Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.
A lo grande. Pedro Sánchez
se comporta como si en lugar de los magros 123 escaños (los mismos que
cosechó Rajoy tras el descomunal trompazo que se metió en diciembre de
2015) conseguidos, le avalara una mayoría absoluta, fuera una copia en
pan de oro de aquel Felipe González que en
1982 ganó las generales con 202 escaños. Estamos ante la reedición de
ese viejo dicho según el cual en el ruedo ibérico quien tira la pata palante
y aguanta la embestida sale por la puerta grande, porque resistir es
ganar y fingir victoria es adelantar media batalla sin haber sufrido un
rasguño. Sánchez está demostrando agilidad para moverse entre los
cadáveres que hoy lucen ateridos sobre el campo de batalla del 28 de
abril. Un tipo listo, hay que reconocerlo. Él o alguien de su entorno.
Sobrado de cuajo, ha recibido en Moncloa al resto de líderes políticos
para supuestamente “evacuar consultas” (como se decía en tiempos del
ínclito don Claudio) suplantando, dicen,
las funciones de quien constitucionalmente debe recibir en Palacio a
esos líderes para encargar la formación de Gobierno, en lo que no pasa
de ser un nuevo y descarado uso partidario de las instituciones
destinado a enviar al electorado un nítido mensaje de ya ven ustedes
quién coño manda aquí, todo con la vista puesta en el 26 de mayo.
Ligero de equipaje en lo que a valores y convicciones se
refiere, porque en casa lo fiamos todo, dilo tú, Begoña, al uso y
disfrute del poder, el ganador de las generales del día 28 va a intentar
pasar a la historia poco menos que como un estadista, el típico y
evanescente sueño de todo mediocre sorprendido en pleno bosque por el
lobo del Poder. Es la “hipótesis A” que sobre el discurrir de la nueva
legislatura se maneja en algunos círculos. Pasar a la historia durando,
en primer lugar, porque el tiempo es también un signo de distinción en
todos los manuales. Ocupando Moncloa tanto como Felipe. Y segundo y
sobre todo, arreglando un estropicio histórico de la dimensión del
catalán. Ni más ni menos, que en casa no nos fijamos objetivos menores,
tócala otra vez, Begoña, cuéntalo tú que a mí me da la risa, y se van a
enterar quienes con desdén nos han ninguneado estos años, van a tener
tiempo para lamentar su error, esos poderosos para quienes no éramos
nadie, esos señores del Ibex que no paran estos días de enviarnos
felicitaciones y a los que tengo en lista de espera para venir a pedir
perdón. Sin rodilleras.
Y a fe que va a disponer de un
Congreso a pedir de boca para sortear la legislatura con comodidad a
pesar de esos cortos 123, embarcado en lo que llaman “geometría
variable”, horrenda expresión para indicar lo que toda la vida de Dios
se ha llamado “cintura”, cintura y juego de piernas para sacar adelante
una cosa con unos y otra con otros. Cuatro partidos (al margen del suyo
propio) con 66, 57, 42 y 24 diputados. Y un quinto con 15, si metemos en
el bombo de la gobernabilidad a ERC. Una aritmética –que no geometría-
que permite varias combinaciones para ese Gobierno en solitario cuyo
mayor desafío podría consistir en seguir teniendo entretenido a Podemos
con chucherías varias, en lugar de sentarlo de verdad a la mesa del
poder con esa entrada en el Gobierno que reclama Iglesias,
esos ministerios con dinerito contante y sonante, esos altos cargos que
piden, casi exigen, tocar poder de una vez en justo premio a la
fidelidad mostrada, porque aquí el único que sin haber ganado nada se ha
mercado un casoplón de pelotas, financiado por el partido, has sido
precisamente tú, Pablo, y ya va siendo hora de empezar a comer todos de
ese pastel.
