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miércoles, 4 de octubre de 2017

El discurso del Rey: intervención de emergencia y compromiso sin concesiones

La monarquía española solo se siente obligada a tomar posición de forma contundente y cuando percibe una amenaza inmediata y grave para la subsistencia de la democracia constitucional



La última vez que un Rey constitucional de España se dirigió solemnemente al país fuera de los eventos regulares, fue el día del atentado del 11 de marzo de 2004: una matanza masiva a pocos días de unas elecciones generales, con el obvio propósito de desestabilizar la democracia española. Antes, hay que remontarse al golpe del 23 de febrero de 1981, con el Gobierno y el Parlamento secuestrados por quienes pretendían implantar de nuevo una dictadura militar.

Esos dos antecedentes dan la medida de esta comparecencia excepcional del jefe del Estado. La monarquía española, que se ha ganado la legitimidad de ejercicio y el respeto de la sociedad —incluidos los no monárquicos— a fuerza de respetar estrictamente el papel representativo que la Constitución le atribuye, solo se siente obligada a tomar posición de forma contundente y solemne cuando percibe una amenaza inmediata y grave para la subsistencia de la democracia constitucional. Está claro que el Rey ha interpretado que la situación en Cataluña nos coloca ante uno de esos casos.
Todos sabíamos que antes o después se produciría esta intervención del jefe del Estado. La duda era cuándo y cómo lo haría.

En cuanto al momento, muchos la situaban tras la anunciada declaración unilateral de independencia. No se ha esperado a ello. Todo en esta intervención transmite la percepción de una emergencia que no admitía demoras. ¿Por qué?

Sin duda, ha contribuido el desarrollo traumático —incluso más de lo que se suponía— de la jornada del domingo. Pero también la acelerada descomposición de la situación en las últimas 72 horas. Por una parte, la entrada en una espiral prerrevolucionaria en Cataluña, con un aumento alarmante de la crispación social. Por otra, el evidente naufragio del Gobierno y de su fallida estrategia para frenar la votación ilegal. En tercer lugar, el deterioro en los últimos días de la posición de España en la opinión pública internacional. Y por fin, los movimientos centrífugos en el bloque político de apoyo a la Constitución, cuyo principal exponente fue, este mismo martes, el anuncio del PSOE de una moción de reprobación contra la vicepresidenta que en realidad es una moción de censura encubierta al Gobierno y que, de llegar a votarse, mostrará de nuevo a ese partido alineado con todos los componentes del Frankenstein anticonstitucional: Podemos, ERC, Bildu, etc.



Todo indica que alguien ha pedido ayuda al Rey para ayudar a salvar una situación que se iba de las manos por horas. Y este, comprendiendo que lo que estaba en peligro no era el Gobierno sino el Estado mismo y con él la democracia, se ha puesto manos a la obra como hizo su padre en 2004 y en 1981.

La seriedad del desafío no admitía paños calientes ni ambigüedades. Ha sido contundente hasta extremos que a algunos les parecerán excesivos. El Rey ha emitido un discurso político de fondo y nada protocolario, una toma de posición inequívoca y un compromiso fuerte que admite pocas interpretaciones y cambia objetivamente el marco para varios actores políticos.

Todo indica que alguien ha pedido ayuda al Rey. Y este, comprendiendo que lo que estaba en peligro era el Estado mismo, se ha puesto manos a la obra

Ha identificado sin ambages la naturaleza y el alcance del problema: no estamos ante un conflicto entre poderes del Estado que requeriría de él un papel arbitral, sino ante un desafío a la pervivencia del Estado mismo. Algo que puede poner en riesgo “la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España”.

También ha señalado claramente el foco: la Generalitat, las autoridades de Cataluña. Ha calificado su comportamiento en los términos más duros posibles: deslealtad inadmisible, quebranto de la democracia, socavamiento de la convivencia, fractura social y emocional y apropiación ilícita de las instituciones. Al recordar que esas autoridades representan al Estado en Cataluña —incluido al propio jefe del Estado—, la palabra 'traición' sobrevoló el discurso. Terminó situándolos fuera del derecho y de la democracia: es decir, negando su legitimidad para seguir ejerciendo legítimamente el poder que recibieron del mismo Estado que pretenden destruir.



No menospreciemos lo que ello implica. Tras este discurso, la relación entre la Corona y los actuales ocupantes de la Generalitat queda cortada mientras no se restablezca la plena vigencia de la Constitución en ese territorio. Hoy, el Rey ya no podría recibir ni compartir un acto público con un presidente Puigdemont al que ha retratado, entre otros, como desertor del derecho y de la democracia.
La relación entre la Corona y los actuales ocupantes de la Generalitat queda cortada mientras no se restablezca la plena vigencia de la Constitución

Tras este diagnóstico de dureza inusitada, el tratamiento. El Rey ha puesto deberes al Gobierno en el párrafo más medido y más trascendente del discurso: “Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de derecho y el autogobierno de Cataluña”.

Verde y en botella. Esas palabras ponen un puente de plata al Gobierno y al parlamento para que tomen las decisiones excepcionales que sean precisas para cumplir el encargo. Pero también les recuerdan su responsabilidad en este momento de flojera y desconcierto. Y dejan un margen muy estrecho para quienes regatean su apoyo.

Tan importante como lo dicho en este discurso es lo no dicho. En él no han aparecido en ningún momento las palabras 'diálogo', 'negociación', 'pacto' y otras de la misma familia semántica. Eso será, sin duda, lo que le reporte más críticas y reproches. ¿Significa que el Rey es contrario al diálogo? En absoluto. A mi juicio, solo indica que interpreta correctamente la situación y conoce las prioridades del momento. El Rey se apunta claramente a la tesis de quienes piensan (pensamos) que el restablecimiento de la legalidad es previo a la negociación, y no forma parte de ella. Justo lo que Sánchez no ha entendido y otros, como Podemos y sus socios, no aceptarán jamás.

Tan importante como lo dicho en este discurso es lo no dicho. En él no han aparecido las palabras 'diálogo, 'negociación' o 'pacto'

Por último, tras el 'shock' de un discurso sin la menor concesión a la galería, dos mensajes de reforzamiento moral. Uno, de ánimo para los otros catalanes, los que hoy no pueden hablar en su tierra sin ponerse en peligro. Y otro 'urbi et orbe': por si alguien ha llegado a dudar de ello, Cataluña seguirá formando parte de España.

Será un discurso muy polémico, pero en absoluto intrascendente. Si se requería su intervención para corregir una tendencia claramente desfavorable, rearmar al Gobierno legítimo —el único que tenemos hasta que votemos a otro— y poner a cada uno ante su responsabilidad, lo ha hecho de forma que muchos considerarán arriesgada en exceso y a otros —entre los que me cuento— nos reafirmará en la idea de que Felipe de Borbón sobresale por su claridad política entre la tropa de mediocres que forman la clase dirigente de este país. A partir de aquí, que cada palo aguante su vela.



                                                                            IGNACIO VARELA   Vía EL CONFIDENCIAL

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