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miércoles, 31 de enero de 2018
¿Cómo vencieron los 168 españoles de Pizarro a 30.000 incas? Una nueva visión
El historiador y especialista en la
conquista de América Esteban Mira Caballos ofrece en su último e
imponente libro una interpretación renovada de la vida del trujillano
Óleo de Juan Lepiani que representa la captura de Atahualpa en Cajamarca (1532)
La hueste sumaba 62 hombres a caballo y 106 infantes, 168 soldados en total al mando del gobernador Francisco Pizarro. Enfrente se apiñaban más de 30.000 incas
adiestrados y experimentados tras largos años de guerra civil. La
comitiva de Atahualpa era tan extensa que había tardado más de cuatro
horas en recorrer una distancia de apenas una legua hasta la plaza de
Cajamarca, donde les esperaba el exiguo contingente de españoles. "Muy
pocos, pero bien preparados psicológicamente, persuadidos de que el más
pequeño paso atrás sería interpretado como un signo de debilidad y les costaría la derrota y la vida". La escena ocupa un lugar central en el último libro del historiador Esteban Mira Caballos: 'Francisco Pizarro. Una nueva visión de la conquista del Perú'
(Crítica, 2018). "Dicho y hecho, el trujillano dio la señal de ataque,
dando comienzo una verdadera orgía de sangre, aullidos, griterío y
lamentos, en lo que constituyó uno de los sucesos más luctuosos de toda la conquista".
"Al tiempo
que Pedro de Candía hacía rugir sus cuatro piezas de artillería, Juan de
Segovia y Pedro de Alconchel hacían sonar sus trompetas mientras que
los caballos, cargados de cascabeles, irrumpían. El estruendo fue tan
ensordecedor que los naturales debieron sospechar que sus oponentes eran
efectivamente dioses sedientos de sangre. En medio del
desconcierto, un grupo de hombres liderados por el gobernador se
abrieron paso hasta llegar a los señores portados en andas, el señor de
Chincha y Atahualpa. Juan Pizarro y Francisco Martín de Alcántara
hirieron de muerte al señor de Chincha, mientras que el gobernador con
otros hombres prendieron a Atahualpa, acuchillando a sus porteadores
que, pese a ello, no le dejaron caer mientras tuvieron fuerzas.
Finalmente, las andas se desplomaron, dando el monarca con sus reales
huesos en el suelo, al tiempo que el gobernador amenazaba de muerte al
que le infligiese algún daño. Desde ese momento, la élite del ejército
estaba muerta o presa; tomada la cabeza, la derrota de la tropa en plena
espantada no fue difícil. Cuentan los cronistas que la mayor parte
perecieron atropellados y pisoteados por sus propios congéneres. En
algunas zonas se embolsaron cientos de personas formando auténticas montañas humanas. (...) La derrota del ejército de decenas de miles de personas a manos de un puñado de extranjeros se había consumado".
'Francisco Pizarro'. (Crítica)
Tras sopesar las crónicas de la época, Esteban Mira Caballos valora en más de 2.000 las bajas sufridas por el inca.
Ni un solo español murió. ¿Por qué Pizarro capturó a Atahualpa y mató a
tantos de sus seguidores en lugar de que las fuerzas inmensamente más
numerosas de Atahualpa liquidaran a Pizarro y los suyos? Las
explicaciones habituales describen a un inca que minusvaloró a unos
españoles de muy superior tecnología militar y que, a diferencia de él,
contaban con la experiencia de Hernán Cortés en México para saber exactamente lo que había que hacer:
capturar al rey dios y esperar a que seguidamente sus súbditos se
desmoronasen.. En 'Armas, gérmenes y acero', el célebre antropólogo
Jared Diamond concluía: "No solo Atahualpa carecía de la menor idea de
los propios españoles, y de toda experiencia personal de cualquier otro
invasor exterior, sino que ni siquiera había oído (o leído) acerca de
amenazas semejantes a cualquier otra persona, en cualquier otro lugar,
en cualquier época anterior de la historia. Aquella diferencia de
experiencias alentó a Pizarro a tender su trampa y a Atahualpa a caer en ella".
Y sin embargo, explica Mira Caballos, tales explicaciones no son del todo precisas. Hubo algo más.
Ni menosprecio ni falta de previsión
En su excepcional biografía de Francisco Pizarro, Mira Caballos defiende que el caso de Atahualpa tiene poco que ver en realidad con el de Moctezuma.
Mientras el azteca recibió con auténtico terror a los hombres de Hernán
Cortés, a los que creía sinceramente dioses, el inca era un hombre
inteligente, según lo describen los cronistas, que acudió a la celada de
Cajamarca con más curiosidad que miedo, seguro de vencer a aquellos
pobres tipos a los que, sin embargo, no infravaloró.
Antes realizó un minucioso seguimiento mediante espías desde su
irrupción en las fronteras del imperio, les puso todo tipo de trampas en
su camino, desde el desvío de los cauces de los ríos hasta la rotura de
la calzada, y por último"no escatimó esfuerzos, pues se presentó con el
grueso de su ejército en perfecta formación de combate". No fue su
orgullo la causa de su derrota sino una serie de errores tácticos que
los españoles no dejaron escapar.
El
tercer error del inca fue empinar el codo. Antes de llegar, Atahualpa
se había puesto ciego a chicha en los baños termales de Pultumarca
Atahualpa cometió tres errores decisivos.
El primero fue evacuar la ciudad y acudir a un encuentro con los
españoles que se cerró en torno suyo como una trampa mortal. De haber
permanecido allí, explica Mira Caballos, podría haber aniquilado
fácilmente a tan reducido grupo de extranjeros. El segundo error del
inca pasó por presentarse en Cajamarca en unas imponentes andas
sostenidas por 80 nobles, una posición muy visible y temeraria
que hizo la mitad del trabajo a unos contrincantes decididos a
apresarle a toda velocidad; nunca imaginó que pudieran siquiera
acercarse. ¿El tercer error? Empinar el codo. Seis kilómetros antes de
llegar, Atahualpa se había puesto ciego a chicha en los baños termales
de Pultumarca, "lo que favoreció su pasividad, y por tanto, su escasa resistencia ante su captura".
El resto es conocido. La captura del inca y de su rescate a cambio de un gigantesco tesoro al que accedió solo para ser posteriormente ejecutado,
el largo camino hacia la capital imperial de Cusco, conquistada sin
mayores contratiempos el 15 de noviembre de 1533, y la tenaz resistencia
inca que despertó virulentamente los años posteriores. Al finalizar su
biografía, Esteban Mira Caballos evita sabiamente moralinas tan del
gusto de nuestro tiempo como extemporáneas a los hechos narrados: "Se
enfrentaron dos mundos distintos pero igualmente feroces, cuyas cabezas
visibles fueron dos guerreros curtidos en experiencias sangrientas:
Atahualpa y Francisco Pizarro. Solo uno podía sobrevivir y lo hizo el
segundo, comenzando así el desmoronamiento de Tahuantinsuyo". DANIEL ARJONA Vía EL CONFIDENCIAL
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