Muy finos sus comentarios sobre cambio político y cambio social en los países del Este, la caducidad de ese modelo que al menos hasta 1989 asociaba irremediablemente futuro y libertad a Occidente. La redefinición del concepto de utopía y los problemas y limitaciones de nuestra forma de entender la identidad.
Atención al papel de todos los nuevos jugadores. Los que quieren ser escuchados, vistos, desde los chalecos amarillos a los jóvenes que se manifiestan por el clima. Y a los que preferirían que les dejaran de apuntar con el dedo.
Por otro parte, escribía hace unos días Timothy Garton Ash un larguísimo ensayo en The Guardian sobre por qué no hay que permitir que Europa se rompa (Why we must not let Europe break apart). Cómo ha pasado antes en la historia, pero con la diferencia que ahora se pelea (peleamos) por ser sujetos y no sólo objetos en y de la política mundial. Y donde aborda también, y no por casualidad, el concepto de utopía, pero de una forma distinta al búlgaro.
De la mano de su amigo Bronislaw Geremek, el niño que escapó del gueto para sobrevivir en la Varsovia ocupada, y de Julio, un estudiante español convertido en camarero en Oxford, traza un esbozo de Europa como futuro compartido en todo el continente, por razones muy diversas. Y de cómo estamos por primera vez, ante una generación que sólo ha conocido esa Europa unida y pacífica, la de los 89ers la llama, en contraposición a los de 1914 y 1939, justo en medio de una crisis existencial, pagando los errores, pero también los éxitos de las últimas décadas.
"We are only credible if we acknowledge that the European Union is now passing through an existential crisis, under attack from inside and out. It is paying the price both for past successes, which result in its achievements being taken for granted, and past mistakes, many of them having the shared characteristic of liberal over-reach".
Especial relevancia la de esta idea: Europa es una entidad madura que debe empezar a sentirse cómoda con su cuerpo y dejar esa retórica teleológica enfocada hacia el futuro. Asumir que su legitimidad no deriva de una utopía.
PABLO R. SUANZES Vía EL MUNDO
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