Casado parece un faisán desplumado que rueda por las alacenas de la cocina de Génova listo para entrar en la olla y cocerse a fuego lento
Poco
que temer de un PP en los huesos, un partido cuyo objetivo ahora mismo
no es tanto recuperarse electoralmente como sobrevivir. No morir en las
riberas de este amenazador 26 de mayo tras años de arrastrarse exangüe a
los mandos de un siniestro personaje cuyo gran logro consistió en dejar
el partido reducido a escombros. Tuvo su oportunidad Pablo Casado tras el Congreso en el que derrotó a Soraya:
la de haber entrado con el lanzallamas en la sede de Génova dispuesto a
abrir ventanas, acabar con la corrupción y empezar a construir casi
desde cero. Operación arriesgada, desde luego.
Batalla para gente con
agallas. Lo que hizo fue templar gaitas con rajoyistas, sorayistas y
otros “istas”, acostumbrados todos a años de fétido asentimiento. Los
resultados están a la vista. Casado parece un faisán desplumado que
rueda por las alacenas de la cocina de Génova listo para entrar en la
olla y cocerse a fuego lento. La herida en el costado dejada por los
resultados del 28 sigue sangrando a borbotones, y esa falta de temple le
hace correr cual pollo sin cabeza, haciendo y diciendo una cosa y su
contraria para desconcierto de amigos y solad de enemigos, verbi gratia,
los listísimos chicos de la tecnocracia sorayista que estos días se
están tomando cumplida venganza: “Qué, Fulano, tu gran líder se ha dado
la gran hostia, y no dirás que no te lo advertí…”.
Rajoy regaló a Sánchez el Gobierno de España
Las
previsiones que el CIS -manipulado hasta la náusea- adelantó el jueves
no invitan al optimismo. Es el final lógico de una historia que el gran
culpable escribió, contra el más elemental patriotismo, en un
restaurante de la calle de Alcalá esquina a Independencia, donde el
malandrín se refugió, desde el mediodía del 31 de mayo hasta bien
entrada la noche, dispuesto a enfangar su pasado, arruinar su presente y
fundir su futuro en alcohol de distintas facturas, todo ello mientras
en el Congreso se decidía el futuro de España. Lo que aquella tarde
noche hizo Mariano Rajoy fue ceder la
posición, por usar un símil baloncestístico, a un adversario cuyo máximo
logro hasta entonces había consistido en perder todas y cada una de las
elecciones en las que había concurrido, y cada vez con peores
resultados. En otras palabras, Mariano regaló aquel día a Sánchez el
Gobierno de España, una concesión insólita en la historia de las
democracias occidentales. Cede la posición y pone en sus manos la
posibilidad de convocar elecciones cuando más le convenga, desde luego
nunca antes de haber utilizado el BOE a conciencia para regar el “prao”
con dinero público. “De la noche a la mañana, Rajoy concede a Sánchez un
6% de votos [el llamado “bono del canciller” o el margen con que el
inquilino de Moncloa inicia la carrera por el simple hecho de ocupar la
presidencia] además del control de RTVE y el CIS”, escribía Guillermo Gortázar, colaborador de esta casa, el pasado 17 de abril.
Mala pinta tiene el difunto. Si la solución a los males
del PP consiste en sacar de nuevo en procesión la momia de Rajoy cual
brazo incorrupto de Santa Teresa,
difícilmente podrá Casado recuperar uno solo de los 6,41 millones de
votos perdidos entre el 21 de noviembre de 2011 y el 28 de abril de
2019. Y si la alternativa es el señor Feijóo,
copia en sepia de Mariano, peor aún. La única oposición real que cabe
esperar por Sánchez es la proveniente de un Ciudadanos convertido en
auténtico recambio a un PP consumido en la llama de sus propios errores.
En espera de ver cómo se dilucida la pelea por la jefatura de la
derecha, con sus líderes enzarzados en socrática disputa entre galgos y
podencos, Sánchez podría tener por delante en la “hipótesis A” una
legislatura relativamente tranquila, con bazas de sobra para jugar a
tenor de los acontecimientos, incluso la de disolver y convocar
elecciones a mitad de partido para reforzar su posición parlamentaria.
