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sábado, 27 de enero de 2018

SENSACIÓN DE ARENAS MOVEDIZAS


Al observar -una mañana cualquiera- la realidad que nos circunda, y quizás no tanto ella como la visión que tenemos o los juicios que se hacen sobre las cosas que pasan o nos pasan; es decir, todo lo que se mueve cada día a la vista de cualquier espectador de tales realidades, ¿no se palpa la zozobra del que se aventura sobre “arenas movedizas”? 

¿No se vive la sensación de que “nada es cierto”, “nada es válido”, “nada es firme”; que todo eso de las certezas, los valores, la solidez y la consistencia ha perdido su peso real para adquirir otro, a tono con el absoluto relativismo imperante en casi todo? 

¿No es acaso verdad que ahora, más que nunca, son legión los tipos humanos para los que la verdad o la justicia o la libertad o el amor –valores humanos contrastados- no tienen valor en sí porque se han hecho fungibles al cien por cien; y la verdad se pone al servicio de la utilidad o de la mentira; la justicia es más una cosa de vísceras que de cabeza y razón; y la libertad se hipoteca al interés de las políticas o las economías y casi nunca, como debiera ser, a la dignidad de las personas y a una reverencia casi sagrada a los derechos fundamentales de hombres y mujeres?

¿No será incluso más que una sensación o sospecha esta conciencia de que los individuos y la sociedad que formamos todos han perdido estabilidad, equilibrio, solidez?

Dos percepciones divergentes, casi contrapuestas, invaden esta mañana el campo de mis reflexiones. Como también ayer sucediera, una la veo positiva y la otra, negativa; una sirve para levantar la moral y la otra para achicarla.

Es la era de las “violencias” y la insensatez. Agresividad; acosos; crispación; insultos; vejaciones; odios y rencores…. Las mil caras de la violencia se pasean y se exhiben a diario por las calles y plazas de esta sociedad, y no menos por las hechuras de las personas e individuos que la componemos. “Forofismos” encrespados, fanatismos ridículos, locuras colectivas, ansias de ganar a costa de lo que sea, aunque se haya de partir la nariz al contrario –enemigo más que contrario en esta liza materialista de un deportivismo que, como la mayorìa de los “ismos”, se carga de veneno sin pizca de cordura y racionalidad. Ejemplos a miles en la vida real…

Jueces y fiscales –ahora mismo en Cataluña- acosados por la recua incivil de las políticas y los apetitos unos políticos, tan enanos, que hasta para ver un ratón necesitarían estirarse o ponerse tacones altos.

Funcionarios municipales –esta vez en Madrid- insultando y maldiciendo soezmente a la alcaldesa, que –aún suponiendo que no sea santa de mucha devoción- lleva el bastón de alcalde y eso debiera contar.

Violencias innumerables y de todo pelaje. Violencia en el fútbol. Violencia en las escuelas. Violencia contra la mujer. Violencia contra todo lo que se mueve si no tiene la suerte de cuadrar bien con las vísceras o la bilis negra del “depredador” de turno, emboscado generalmente –como es usual en la “gente” valiente de ahora- en la floresta inverecunda de las “redes” calificadas de “sociales”.

Sin embargo, la cordura no ha muerto del todo. Aunque son muchos quienes se afanan cada día por enterrarla, ninguna pala de enterrador ha conseguido sepultarla del todo. Siempre ha quiedado a la vista un brazo o una pierna. 

 Es lógico; siendo crimen de lesa humanidad el mero pretender matar a la cordura, sólo conseguirá acabar con ella quien asesine al último de los hombres que pisan esta tierra. Gracias a Dios, aunque menos visibles que las violencias y los odios, aún quedan ejemplos de gran cordura y de gran dignidad humana. 

Por fortuna, aunque no sea oro todo lo que reluce, tampoco es ni pacotilla, ni chatarra, ni baratija todo lo que invade los escenarios de esta sociedad líquida. Quedan “fondos insobornables” a pesar de todo.

Jorge Bargallo –Comandante de la Armada argentina,- hablaba de la tragedia en ciernes del submarino argentino “San Juan”, perdido en su ruta hacia la base de Mar de la Plata y con escasas probabilidades de buen fin en su rescate. Casualmente, en el submarino navega un hijo suyo.

