El nuevo presidente del Parlament, Roger Torrent (c), junto a los dos
vicepresidentes Josep Costa (i), y José María Espejo-Saavedra (d)
Efe
Así se expresaba Ernest Maragall,
presidente de la mesa de edad, en la sesión de constitución del
Parlament. Con un discurso impropio para un demócrata, pero perfecto
para un separatista, dejaba clara la voluntad de estos: Cataluña ha
sido, es y será siempre suya. Lo triste es que, visto lo visto, va a
resultar que tiene razón.
Nada ha cambiado, salvo que todo va a peor
Tras el laborioso y complejo parto del 155, la actuación
de la justicia, detenciones entre significados miembros de la cúpula
separatista, ingreso en prisión de unos, fuga a Bruselas de otros,
libertad bajo fianzas onerosos de una parte, elecciones autonómicas y
triunfo de Ciudadanos en las mismas, lamentable y curiosamente, nada ha
cambiado en mi tierra. Los independentistas han vuelto a demostrar en la
sesión de constitución del nuevo Parlament que siguen a lo suyo, es
decir, que van en la misma dirección que sus antecesores. El flamante
President de la cámara catalana, Roger Torrent,
ha manifestado que se siente uno más al servicio de la República
Catalana. Para que luego algunos finos analistas digan que su discurso
ha contenido aspectos positivos en aras del diálogo y la moderación.
Este
político de treinta y ocho años puede decir lo que quiera, pero más
cosas nos dice su currículum. Como todos lo jóvenes cachorritos de
Esquerra, partido al que pertenece, su experiencia de la vida es
perfectamente definible: desde 1999 ha sido concejal, y luego alcalde,
de su municipio natal, Sarriá de Ter, además de diputado al Parlament
desde el 2012. Es decir, todo su periplo laboral se limita a ser cargo
público. Punto. ¿Qué le vamos a contar a este President acerca de la
vida diaria de cualquier mortal, que no goza de sueldo público ni coche
oficial? Nada. Pura casta política como lo son los Rull, Turull, Puigdemont y
demás. El cristal de las antiparras con el que miran las cosas está
distorsionado, es mendaz, y, para más inri, lo pagamos todos.
Ya se ha visto que de nada ha servido este compás de espera que un tibio y débil Mariano Rajoy
había marcado con mano indecisa y titubeante. Convocar unas nuevas
elecciones a pocas semanas del intento de golpe de estado separatista
era estúpido, sino algo peor. Con su política de chichinabo solo ha
conseguido…nada. Porque el mal sigue existiendo, y en el camino se ha
llevado por delante un buen puñado de gente válida. Hablo de Xavier García Albiol,
uno de los mejores políticos catalanes, valiente, honesto y con el
coraje democrático de llamar a las cosas por su nombre, lejos de los
eufemismos cobardes de los rojos de salón; hablo también de Celestino Corbacho,
ex alcalde y ex ministro socialista, que ha decidido dejar el PSC, tras
toda una vida de militancia, básicamente por no compartir el rumbo
político de su partido. Los conozco a ambos y estoy convencido que
personas como ellos son más necesarias que nunca en esta Cataluña
paniaguada, que vive dividida entre los tibios que dicen defender la
Constitución y los aulladores fascistas que solo aspiran a limpiarse el
trasero con las leyes para hacerse unas a medida.
Que en una sesión en la que los separatistas, sin tener la mayoría de votos, aunque sí en escaños, sigan actuando como si el cien por cien de los catalanes fuese de su propiedad demuestra que la izquierda catalana es una porquería"
Se ha podido comprobar en ese Parlament que, siendo
nuevo, tiene el mismo olor a putrefacción y decadencia moral que el
viejo. Las mismas palabras vacías, las mismas consignas sectarias, en
suma, los mismos perros con diferentes collares. Rectifico: incluso los
collares son los de antes.
La cobarde izquierda
Que
en una sesión en la que los separatistas, sin tener la mayoría de
votos, aunque sí en escaños, sigan actuando como si el cien por cien de
los catalanes fuese de su propiedad demuestra que la izquierda catalana
es una porquería; que encima, los podemitas de Comuns les faciliten el
gobierno despótico de la mesa del parlamento, es una vergüenza; que el
voto que faltaba haya salido de vaya usted a saber dónde, aunque todo
indica que ha sido del PSC, es para ciscarse en el fielato social
demócrata. No es raro que, con un personal así, Corbacho se vaya, como
se han ido cientos de dirigentes socialistas – por cierto, la mayoría a
Ciudadanos -, igual que se ha ido el votante del PSC de Barcelona, del
Área Metropolitana, toda la gente que se horroriza viendo contemporizar a
Miquel Iceta con los niños pijos de Junts per Catalunya. Normal.
