Casado y Rivera, que se sepa, aún no se han retado en el campo del honor, pero es probable que lo hagan si el 26 de mayo consolidan la fractura de la derecha
Pablo Casado y Albert Rivera, en primer plano, antes de uno de los debates de las pasadas elecciones. (EFE)
La figura del duelo por un asunto de honor tiene larga tradición en España. Probablemente, como han puesto de relieve algunos estudiosos,
porque el concepto tradicional de honor tiene su origen en la riqueza y
el poder. No en vano, la figura del hidalgo, el hijo de algo valioso y honroso, está muy asentada en la literatura española. Y ya en el Romancero, se acredita que "en naciendo el hijodalgo es acostumbrado a morir por casos de honra".
Es harto conocido que Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, le dice a Don Lope que "el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios"; mientras que Calderón o Lope de Vega retratan la sociedad de su época como una especie de lucha de clases moderna en la que el honor sustituye a la plusvalía marxista. Incluso Cervantes, en la segunda parte del Quijote, recuerda que "la honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso".
No es casualidad, por ello, que el último duelo acreditado en España se haya celebrado en el tardío año de 1904; por supuesto, por una cuestión de honor, como la que le llevó a la tumba a Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de EEUU, y a punto a Salvador Allende, que en 1952 salvó el pellejo por un oportuno resbalón mientras disparaba contra el diputado Raúl Rettig.
Casado y Rivera, que se sepa, aún no se han retado en el campo del honor, pero es probable que lo hagan si el 26 de mayo consolidan la fractura de la derecha, pero en la oposición, que es lo peor que le puede suceder a un partido político. Ya se sabe que, cuando no hay harina, como dice el dicho, todo es mohína, y eso explica la escalada de la tensión entre dos de las tres derechas. La tercera, como se sabe, observa con indisimulado desparpajo cómo se despellejan el Partido Popular y Ciudadanos. Mientras que la izquierda, víctima durante décadas de una ley electoral tan injusta como obsoleta, disfruta del espectáculo.
Lo paradójico no es la batalla ideológica, que
apenas existe habida cuenta del desplazamiento de Ciudadanos hacia
posiciones conservadoras, sino el hecho de que en el actual ciclo
electoral el objetivo no sea cómo ganar al PSOE, sino quién queda
primero. Casi, casi una cuestión de honor con evidentes consecuencias para Casado. O lo que es lo mismo, lo que está en juego es quién liderará la oposición.
Una extraña pelea que necesariamente recuerda a los años 80, cuando Fraga —siempre tan atraído por el bipartidismo británico—, parecía encantado de ser el líder de la oposición después del naufragio de UCD, lo que llevó a Felipe González a reconocer al gallego de forma honorífica (esa figura no cabe en el ordenamiento constitucional español) como el primer dirigente de la minoría mayoritaria. O sea, como líder de la oposición.
Este es, en realidad, el drama de la derecha, que pelea por ser segundo, lo cual refleja hasta qué punto su crisis es aguda. Detrás de esta realidad se encuentra, sin duda, el enorme espacio político que ha dejado Rivera a su izquierda, con el camino expedito para que Sánchez permanezca en la Moncloa al menos dos legislaturas. Entre otras cosas, porque los propios dirigentes del PP parecen haber asumido con una sumisión inaudita ese extraño principio que dice que para llegar a la Moncloa hay que perder antes dos elecciones.
La existencia de un enorme vacío en el centro político no es un asunto cualquiera habida cuenta de su papel equilibrador. El centro no es un punto equidistante entre la derecha y la izquierda, aunque a veces algunos partidos puedan ocupar circunstancialmente ese espacio, sino el territorio en el que se fraguan los acuerdos políticos. Y los políticos que no hacen política, como les sucede ahora a Casado y Rivera, acaban ensimismados con sus propias miserias, que en estos momentos es convertirse en líder de la oposición.
Es curioso que tras el fallecimiento de Rubalcaba todos sus rivales hayan destacado que se trataba de un 'político de Estado'. Es decir, aunque pueda parecer una obviedad, de alguien que hace política, que es justamente lo contrario a quienes entienden la cosa pública como una gresca permanente, lo que obliga a polarizar el espacio público y a poner muros de contención que inhabilitan los territorios de acuerdo. El resultado es obvio: Casado y Rivera han achicado su espacio político como nunca antes lo había hecho el centro derecha desde el Congreso de Sevilla, aquel que aclamó a Aznar en 1990, quien hoy ha perdido totalmente el 'oremus' de la política.
Como ha dicho Rajoy con acierto en su necrológica de agradecimiento por los servicios prestados, Rubalcaba representaba "un modelo de político ahora en desuso: ni vivía obsesionado por la imagen, ni se perdía por un regate cortoplacista. Sabía mirar más allá del próximo cuarto de hora y contaba con un discurso sólido que merecía ser escuchado porque destacaba por encima de consignas publicitarias y eslóganes ramplones; un discurso que se basaba en la racionalidad y en los argumentos, no en la búsqueda de un enemigo artificial contra el que legitimarse".