Tras analizar con realismo, serenidad y buen temple la dura realidad del caso, dijo estas frases que tomé de sus propios labios esta mañana: “Somos bastante religiosos y nos abrazamos a la fe. La fe es, con el uso de la razón, lo que sostiene nuestra esperanza”. Impresionaba su hablar sereno y aplomado cuando lo negro del caso dominaba sobre cualquier otro color.

Y me dije: si cualquier católico –soldado raso de la religión fundada por Cristo- hubiera manifestado algo semejante, la mayor parte de la “masa ilustrada” de hoy replicaría con alguno de los consabidos tópicos: que si la religión es el opio del pueblo, que es adormidera vistosa frente a las adversidades, un placebo inane y falaz ante los embates de los males que marcan y acompañan la vida y la condición humana. 

 Tal vez, en este caso del comendante y por tratarse de un “viejo lobo de mar”, como suele llamarse a los marinos, avezado a las mil y una peripecias de riesgos múltiples a cada curva del camino –y la mar tiene muchas curvas-, tal vez, repito, no se atrevan a considerarle “débil mental” o atrasado y le califiquen de otro modo. Tal vez, porque no es segura ni esa condescendencia.

Y me digo algo más. Allá cada cual con sus calificativos y calificaciones. La frase del comandante de la marina argentina tiene, desde mi pubnto de vista, mucha miga, porque no es el brote de una fe de las llamadas “de carbonero” -sólo confianza y nada más, que es algo-, sino que, como la frase indica, combina la fe con la razón para impedir dos tachas de la fe: que sea irracional o que la razón pura, sin la compañía de una fe viva, se dedique, como suele pasar, a engendrar monstruos. 

La fe y la razón, de la mano y cubriendo cada una de ellas sus propias rutas y etapas, son dos andaderas complementarias del hombre -limitado de por sí- para no quedarse ni en sólo ángel sin asidero a la tierra, ni en puro animal de razón desligado de toda trascendencia. Dos posibilidades exitosas para quien o quienes, bien mirada la condición humana, les divierta reducir su tamaño.

Son tiempos, lo reconozco, de arenas movedizas en que, al caminar, el siguiente paso se avista como de dudosa seguridad y equilibrio.

Una agresividad tan frecuente y rotunda, que se vuelve crispación a las primeras de cambio y es brutalidad sin pizca siquiera de respeto al otro y con mucha carga de “a lo útil y por los medios que sea”, me parece esta mañana –es mi Punto de vista- un negro salvoconducto para llegar a una convivencia –no digamos ya de santos ni de hermanos siquiera- sino de hormigas o abejas en un hormiguero o en una misma colmena.

 Esta agresividad competitiva, egocentrista y matona, que estamos cultivando a todas horas, es lo contrario de cuanto, de una u otra manera, se pueda llamar humano. No es ni animalesco ni vegetal y ni siquiera mineral; es sencillamente diabólico. Nunca como ahora han estado tan al día o tan de moda los delitos llamados de odio. ¿Acaso no es sintomático la subida en picado de tales delitos?.

¿Es esto ser moderno? ¿No será más bien salvaje?

¿Acaso a esto se le puede llamar progreso?. A ningún paso de la regresión al salvaje se le puede mmalar progreso.

¿Será realismo? Me temo que no. Realista es el que cuenta con la realidad tal cual, pero no el que se la inventa.

Llamemos a las cosas por su nombre y dejémonos de fantasear. La post-modernidad –modernidad líquida le llama Zigmunt Barman- tiene más de fantasía o de farsa que de “superación a mejor” que razón y meta de la verdadera modernidad.

No tengo dudas. Esta mañana, me quedo con el buen temple humano del comandante de la marina argentina, el viejo “lobo de mar” que, después de mil tormentas y otros tantos riesgos, se ha curado de sus espantos reales convencido de lo que dice: “La fe es, con el uso de la razón, lo que mantiene nuestra esperanza”.

Confieso que ni soy ni he sido un “lobo de mar” curtido en tantos riesgos como él lo estará. Y sin embargo, con sólo abrir los ojos y verle, me cionvenzo de nuevo de que la fe ni es opio ni placebo y ni siquiera adicción oportuna para estar bien.


 La veo más bien como efluvio del alma humana que no es irracional sino humano a carta cabal, que por ser “cosa de hombres” ayuda ser más hombre y a dejar de lado la sensación que yo al menos tengo, al ver lo que pasa o nos pasa, de estar andando sobre arenas movedizas.



                                 SANTIAGO PANIZO ORALLO  Vía blog CON MI LUPA 

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