de reconocimiento facial, robótica, automóviles eléctricos, vehículos autónomos, microchips inalámbricos o desarrollo de la red 5G, como ha recordado el historiador Thomas L. Friedman. 'Peccata minuta'.
Mientras España discutía sobre qué hacer con los políticos presos (a la vuelta del verano la discusión girará sobre el indulto), el populismo sacaba músculo —se verá en las elecciones de este domingo— y ponía en marcha una auténtica Internacional de la verborrea política. Líderes de la extrema derecha se reunían en Milán para subvertir algunos de los principios fundacionales de la Unión Europea. En particular, en una cuestión clave como es la inmigración, que debería estar en el centro del interés general no solo por razones humanitarias, sino, también, por motivos económicos.
La crisis demográfica está afectando ya a los potenciales de crecimiento de los países centrales del euro, lo que contribuye a hacer realidad lo que en los años 30 se llamaba 'estancamiento secular', y que en el caso de Europa se manifiesta a través de un cóctel explosivo: baja productividad y envejecimiento acelerado, lo cual es especialmente relevante para una economía basada en las exportaciones, lo que no sucede en EEUU y Japón, con mercados domésticos más desarrollados que satisfacen la demanda interna.
Lo que se sabe, y en contra de la tendencia a mitificar los avances técnicos, es que tanto las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) como los procesos de digitalización hacen la vida más fácil, pero no son capaces de aumentar de forma relevante la productividad total de los factores. Al menos, al mismo ritmo que lo hicieron las tres revoluciones industriales anteriores.
La productividad por hora trabajada en EEUU, como ha puesto de manifiesto la profesora Matilde Mas, creció entre 1995 y 2004 en una tasa del 3% anual, fundamentalmente por el impulso de las TIC, pero, a pesar de que la revolución digital continuó a buen ritmo, se desaceleró al 2% durante el periodo 2004-2010. Pero es que todavía fue peor entre 2010 y 2016, periodo en el que tan solo creció al 0.5% anual. Como se ve, un problema poco relevante. Y eso que España sufre ya la mayor caída de la productividad en 20 años. 'Peccata minuta'.
Mientras que España discutía acaloradamente, en algunos casos, incluso, hiperventilando, sobre el futuro político de Junqueras y el resto de los presos del 'procés', el Tesoro se endeudaba un poco más. Tan solo en el primer trimestre del año —el Tesoro ha acelerado las emisiones para aprovechar la bajada de los tipos de interés— el endeudamiento público ha crecido en 26.666 millones de euros, hasta los 1,2 billones de euros. Es decir, 296 millones de euros al día.
Al mismo tiempo, y como se sabe, algunos políticos prometían bajar impuestos, pero sin decir cómo se iba a ajustar el gasto público para reducir el déficit. Obviando, por ejemplo, que algo más de la tercera parte de lo que gasta cada año el sector público ya va a financiar las pensiones. Y con una tendencia creciente. Entre 2005 y 2019 el número de nuevas pensiones habrá crecido en 1,7 millones, pero, por el contrario, la población ocupada apenas habrá avanzado. En concreto, 19,47 millones frente a 19,20 millones aquel año de fuerte crecimiento. 'Peccata minuta'.
Mientras que Cataluña seguía condicionando el debate político, el empleo precario no daba tregua. Nada menos que el 40,8% de la población activa (algo más de 9,1 millones de trabajadores) o tiene un empleo temporal o lo tiene a tiempo parcial, lo cual más allá del debate sobre la calidad del empleo y del modelo de sociedad, tiene importantes consecuencias sobre la cualificación de los trabajadores (el empleo temporal desincentiva la formación en las empresas), las cuentas públicas y, por ende, sobre el nivel de presión fiscal. Empleo basura conduce, indefectiblemente, a recaudación basura que restringe la financiación de los servicios públicos esenciales.
Tampoco parece que esta cuestión sea relevante en el debate público, pese a que España tiene la mayor temporalidad de Europa. Hace casi un mes que se celebraron las elecciones generales y todavía no hay fecha para el debate de investidura, y eso que ha habido un claro ganador. Y eso, habría que añadir, que era urgente derogar la reforma laboral.
