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martes, 30 de enero de 2018
LA ÚNICA COMPETENCIA QUE HAY QUE ENSEÑAR EN LA ESCUELA
La función de la inteligencia no es
conocer, sino dirigir la acción. Por eso, el objetivo central de la
educación es mejorar la capacidad de cada alumno para tomar decisiones
Foto: iStock.
La semana pasada comenté que la pedagogía actual renuncia a educar personas y se contenta con educar competencias, destrezas o habilidades.
Lo hace, tal vez, porque cree que intentar ir más allá supondría
adoctrinamiento o meterse en camisas de once varas. Eso piensan los que
dicen que la educación es cosa de la familia y que la escuela solo tiene
que instruir. Es verdad que en todos los textos oficiales se habla
siempre de "educación integral" o del "pleno desarrollo de la
personalidad" o, como el Informe Delors, de “aprender a conocer,
aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser”. Pero pasar
de esas propuestas generales a la concreción de los currículos resulta
muy difícil.
En consecuencia, todo el mundo se ha lanzado a la búsqueda de las destrezas o competencias
que se deben fomentar en la educación. La Unión Europea organizó el
Proyecto DeSeCo para estudiarlas. Al final, propuso las ocho que están
en las ultimas leyes españolas de educación. En el resto del mundo hay
otras iniciativas. En Estados Unidos, por ejemplo, destacan el Marco de
Aprendizaje del siglo XXI, del Partnership for 21st Century Skills,
alianza forjada el año 2002 entre el Departamento de Educación y lideres
educativos, empresariales y sociales; 'The Learning Curve 2014',
elaborado por Pearson y The Economist Intelligence Unit, y un comité
organizado por el National Resarch Council que se encarga de estudiar el
“aprendizaje más profundo ['deeper learning']y las destrezas del siglo
XXI”. El canadiense Michael Fullan encabeza la iniciativa New Pedagogies for Deep Learning. He recogido más datos en 'El bosque pedagógico'.
Hay
un lema educativo que me parece irrebatible: debemos conocer para
comprender, y debemos comprender para tomar buenas decisiones y actuar
Reconociendo
la importancia de estas competencias, creo que son secundarias respecto
a la gran jurisdicción que necesitamos fomentar y adquirir, y que
resulta decisiva en los tiempos actuales, que van a ser —están siendo—
de profundo cambio cultural. Para explicarla, tengo que recordar que la
función de la inteligencia no es conocer, no es sentir, sino dirigir la
acción. Todo lo demás —el conocimiento, las emociones, la motivación, la
resolución de problemas, la elaboración de proyectos— está orientado al
comportamiento. Por eso, el objetivo central de la educación es mejorar
la capacidad de cada alumno para tomar decisiones. Esto implica el fortalecimiento de las estructuras psicológicas llamadas ejecutivas (atención,
elección, planificación, realización, mantenimiento del esfuerzo,
evaluación, etcétera). Pero, además, para tomar decisiones hace falta
tener los conocimientos precisos, porque la ignorancia es mala
consejera. No puedo tomar decisiones si no conozco el mundo.
Hay
un lema educativo que me parece irrebatible: Debemos conocer para
comprender y debemos comprender para tomar buenas decisiones y actuar.
Como el campo de nuestras decisiones es muy variado —personal, afectivo,
profesional, social, político, religioso, ético, etc.—, el conjunto de
conocimientos que debemos adquirir es muy amplio. Esto es lo que debe
dirigir la selección de asignaturas
y de currículos. Y como los conocimientos inertes no sirven para nada,
necesitamos adquirir las destrezas para operar con ellos, por ejemplo, la razón o la creatividad.
Por último, es evidente que la toma de decisiones está influida por los
estados emocionales que pueden sesgarla o impedirla. La indecisión, el
miedo o el fanatismo son grandes obstáculos. Como dijo Baltasar Gracián, “de nada vale que el entendimiento se adelante, si el corazón se queda”.