Si la solución a los males del PP consiste en sacar de nuevo en procesión la momia de Rajoy cual brazo incorrupto de Santa Teresa, difícilmente podrá Casado recuperar uno solo de los 6,41 millones de votos perdidos
El broche de oro, la clave del arco de esta visión
placentera de la legislatura (nada es descartable en un personaje que
aspiraba a agotar la pasada con apenas 84 diputados) que Sánchez imagina
estos días sería la intención de arreglar él solito el problema
catalán. El opio del diálogo produce monstruos. “Su pretensión,
confesada en privado, es intentar hacer algo importante en Cataluña, y
¿qué puede ser más importante que calmar ese incendio?” se pregunta una
fuente del entorno socialista. En su poder tiene una moneda de cambio
muy valiosa: el indulto para los líderes del procés
que hoy se sientan en el banquillo de las Salesas, una vez condenados.
Indulto a cambio de respeto al marco constitucional. Dado el brutal
desgaste sufrido por una aventura que todos saben muerta (“El
separatismo es una ilusión morbosa que encubre una absoluta impotencia”,
concluyó Gaziel en un lejano 1930), los líderes golpistas tendrían por
delante una difícil elección: la calle o la cárcel. Y un arreglo de este
tipo, por vergonzante que a priori pudiera parecer, podría ser comprado
por muchos españoles, dentro y fuera de Cataluña, hartos de esta
pesadilla.
Iceta y la maldad de Sánchez
En esta ensoñación hay que inscribir el nombramiento de Miquel Iceta
como presidente del Senado. “La típica maldad de Sánchez”, sostiene un
líder de la oposición. “El tipo más voluble, el menos fiable que tengo,
el que primero habló de indulto, lo pongo a vuestra disposición en el
Senado, la Cámara encargada de tramitar en su caso un nuevo 155”. Iceta
como puente por el que hacer transitar una negociación que en todo caso
se presume muy compleja si no imposible, a tenor de la reacción de ERC
al nombramiento del bailarín como senador autonómico catalán (“Un mal
comienzo”, ha dicho el propio Sánchez). Porque frente a esa visión
“placentera” de la legislatura, se yergue la “hipótesis B” de la misma o
la dura realidad de una mayoría muy exigua, con la que resulta una
quimera pretender aguantar cuatro años gobernando en solitario y con
apoyos puntuales. Un Gobierno de 84 diputados dio para un año (ocho
meses en realidad), y otro de 123 dará apenas para dos. De modo que si
Sánchez pretende durar –su primer y único objetivo claro- estará
obligado a asumir el coste de un Gobierno de coalición con Podemos y a
cerrar algún tipo de pacto de legislatura con ERC.
La
vida tenía un precio. Un precio que podría resultar liviano para Sánchez
pero muy oneroso para la unidad nacional. “Si mete a Podemos en el
Gobierno y pacta un acuerdo con ERC tendremos una legislatura muy dura, a
cara de perro, sin ninguna concesión por parte de Ciudadanos y PP, y no
digamos ya de Vox”, señala la fuente antes citada. “Una legislatura
que, en términos económicos, sería un desastre para el país, con
descontrol del gasto y aumento de impuestos para todos. Pero si sabe
jugar bien sus cartas en solitario, manteniendo a Iglesias lejos, podría
llegar a entenderse con Cs en determinadas cuestiones de Estado,
asuntos puntuales susceptibles de pacto, aunque siempre con esas dos
premisas: que Podemos no esté en el Gobierno y que se olvide del
indulto, porque eso supondría romper la baraja en los términos más
brutales”. El fantasma del separatismo como fiel de la balanza, hasta el
punto de que, como en realidad le sucediera a Rajoy, podría ser el
problema catalán el que finalmente terminara dejando tirado a Sánchez en
la cuneta. ¿Cuál de estas hipótesis elegirá el aludido? ¿Por qué vereda
orientará la legislatura? Nada es descartable en un personaje sin
ideología, sin escrúpulos (como ha vuelto a demostrar con la utilización
torticera de la muerte de Rubalcaba,
chupando cámara como un campeón a la vera del cartón piedra de unos
supuestos hombres de Estado) y sin palabra. De la vía que elija
dependerá la continuidad o no del régimen constitucional. Es lo que está
en juego: la senda de sociedad abierta por la que hemos transitado los
últimos casi 45 años, o ese “camino de servidumbre” de Hayek, que termina desembocando en el viejo “camino a la esclavitud” de Tocqueville.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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