Que
el voto en blanco misterioso, cómplice necesario en el atropello de la
constitución de la mesa del Parlament, el primero de los muchos que han
de venir en los próximos tiempos, tenga un origen socialista no es que
sea probable, es que es verdad. Tanto el PSC como los Comuns tenían el
mismo objetivo: que Ciudadanos no obtuviese la presidencia. La izquierda
ilustrada, la que pone siempre cara de perdonavidas, la misma que se
pasa el día acusando a todo quisqui de machismo, xenofobia, déficit
democrático, insolidaridad o explotación, curiosamente incumple el
primer precepto en una democracia: respetar las mayorías. Su odio a la
formación naranja es tal, la rabia que les reconcome al ver que les han
ganado en barrios y ciudades que ellos consideraban “suyas” es tan
enorme, tan gigantesca, que harán cualquier cosa para impedirle a Inés Arrimadas
y a sus diputados que ejerzan de oposición. No les importa entregar el
control parlamentario a los separatistas, los mismos que nos han llevado
al momento más triste y grotesco del Cataluña democrática en las
últimas décadas.
El cainismo de estas gentes ha
permitido construir el primer escalón de la trama separatista, la nueva
que es, a su vez, la de siempre. El bloque del golpe de estado
secesionista ya puede decir que vale y que no vale, habida cuenta que
los dictámenes de los letrados del Parlament se los pasan por el forro. Y
como sea que Esquerra parece haber dado su visto bueno a la investidura
de Puigdemont, el siguiente acto de esta pésima función de teatro
pánico indigna de Arrabal ya sabemos cómo se desarrollará. Harán
President a un fugado de la justicia, volverán a sacar de sus carpetas
las leyes de Transitoriedad para la República, volverán a proclamarla,
el gobierno central hará ver que vuelve a ser contundente, seguirá el
155, TV3 continuará vomitando basura a diario financiada por los
contribuyentes, y así hasta el Juicio Final, porque ni estos van a
bajarse del burro ni hay lo que se tiene que tener en Madrid para
hacerlos apear.
Hoy nadie lo decía, pero en el
Parlament se respiraba un aire de interinidad, de ocupar
provisionalmente los escaños. Un diputado le decía a otro, de un grupo
diferente, “No le cojas mucho cariño – al escaño – porque vamos a durar
poco”. “Si, noi – replicaba su interlocutor – esta
va a ser una legislatura tan corta como la proclamación de la
república”. Tanto no, porque aquello fue un gatillazo político sin
parangón, pero por ahí andará la cosa. Unas nuevas elecciones – y van… -
como vía de salida al impase político siguen siendo la única carta que,
incluso los de Esquerra, contemplan como plausible.
Rajoy podría, si todo va tal y como parece, prolongar el 155, hacerlo durar varios meses, que es lo que le pedía Albiol con toda la razón del mundo"
Estas son las consecuencias de un cerril Puigdemont, unos
temblorosos dirigentes del PDeCAT, unos oportunistas como los de
Esquerra, unos traidores a su ideología como la mal llamada izquierda,
esa que se queja de la poca presencia de mujeres en la mesa del
Parlament cuando su candidato era un hombre, y, en fin, de unos
conservadores que tienen pánico cerval a abandonar su zona de confort y
cumplir con su deber. Con tales ingredientes no es extraño que la escudella catalana tenga un gusto amargo. Muy amargo.
Rajoy
podría, si todo va tal y como parece, prolongar el 155, hacerlo durar
varios meses, que es lo que le pedía Albiol con toda la razón del mundo,
aprovechar el impasse para limpiar TV3, los diferentes departamentos de
la administración autonómica, en fin, trabar alianzas con aquellas
fuerzas que quisieran cooperar en recuperar el pulso normal de la vida
política en Cataluña.
Me apresuro a decir que esto no
va a ser posible. Primero, ni Rajoy ni el PP tienen el coraje necesario
para acometer tal cosa, ni la vida catalana ha sido nunca normal. Es
debido a lo último que se ha llegado hasta aquí, con la complicidad de
PP y PSOE. Efectivamente, tenía razón Ernest Maragall, con esta tropa, Cataluña siempre será suya.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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