El informe negativo del Consejo de Estado supone un nuevo varapalo a la
política que dirige Soraya Sáenz de Santamaría frente golpe secesionista
a la democracia.
Soraya Sáenz de Santamaría, este jueves en el Palacio de la Moncloa
efe
Por vez primera desde que arrancó la intentona secesionista en Cataluña, el Consejo de Estado ha dado la espalda a una iniciativa del Gobierno y ha tumbado su recurso para impugnar la candidatura de Carles Puigdemont. En una iniciativa sorprendente, que ha causado estupefacción y malestar en Moncloa, la instancia que preside José ManuelRomay Beccaría, uno de los padrinos políticos del propio Mariano Rajoy,
ha rechazado las pretensiones del Ejecutivo, a tan sólo cuatro días de
que se celebre la sesión de investidura. "Al Gobierno se le sublevan
hasta los más pastueños de los suyos", decía una fuente jurídica tras
conocer lo ocurrido.
Soraya Sáenz de Santamaría
había presentado este jueves, en una improvisada rueda de prensa, la
decisión del Gobierno de frenar, mediante recurso al Constitucional con
el preceptivo informe del Consejo de Estado, el intento del Puigdemont de ser investido sin personarse en la Cámara,
bien por vía telemática o por persona interpuesta. La iniciativa,
forzada por las urgencias del calendario y por la obcecada actitud de
JxCat, no ha fraguado. ¿Pero nadie había hablado con la gente del
Consejo?, se preguntan en fuentes del PP, también catatónicas por el
desarrollo de los acontecimientos. Santamaría, que dirige desde Moncloa un ejército de abogados del Estado,
expertos en estas cuestiones, ha sufrido un severo castigo, que se
intentará paliar ante el propio TC, siempre remiso a este tipo de
actuaciones.
Un segundo plano
Nadie
se esperaba este varapalo, que de momento paraliza los intentos del
Ejecutivo de dinamitar los planes de Puigdemont antes de que se reúna
el pleno del Parlament para decidir sobre la candidatura propuesta por Roger Torrent, el recién nombrado presidente de la Cámara. Sáenz de Santamaría
ejerce de presidenta de la Generalitat desde la aplicación del artículo
155. Su papel durante estos meses de control de la administración
catalana desde Moncloa ha sido prudente y recelosa, casi tímida por
momentos, como durante la huelga general del 8 de noviembre, siempre en segundo plano y sin apenas aparecer en los medios públicos.
La
gestión de la denominada 'ministra para Cataluña' no ha conocido ni
siquiera una mínima victoria. Todo han sido errores, patinazos y
traspiés, salvo el 155, aplicado también concierta polémica. Su primer
empeño, por la vía de la docilidad y el consenso, bautizado como "Operación diálogo",
naufragó en la montonera del referéndum del 1-O, cuando cientos de
miles de catalanes se acercaron a introducir sus papeletas en unas urnas
que jamás iba a aparecer y en un plebiscito que nunca iba a tener
lugar. Fue la jornada más negra del 'procés'
para el bloque constitucionalista, que propició a una hábil
manipulación de imágenes y contenidos por parte de los separatistas, en
unos episodios que dieron la vuelta al mundo.
De la
'operación diálogo', la vicepresidenta salió levemente tocada, con
críticas generales a su labor, en especial intramuros de su propio
parido y hasta de su Gobierno. Incluso en su equipo de temían algún tipo de "castigo" por parte de Rajoy a cuenta de la desastrosa organización de todo el operativo. El resultado de las elecciones, en las que se impuso Ciudadanos pero los secesionistas conservaron su mayoría, redondeó lo penoso del panorama.
Una piscina sin agua
Con fama de metódica, laboriosa, preparada, experta en cuestiones legales y en el manejo de los resortes del Estado, Santamaría ha vuelto a fallar.
El revés el Consejo de Estado se apunta también en el 'debe' de la
vicepresidenta. Ella ha sido, al cabo, la encargada de anunciar la
iniciativa ante la prensa, quien ha asumido, abiertamente, la
responsabilidad de esta controvertida decisión. Rajoy había afirmado,
hace dos días, a Onda Cero, que el Gobierno no presentaría recurso
alguno ante el TC hasta que se produjera algún hecho administrativo
presuntamente punible por parte de los independentistas. Los ritmos se
aceleraron y Santamaría dio un paso adelante. Parece que se lanzó a la piscina sin mirar si había agua, de acuerdo con la explicación que, ya entrada la noche, ofrecía un miembro del Gabinete.
La
figura de Sáenz de Santamaría había recuperado buena parte de su
deteriorado perfil en los últimos meses. Rajoy estaba satisfecho con el
155, con el apoyo granítico de los partidos democráticos y con la
respuesta generosa de la sociedad. La vicepresidenta seguía empuñando el timón de la nave del Gobierno
en esta procelosa singladura y hasta se había anotado algún tanto,
intramuros del Ejecutivo, con la decisión del presidente de colocar el
frente de su Gabinete, en sustitución de Jorge Moragas, a José Luís Ayllón,
su mano derecha, hombre de confianza y leal ente los leales en su
equipo de 'fontaneros'. Perdía Soraya a uno de sus elementos más
valiosos pero ganaba peso especifico en el aparato monclovita. Y lo
mantenía a dos pasos de su despacho.
La bofetada del
órgano consultivo del Estado echa por tierra este delicado castillo de
naipes. Y desestabiliza el delicado equilibrio interno de la
vicepresidenta. Tan sólo un 'sí' del Constitucional lograría salvarle su dañada imagen,
incluso con notable. Un trámite muy complicado ya que en el seno del
Alto Tribunal laten algunos criterios muy contrarios a este tipo de
actuaciones, que las consideran escasamente jurídicas y abiertamente
políticas. El Gobierno ha perdido en el primer envite. Le queda por
solventar lo más erizado de la partida. Si se llega al día 30 sin el
aval del TC, la investidura resultará tal y como la desean los
secesionistas. Salvo alguna sorpresa de causa mayor.
JOSÉ ALEJANDRO VARA Vía VOZ PÓPULI
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