Casado y Rivera, sin embargo, tienen perfecto derecho a destrozarse mutuamente —en la vieja tradición española el honor se lavaba con la muerte— para lograr una victoria que necesariamente será pírrica. El riesgo es que esa batalla campal se traslade al Congreso, lo que arruinaría de nuevo la legislatura y aumentaría la desafección hacia la política, un fenómeno que va más allá de la mera participación electoral. Precisamente, porque los políticos se nieguen a hacer política, que es para lo que fueron elegidos, no para convertir el hemiciclo en un plató de televisión en busca de nuevas elecciones.
Nada indica que aquello vaya a ser así. Si la política es el arte de hacer posible lo imposible, el frentismo, el sectarismo y la nadería se han instalado en la cosa pública. Hasta el punto de que parece más relevante el nombre del presidente del Senado —Iceta o cualquier otro— que la propia naturaleza de la cámara alta, que es hacia donde debería trasladarse la organización territorial del Estado, lo que ha convertido al Congreso en los últimos años en un lodazal de agravios comparativos. El célebre y tú más… Probablemente, porque en la política tienen hoy más importancia los gestos —un día se habló de llevar el Senado a Barcelona y la elección de Iceta se interpreta en esos términos— que la propia política, a la que se vacía interesadamente de contenido en favor de señales y aspavientos que, en la mayoría de las ocasiones, son puro humo.
El problema, como han dicho muchos constitucionalistas y expertos en financiación territorial, es la actual naturaleza del Senado, que incumple el mandato constitucional, no quien lo presida; y su reforma depende, necesariamente, de un acuerdo político en el que deben estar involucrados los cuatro partidos principales del arco parlamentario.
En este sentido, tanto la probable elección de Inés Arrimadas como portavoz de Ciudadanos, obsesionada con un 155 preventivo, como el interés de los soberanistas en trasladar a la carrera de San Jerónimo la gresca diaria en el Parlament (nueve diputados catalanes se han trasladado a Madrid en la nueva legislatura y una veintena se sentarán en el hemiciclo), no es más que una señal de alarma que refleja cómo la cuestión catalana —con todo lo importante que es— continuará emponzoñando la vida política española, ensimismada, como se ha dicho, en sus miserias territoriales.
Y tanto Casado como Rivera deben recordar que en Cataluña, precisamente, está el origen del resurgir de Vox, que es lo que le da munición para seguir disparando contra la Constitución y contra la centralidad política. En definitiva, una cuestión de honor.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
Es harto conocido que Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, le dice a Don Lope que "el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios"; mientras que Calderón o Lope de Vega retratan la sociedad de su época como una especie de lucha de clases moderna en la que el honor sustituye a la plusvalía marxista. Incluso Cervantes, en la segunda parte del Quijote, recuerda que "la honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso".
Vuelco de campaña de Casado: Rajoy amplía su presencia y Aznar desaparece
No es casualidad, por ello, que el último duelo acreditado en España se haya celebrado en el tardío año de 1904; por supuesto, por una cuestión de honor, como la que le llevó a la tumba a Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de EEUU, y a punto a Salvador Allende, que en 1952 salvó el pellejo por un oportuno resbalón mientras disparaba contra el diputado Raúl Rettig.
Casado y Rivera, que se sepa, aún no se han retado en el campo del honor, pero es probable que lo hagan si el 26 de mayo consolidan la fractura de la derecha, pero en la oposición, que es lo peor que le puede suceder a un partido político. Ya se sabe que, cuando no hay harina, como dice el dicho, todo es mohína, y eso explica la escalada de la tensión entre dos de las tres derechas. La tercera, como se sabe, observa con indisimulado desparpajo cómo se despellejan el Partido Popular y Ciudadanos. Mientras que la izquierda, víctima durante décadas de una ley electoral tan injusta como obsoleta, disfruta del espectáculo.
Lo
paradójico no es la batalla ideológica, sino que en el actual ciclo
electoral el objetivo no sea cómo ganar al PSOE, sino quién lidera la
oposición
El líder de la oposición
Una extraña pelea que necesariamente recuerda a los años 80, cuando Fraga —siempre tan atraído por el bipartidismo británico—, parecía encantado de ser el líder de la oposición después del naufragio de UCD, lo que llevó a Felipe González a reconocer al gallego de forma honorífica (esa figura no cabe en el ordenamiento constitucional español) como el primer dirigente de la minoría mayoritaria. O sea, como líder de la oposición.