Teoría y práctica
La psicología y la neurología están muy interesadas en el tema de la decisión. De hecho, es el objetivo de la 'neuroeconomía',
pero con frecuencia el lenguaje nos juega una mala pasada, porque la
palabra 'decidir' suele utilizarse para designar la elección de una
alternativa, cuando esto es solo la primera etapa, pues lo importante es
su realización. Reviso varios textos sobre el tema. Ninguno habla de la
acción. Es fácil elegir hacer un régimen de adelgazamiento o dejar de
fumar, pero es muy difícil ponerlo en práctica. La realización es lo que
da consistencia a la elección. Decidir es, por lo tanto, iniciar la
marcha. En un viaje, primero hay que elegir la ruta y luego emprender la
navegación.
En Occidente, la fascinación por el conocimiento teórico
nos ha jugado malas pasadas, porque se ocupa de problemas teóricos, que
son aquellos que se resuelven cuando se conoce la solución. En cambio,
la vida tiene que ver con problemas prácticos, que son aquellos que no se resuelven cuando se conoce la solución,
sino cuando se pone en práctica, que suele ser lo difícil. Me recuerda
la anécdota del diplomático que decía: “El conflicto entre judíos y
palestinos tiene una fácil solución. ¡Basta con que todos se comporten
como buenos cristianos!”.
Foto: iStock.
Basar la educación en una “teoría de la decisión emprendedora”,
es decir, de la que conduce a la acción, nos permite integrar muchos
aspectos: la teoría y la práctica, el conocimiento para elegir y las
virtudes de la acción, la educación de la autonomía, la construcción de
la libertad, la preparación para la vida, la conducta responsable. La
acción sintetiza todas las competencias. Nuestras ideas y sentimientos
pueden mantenerse en estado vaporoso hasta que cristalizan en la acción.
Este enfoque nos sirve también para aclarar los métodos educativos a
todos los niveles. ¿Cuál es el objetivo de la formación de un juez? Que
pronuncie sentencias justas. ¿Cuál es el objetivo de la formación de un
cirujano? Que realice con eficiencia sus operaciones. ¿Cuál es el
objetivo de la formación de un docente? Que consiga que sus alumnos
aprendan. ¿Cuál es el objetivo de la formación de un ciudadano? Que
actúe cívicamente. En la escuela tenemos que ir acompañando al niño en
su proceso de ir tomando sus propias decisiones, ganando sus propias
batallas, ayudándole a hacerse cargo de su vida en buena forma.
No
estoy diciendo nada nuevo, porque toda la práctica educativa, la teoría
clásica de las virtudes y el pragmatismo filosófico han estado
orientados a la acción, aunque el auge de la psicología cognitiva lo
haya oscurecido. Recordar esa finalidad es especialmente urgente en este
momento. Cada vez se habla más del impacto que van a tener en la
sociedad los potentes sistemas de inteligencia artificial. El ser humano no puede competir con su capacidad de manejar
información. Incluso podremos delegar en ella para 'seleccionar' las
alternativas, pero el paso a la acción, la orden de marcha, la decisión
de actuar nos seguirán perteneciendo. El ordenador elegirá nuestro mejor
régimen de entrenamiento, pero hacer gimnasia es inevitablemente cosa
nuestra. El mundo de la información es abstracto. El de
la acción es inevitablemente concreto. Las decisiones tomadas por un
ordenador solo son absolutamente eficientes si las obedece un robot, y
en la lógica de la eficiencia podría resultar deseable que todos nos
comportásemos como tales.
La teoría de la decisión/acción puede ayudarnos a eliminar el miedo al adoctrinamiento y la desesperanza. Antoine de Saint-Exupéry escribió:
“No conocemos las soluciones, lo único que podemos hacer es ayudar a
formar personas que sean capaces de encontrarlas”. La educación no puede aspirar a más. Pero es suficiente.
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