Mientras que España seguía enfrascada en la cuestión catalana, un fantasma muy distinto al que pensó Marx en el siglo XIX, avanza de forma inexorable. Como ha puesto de relieve el propio Fondo Monetario Internacional (FMI), poco sospechoso de ser un agente estatalizador que reparte octavillas revolucionarias a las puertas de las fábricas, el peso de las grandes corporaciones sobre el PIB mundial no deja de crecer, lo que, sin duda, afecta al ensanchamiento de la desigualdad, ya que los gobiernos disponen de menos instrumentos fiscales en aras de promover la cohesión social. Además del efecto que tiene sobre las pequeñas empresas, con mayores dificultades para competir.
La existencia de grandes corporaciones con un enorme poder de mercado, en todo caso, no sería tan malo si no fuera por la conclusión a la que llega el FMI a través de una investigación realizada a partir de la información suministrada por un millón de empresas en 27 economías avanzadas. El creciente poder de mercado de las empresas ha tenido un "impacto negativo", todavía de forma limitada, pero "si no se controla podría en el futuro pasar una mayor factura al crecimiento económico y los ingresos de las personas". Es más, según el FMI, "las autoridades necesitan diversas políticas para preservar el vigor de la competencia en el mercado".
Tampoco parece que este asunto esté en el centro de la agenda política. Lo único importante sigue siendo Cataluña. Y eso que desde hace años —y en esto coinciden los gobiernos de derecha e izquierda— está identificado que uno de los problemas centrales de la economía española tiene que ver con el tamaño de sus empresas. No en vano, el 92% de las sociedades tiene menos de cinco trabajadores y apenas 71.472 (el 0,2%) cuenta con más de 20 asalariados. Lo paradójico, en este caso, es que hay bastante consenso en cómo aumentar el tamaño medio de la empresa para hacerla más competitiva. Nada se hace. Cataluña marca la agenda. El mundo se equivoca y el cambio climático tendrá que esperar. Cataluña, siempre Cataluña.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
Tampoco el futuro de la Unión Europea ha centrado los debates electorales. Entre otras cosas, salvo excepciones, porque el parlamento europeo sigue teniendo algo de Erasmus ciertamente tardío para muchos políticos. Sin duda, porque este asunto, pese a afectar a una comunidad de 508 millones de habitantes, tampoco es relevante. Tanto Weber (Partido Popular Europeo) como Timmermans (socialdemócrata), los candidatos mejor colocados para presidir la Comisión Europea, son unos perfectos desconocidos pese a que España es el cuarto país de la UE por tamaño (sin Reino Unido). Aquí lo importante es quién saldrá alcalde del pueblo.
España
sigue a lo suyo, pero el mundo avanza en supercomputación, inteligencia
artificial, nuevos materiales, impresión 3D, desarrollo de la red 5G...
Verborrea política
Mientras España discutía sobre qué hacer con los políticos presos (a la vuelta del verano la discusión girará sobre el indulto), el populismo sacaba músculo —se verá en las elecciones de este domingo— y ponía en marcha una auténtica Internacional de la verborrea política. Líderes de la extrema derecha se reunían en Milán para subvertir algunos de los principios fundacionales de la Unión Europea. En particular, en una cuestión clave como es la inmigración, que debería estar en el centro del interés general no solo por razones humanitarias, sino, también, por motivos económicos.
La crisis demográfica está afectando ya a los potenciales de crecimiento de los países centrales del euro, lo que contribuye a hacer realidad lo que en los años 30 se llamaba 'estancamiento secular', y que en el caso de Europa se manifiesta a través de un cóctel explosivo: baja productividad y envejecimiento acelerado, lo cual es especialmente relevante para una economía basada en las exportaciones, lo que no sucede en EEUU y Japón, con mercados domésticos más desarrollados que satisfacen la demanda interna.
Mientras
España discutía qué hacer con sus presos (a la vuelta del verano el
debate girará sobre el indulto), el populismo sacaba músculo
Lo que se sabe, y en contra de la tendencia a mitificar los avances técnicos, es que tanto las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) como los procesos de digitalización hacen la vida más fácil, pero no son capaces de aumentar de forma relevante la productividad total de los factores. Al menos, al mismo ritmo que lo hicieron las tres revoluciones industriales anteriores.
La productividad por hora trabajada en EEUU, como ha puesto de manifiesto la profesora Matilde Mas, creció entre 1995 y 2004 en una tasa del 3% anual, fundamentalmente por el impulso de las TIC, pero, a pesar de que la revolución digital continuó a buen ritmo, se desaceleró al 2% durante el periodo 2004-2010. Pero es que todavía fue peor entre 2010 y 2016, periodo en el que tan solo creció al 0.5% anual. Como se ve, un problema poco relevante. Y eso que España sufre ya la mayor caída de la productividad en 20 años. 'Peccata minuta'.
