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lunes, 6 de mayo de 2019

EL PORTERO DE LA DEMOCRACIA


La Junta Electoral Central parece poseída por lo que podríamos llamar «anarquía jurídica»


Juan Manuel de Prada


Afirmaba sarcásticamente Somerset Maugham que la democracia es una fiesta a la que están todos invitados; pero que luego, cuando todos acuden a la fiesta, descubren que a la puerta hay un portero con derecho de admisión que sólo deja pasar a quienes lo agasajan. Ignoro si Somerset Maugham insinuaba que la democracia es un régimen venal. En cualquier caso, un régimen venal es preferible a un régimen arbitrario.

Me he acordado mucho de la mordaz frase del escritor inglés durante las últimas semanas, leyendo el flujo incontinente de noticias generado por la Junta Electoral Central (las mayúsculas que no faltan), que es el portero de nuestra democracia fetén. Pero no un portero cualquiera, sino portero de discoteca enfarlopado hastas cejas; y no portero de cualquier puerta, sino portero de puerta giratoria a la que le hubiesen instalado el motor de un ventilador con distintas velocidades, para que sólo puedan pasar a la fiesta de la democracia los que en cada momento convengan. La Junta Electoral Central parece poseída por lo que podríamos llamar «anarquía jurídica», que según nos enseña Danilo Castellano no es -como los ingenuos piensan- una consecuencia de la anomia, sino del positivismo, que no es otra cosa sino mera expresión del arbitrio del poderoso de turno. El derecho, bajo el positivismo, deja de ser determinación de la justicia, para convertirse en un turbulento barrizal leguleyo, dependiente de «la libertad autodeterminada del querer» (que diría Hegel) del poderoso de turno. Así, el positivismo se convierte en un barrizal de arbitrariedades dictadas por instancias de poder con «libertad de querer», puro nihilismo jurídico apoyado siempre en contingencias (que es el eufemismo de «conveniencias») políticas cambiantes, cuando no en pasiones, en pulsiones, en instintos, en anhelos cambiantes.

Ha sido arbitrario que la Junta Electoral impidiera participar a Santiago Abascal en los debates televisivos recientes, con la excusa de que carecía de representación parlamentaria, después de que se permitiese a Rivera e Iglesias participar en otros debates similares hace cuatro años. Es arbitrario también que la Junta Electoral haya decidido expulsar de una candidatura para el pudridero europeo al errabundo Puigdemont, que concurrió tan campante en las últimas elecciones autonómicas catalanas, hallándose entonces en el mismo limbo jurídico en que se halla hoy, acogido a ese «palo embadurnado de mierda que nadie se atreve a tocar» (Baudelaire dixit) que es Bélgica. Y es, en fin, arbitrario que la Junta Electoral pretenda impedir que ¡la alcaldesa de Madrid! participe en los debates televisivos municipales, arguyendo que concurre con un «partido nuevo». Resulta, en verdad, irrisorio y desquiciante que nuestro portero de discoteca pretenda que Ahora Madrid (el nombre de la candidatura encabezada por Carmena en 2015) y Más Madrid (el nombre de la candidatura que encabeza ahora) no son la misma formación, acogiéndose a un criterio puramente nominalista. No en vano el nominalismo es el padre filosófico del relativismo, que a su vez es el padre del positivismo nihilista. ¡Menuda estirpe purulenta!

Naturalmente, todas estas arbitrariedades flagrantes de la Junta Electoral quedan diluidas porque la demogresca ha fanatizado a las gentes, que según el negociado ideológico al que se adscriban aplaudirán tales o cuales decisiones de la Junta, a la vez que bramarán contra tales o cuales otras. Y así, el portero de la fiesta democrática puede hacer uso de su derecho de admisión como le pete, según aquella exhortación del célebre satanista Aleister Crowley: «Haz lo que quieras es la única ley».


                                                                            JUAN MANUEL DE PRADA   Vía ABC 

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