Este es, en realidad, el drama de la derecha, que pelea por ser segundo, lo cual refleja hasta qué punto su crisis es aguda. Detrás de esta realidad se encuentra, sin duda, el enorme espacio político que ha dejado Rivera a su izquierda, con el camino expedito para que Sánchez permanezca en la Moncloa al menos dos legislaturas. Entre otras cosas, porque los propios dirigentes del PP parecen haber asumido con una sumisión inaudita ese extraño principio que dice que para llegar a la Moncloa hay que perder antes dos elecciones.
Los
propios dirigentes del PP parecen haber asumido con una sumisión
inaudita ese extraño principio que dice que para llegar a la Moncloa hay
que perder antes dos elecciones
La existencia de un enorme vacío en el centro político no es un asunto cualquiera habida cuenta de su papel equilibrador. El centro no es un punto equidistante entre la derecha y la izquierda, aunque a veces algunos partidos puedan ocupar circunstancialmente ese espacio, sino el territorio en el que se fraguan los acuerdos políticos. Y los políticos que no hacen política, como les sucede ahora a Casado y Rivera, acaban ensimismados con sus propias miserias, que en estos momentos es convertirse en líder de la oposición.
Es curioso que tras el fallecimiento de Rubalcaba todos sus rivales hayan destacado que se trataba de un 'político de Estado'. Es decir, aunque pueda parecer una obviedad, de alguien que hace política, que es justamente lo contrario a quienes entienden la cosa pública como una gresca permanente, lo que obliga a polarizar el espacio público y a poner muros de contención que inhabilitan los territorios de acuerdo. El resultado es obvio: Casado y Rivera han achicado su espacio político como nunca antes lo había hecho el centro derecha desde el Congreso de Sevilla, aquel que aclamó a Aznar en 1990, quien hoy ha perdido totalmente el 'oremus' de la política.
Eslóganes ramplones
Como ha dicho Rajoy con acierto en su necrológica de agradecimiento por los servicios prestados, Rubalcaba representaba "un modelo de político ahora en desuso: ni vivía obsesionado por la imagen, ni se perdía por un regate cortoplacista. Sabía mirar más allá del próximo cuarto de hora y contaba con un discurso sólido que merecía ser escuchado porque destacaba por encima de consignas publicitarias y eslóganes ramplones; un discurso que se basaba en la racionalidad y en los argumentos, no en la búsqueda de un enemigo artificial contra el que legitimarse".
Casado y Rivera, sin embargo, tienen perfecto derecho a destrozarse mutuamente —en la vieja tradición española el honor se lavaba con la muerte— para lograr una victoria que necesariamente será pírrica. El riesgo es que esa batalla campal se traslade al Congreso, lo que arruinaría de nuevo la legislatura y aumentaría la desafección hacia la política, un fenómeno que va más allá de la mera participación electoral. Precisamente, porque los políticos se nieguen a hacer política, que es para lo que fueron elegidos, no para convertir el hemiciclo en un plató de televisión en busca de nuevas elecciones.
Nada indica que aquello vaya a ser así. Si la política es el arte de hacer posible lo imposible, el frentismo, el sectarismo y la nadería se han instalado en la cosa pública. Hasta el punto de que parece más relevante el nombre del presidente del Senado —Iceta o cualquier otro— que la propia naturaleza de la cámara alta, que es hacia donde debería trasladarse la organización territorial del Estado, lo que ha convertido al Congreso en los últimos años en un lodazal de agravios comparativos. El célebre y tú más… Probablemente, porque en la política tienen hoy más importancia los gestos —un día se habló de llevar el Senado a Barcelona y la elección de Iceta se interpreta en esos términos— que la propia política, a la que se vacía interesadamente de contenido en favor de señales y aspavientos que, en la mayoría de las ocasiones, son puro humo.
En
la política tienen hoy más importancia los gestos que la propia
política, a la que se vacía de contenido en favor de señales que son
solo humo
El problema, como han dicho muchos constitucionalistas y expertos en financiación territorial, es la actual naturaleza del Senado, que incumple el mandato constitucional, no quien lo presida; y su reforma depende, necesariamente, de un acuerdo político en el que deben estar involucrados los cuatro partidos principales del arco parlamentario.
En este sentido, tanto la probable elección de Inés Arrimadas como portavoz de Ciudadanos, obsesionada con un 155 preventivo, como el interés de los soberanistas en trasladar a la carrera de San Jerónimo la gresca diaria en el Parlament (nueve diputados catalanes se han trasladado a Madrid en la nueva legislatura y una veintena se sentarán en el hemiciclo), no es más que una señal de alarma que refleja cómo la cuestión catalana —con todo lo importante que es— continuará emponzoñando la vida política española, ensimismada, como se ha dicho, en sus miserias territoriales.
Y tanto Casado como Rivera deben recordar que en Cataluña, precisamente, está el origen del resurgir de Vox, que es lo que le da munición para seguir disparando contra la Constitución y contra la centralidad política. En definitiva, una cuestión de honor.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario