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martes, 28 de mayo de 2019
Lo que Sánchez puede aprender de Willy Brandt
Pedro Sánchez tiene para elegir. A
derecha e izquierda. Tanto Ciudadanos como Podemos carecen de incentivos
para no pactar. Lo contrario sería caer en el ostracismo
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE)
Giulio Andreotti recomendó a la joven democracia española al
principio de la Transición 'manca finezza'. Es decir, que no despreciara
el valor de la finura a la hora de hacer política, pero es probable que
al presidente del Gobierno en funciones le venga mejor la célebre cita
de San Mateo en la que recomendaba que, cuando se diera limosna,
la mano izquierda no supiera lo que hacía la mano derecha. O viceversa.
Presumir de la caridad (aunque sea política) no es señal de humildad ni,
por supuesto de buen hacer.
No es que Pedro Sánchez vaya a ejercer de filántropo
a diestra (Ciudadanos) o siniestra (Podemos), pero sí es casi seguro
que tendrá que tirar de mucha finura si quiere agotar la legislatura.
Entre otras cosas, porque con 123 diputados (menos de los que tuvo Rajoy) en una Cámara de 350 diputados poco se puede hacer. Claro está, salvo que funcionara lo que Zapatero llamó geometría variable, que requiere unas dosis de finura política —la que reclamaba Andreotti— de la que hoy carece el sistema parlamentario.
En la medida en que Sánchez se aproxime a Rivera —que
necesariamente lo hará para asegurarse poder territorial—, se irá
alejando inexorablemente de Podemos, cuyo líder tiene ante sí uno de los
dilemas más terribles que puede tener un político: tirar para adelante
como si nada hubiera pasado tras el batacazo electoral o, por el contrario, reconocer que su errática estrategia
conduce a Podemos a la nada. El partido, de hecho, ha vuelto a la
casilla de salida. Es decir, a un nivel cada vez más próximo al que
llegó a tener Julio Anguita en sus mejores tiempos.
A Sánchez, lógicamente, lo que le gustaría es pactar con unos y con otros, con tirios y troyanos, pero en un país tan parlamentariamente bizarro (con el ruido del nacionalismo soplando con fuerza), no lo tendrá fácil. Pero no será imposible. Entre otros motivos, porque sin sorpaso,
y con un largo periodo sin elecciones por delante, los incentivos para
pactar de Ciudadanos y Podemos con el Partido Socialista son,
paradójicamente, mayores.
Tanto Rivera como Pablo Iglesias, en este caso siempre que no se
desaten las hostilidades en la formación morada, están obligados a
demostrar a sus electores, pero sobre todo a sus cuadros y militantes,
que son útiles. Es decir, que sus votos sirven para algo. De lo contrario, estarían condenados al ostracismo y a la pérdida de influencia, lo cual es casi lo peor que le puede suceder a un partido.
Hernández Mancha II
En el caso de Ciudadanos, porque acabado el ciclo electoral sus dirigentes deberían ser conscientes de que el radicalismo verbal
ha podido servir para competir electoralmente con Vox y con Casado,
cuyo liderazgo, tras la debacle del 28-A ha estado en el alero. El
presidente del PP, sin embargo, aunque con pobres resultados, ha sacado la cabeza, lo que le ha evitado convertirse en el segundo Hernández Mancha de Génova 13. Ya no hay duda de quién tiene la hegemonía en la derecha.
Curiosamente, algo parecido le sucede a Pablo Iglesias, que tras su conversión en el camino de Damasco hacia la socialdemocracia,
al menos en los debates electorales televisados, no está en condiciones
de asaltar ningún cielo. Entre otras cosas, porque pocos le seguirían.
El grado de desmovilización de los votantes de Podemos, como se
ha demostrado en Madrid, es grande. Pero es que, además, eso sería lo
mismo que admitir que su neoestrategia electoral (que era la misma que la de Errejón) estaba equivocada.
Iglesias,
de hecho, ni siquiera está en condiciones de poner pegas en la
investidura de Sánchez (como hizo tras la fallida convocatoria electoral
de 2015) más allá de los latiguillos habituales para demostrar ante sus
cuadros que Podemos es una organización que no ha olvidado el 15-M,
cuando tomar la calle era una especie de obligación para sus afiliados, y que ha ido diluyéndose a medida que se 'aburguesaban', como suelen repetir los dirigentes de Anticapitalistas.
Zancadillas
Sánchez, de esta manera, tiene un amplio margen de
actuación, incluido, lógicamente, el veto para que Podemos entre en el
Gobierno, lo que permitiría al próximo Ejecutivo de Sánchez realizar los
ajustes que tarde o temprano tendrá que hacer el sector público para
cumplir con Bruselas, y que podrían salir adelante con el respaldo de
Ciudadanos, para demostrar que se trata de un partido útil y fiable. Lo
contrario sería el ostracismo, que es lo que nadie querría en un país
con amplia discrecionalidad para ser gobernado por decreto ley. Máxime,
cuando la Mesa del Congreso la controlan PSOE y Podemos, que pueden
poner zancadillas a la tramitación de leyes, como se hizo en la anterior
legislatura.
Incluso en el hipotético caso de que afines a Podemos
—no algunos de sus dirigentes— entraran en el próximo de Gobierno de
Sánchez (un guiño que no cuesta nada y que podría salvar la cara de
Iglesias), Moncloa podría echar mano de lo que recomendaba Willy Brandt en sus memorias.
El
canciller alemán recordó que el Partido Liberal había votado
sistemáticamente desde los años cuarenta con la CDU, por lo que cuando
en 1969 se aliaron socialdemócratas y liberales rompiendo un
pacto histórico, lo que hicieron fue hacer crisis periódicas para que la
sociedad alemana comprendiera que los liberales no eran un mero
apéndice. Por eso, acordaron fingir —fue también el comienzo de la
'ostpolitik' (la apertura hacia el este)— una crisis cada seis meses
para que los electores visualizaran las dos identidades. Esa es la
'manca finezza' que reclamaba Andreotti.
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