Políticos que hiperventilan
Mientras que España discutía acaloradamente, en algunos casos, incluso, hiperventilando, sobre el futuro político de Junqueras y el resto de los presos del 'procés', el Tesoro se endeudaba un poco más. Tan solo en el primer trimestre del año —el Tesoro ha acelerado las emisiones para aprovechar la bajada de los tipos de interés— el endeudamiento público ha crecido en 26.666 millones de euros, hasta los 1,2 billones de euros. Es decir, 296 millones de euros al día.
Al mismo tiempo, y como se sabe, algunos políticos prometían bajar impuestos, pero sin decir cómo se iba a ajustar el gasto público para reducir el déficit. Obviando, por ejemplo, que algo más de la tercera parte de lo que gasta cada año el sector público ya va a financiar las pensiones. Y con una tendencia creciente. Entre 2005 y 2019 el número de nuevas pensiones habrá crecido en 1,7 millones, pero, por el contrario, la población ocupada apenas habrá avanzado. En concreto, 19,47 millones frente a 19,20 millones aquel año de fuerte crecimiento. 'Peccata minuta'.
Mientras
Cataluña condiciona el debate político, el empleo precario no da
tregua. El 40,8% o tiene un empleo temporal o lo tiene a tiempo parcial
Mientras que Cataluña seguía condicionando el debate político, el empleo precario no daba tregua. Nada menos que el 40,8% de la población activa (algo más de 9,1 millones de trabajadores) o tiene un empleo temporal o lo tiene a tiempo parcial, lo cual más allá del debate sobre la calidad del empleo y del modelo de sociedad, tiene importantes consecuencias sobre la cualificación de los trabajadores (el empleo temporal desincentiva la formación en las empresas), las cuentas públicas y, por ende, sobre el nivel de presión fiscal. Empleo basura conduce, indefectiblemente, a recaudación basura que restringe la financiación de los servicios públicos esenciales.
Tampoco parece que esta cuestión sea relevante en el debate público, pese a que España tiene la mayor temporalidad de Europa. Hace casi un mes que se celebraron las elecciones generales y todavía no hay fecha para el debate de investidura, y eso que ha habido un claro ganador. Y eso, habría que añadir, que era urgente derogar la reforma laboral.
Un fantasma recorre el mundo
Mientras que España seguía enfrascada en la cuestión catalana, un fantasma muy distinto al que pensó Marx en el siglo XIX, avanza de forma inexorable. Como ha puesto de relieve el propio Fondo Monetario Internacional (FMI), poco sospechoso de ser un agente estatalizador que reparte octavillas revolucionarias a las puertas de las fábricas, el peso de las grandes corporaciones sobre el PIB mundial no deja de crecer, lo que, sin duda, afecta al ensanchamiento de la desigualdad, ya que los gobiernos disponen de menos instrumentos fiscales en aras de promover la cohesión social. Además del efecto que tiene sobre las pequeñas empresas, con mayores dificultades para competir.
La existencia de grandes corporaciones con un enorme poder de mercado, en todo caso, no sería tan malo si no fuera por la conclusión a la que llega el FMI a través de una investigación realizada a partir de la información suministrada por un millón de empresas en 27 economías avanzadas. El creciente poder de mercado de las empresas ha tenido un "impacto negativo", todavía de forma limitada, pero "si no se controla podría en el futuro pasar una mayor factura al crecimiento económico y los ingresos de las personas". Es más, según el FMI, "las autoridades necesitan diversas políticas para preservar el vigor de la competencia en el mercado".
Tampoco parece que este asunto esté en el centro de la agenda política. Lo único importante sigue siendo Cataluña. Y eso que desde hace años —y en esto coinciden los gobiernos de derecha e izquierda— está identificado que uno de los problemas centrales de la economía española tiene que ver con el tamaño de sus empresas. No en vano, el 92% de las sociedades tiene menos de cinco trabajadores y apenas 71.472 (el 0,2%) cuenta con más de 20 asalariados. Lo paradójico, en este caso, es que hay bastante consenso en cómo aumentar el tamaño medio de la empresa para hacerla más competitiva. Nada se hace. Cataluña marca la agenda. El mundo se equivoca y el cambio climático tendrá que esperar. Cataluña, siempre Cataluña.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario