Abracadabrante el relato de los dos ministros económicos
No lo quiera Dios, pero si un alienígena, marciano o replicante no tuviera mejor cosa que hacer que plantarse en la Tierra y sentarse a escuchar en el Congreso de los Diputados de España el relato de las personas que dirigieron la economía, con un poder descomunal desde 1996 a 2009, de nada menos que una de las cinco primeras naciones de Europa y que poseyeron la capacidad de hundir la vida a millones de personas o levantar la economía de todo un país, la conclusión sería aterradora. Los recientes parlamentos de Rodrigo Rato (ministro de 1996 a 2004) y Pedro Solbes (ministro de 2004 a 2009) y la última comparecencia de Miguel Ángel Fernández Ordóñez (supervisor de 2006 a 2012) deberían encabezar la antología de la negligencia y la desfachatez.
Más allá de las responsabilidades penales centrémonos solo en los hechos, algunos contados por ellos mismos en la sede de la soberanía nacional. Resulta que de 1996 a 2004 tuvimos a un superministro de Economía, largo de soberbia, que se acogió a una amnistía fiscal después de habernos reclamado a los asalariados que, como Hacienda éramos todos, nadie se olvidara de pasar por ventanilla; que mantuvo negocios poco transparentes mientras racaneaba con nuestras pensiones, nuestra sanidad o nuestra educación; que montó la mundial por dirigir el FMI y dejó la imagen de España como un trapo huyendo de la institución sin que todavía se conozcan las razones; que volvió a organizar un lío político morrocotudo (con Rajoy de valedor) para presidir Bankia, la entidad resultante de la fusión de las cajas que habían esquilmado, con su sonoro silencio, los partidos y los agentes sociales; que como la fiesta no la pagaba nadie, participó del reparto de tarjetas opacas al fisco mientras Bankia ofertaba al mercado productos tóxicos que arruinaron a miles de familias; que sacó a Bolsa el banco sin las garantías jurídicas necesarias y, para colmo, que se vio envuelto en una justa por parte de sus propios compañeros con delaciones, filtraciones y decisiones injustas -si no prevaricadoras- de ministros, policías y fiscales.
A esa criatura le sucedió otra no menos enternecedora: Pedro Solbes, ese ministro que ayer confesaba que «cogí un tren que se aceleraba y se me aceleró más, creíamos que teníamos más tiempo para desacelerar pero nos quedamos sin vía», en conmovedor relato más propio del reglamento de los maquinistas de Metro que de un alto representante del Estado. Las previsiones fueron equivocadas, no detectó la recesión, no impulsó una política fiscal restrictiva, minusvaloró el déficit, dejó engordar la burbuja inmobiliaria y la traca final: a Solbes tampoco le gustó las dos decisiones estrella de su Gobierno, el Plan E y la bonificación de 400 euros en el IRPF, ¡pero nada de eso le hizo dimitir! Y resulta que el vigía, el encargado de supervisar y evitar esos dislates, Fernández Ordóñez, tenía la agudeza visual de un gato de escayola. No me negarán que el panorama invita a cambiarse por el marciano.
MAYTE ALCARAZ Vía ABC
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