Cardenal Blázquez
Dos ideas referibles a nuestra Iglesia acopian hoy el núcleo duro de mis reflexiones. Una es negativa y pustulosa, mientras la otra es positiva y de color verde-mar; una lleva etiqueta de plebeyismo, por no decir mezquindad, y la otra toca la fibra del exceso de prudencia y comedimiento –“en el medio está la virtud” como ya mostrase Aristóteles- que a veces puede ser madre de silencios incomprensibles para muchos católicos de a pie.
La una es engendro de unas mentes volcadas en “hacer carrera”, en poner mantón de Manila a sus propios intereses, en creerse los amos del cotarro cuando solamente son administradores del mensaje de Jesús. Y la otra es enteramente positiva porque supone, a mi ver, un alivio para los fieles el hecho de llamar a las cosas por su propio nombre sin eludir el compromiso sagrado con la verdad y sobre todo con Dios…
Lo negativo.
Hace poco tiempo, un
abogado católico de Bilbao, de mis buenos amigos y cimentador de
buenas ideas, me regaló un libro de Gianluigi Nuzzi –Via Crucis
se titula (ed. castellana, Espasa Libros, 2015)-, que busca poner al
descubierto la trama urdida en altas esferas de la Iglesia para
boicotear –sin mesura alguna en los medios- el actual intento del papa
Francisco, de reforma de la Iglesia: en la misma línea de la gran
renovación querida y oficializada por el concilio Vaticano II, todavía
en barbecho en varios de sus grandes postulados, como es patente con
sólo abrir los ojos a extensas áreas de la actividad pastoral de la
iglesia.
Anteayer compré ese libtito titulado El susurro de las habladurías (presentado estos mismos días en Madrid). Es otro alegato orientado hacia otro de los frentes del acoso al papa Francisco desde el interior de la propia Iglesia. Este último perfil del acoso inquiete más por venir de donde viene. Es refrán castizo que “no hay peor cuña que la de la misma madera” y suena a reciente la curiosa e inteligente frase de don Pío Cabanillas con la que, refiriéndose a las rencillas interiores, no duda en gritar. “Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros”.
El papa Franciasco vive su Pontificado empeñado en el sagrado deber pontifical de acomodar la Iglesia al mensaje de Jesús en su Evangelio y a lo más sano y limpio de una tradición plurisecular, sin omitir ese sello sustancial e irreductible de toda “nueva evangelización”: sin desligarse ni un ápice de las esencias evangélicas (no hacerlo así sería traición a la carta fundacional del Cristianismo), intentar actualizarse cada día poniendo ese mensaje a la mano del hombre de hoy: el que describía Pablo VI, con trazos de calificaciones exactas.
Anteayer compré ese libtito titulado El susurro de las habladurías (presentado estos mismos días en Madrid). Es otro alegato orientado hacia otro de los frentes del acoso al papa Francisco desde el interior de la propia Iglesia. Este último perfil del acoso inquiete más por venir de donde viene. Es refrán castizo que “no hay peor cuña que la de la misma madera” y suena a reciente la curiosa e inteligente frase de don Pío Cabanillas con la que, refiriéndose a las rencillas interiores, no duda en gritar. “Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros”.
El papa Franciasco vive su Pontificado empeñado en el sagrado deber pontifical de acomodar la Iglesia al mensaje de Jesús en su Evangelio y a lo más sano y limpio de una tradición plurisecular, sin omitir ese sello sustancial e irreductible de toda “nueva evangelización”: sin desligarse ni un ápice de las esencias evangélicas (no hacerlo así sería traición a la carta fundacional del Cristianismo), intentar actualizarse cada día poniendo ese mensaje a la mano del hombre de hoy: el que describía Pablo VI, con trazos de calificaciones exactas.
Era el solemne discurso
de cierre y clausura del Vaticano II el 6 de diciembre de 1965.
Predicaba a la Iglesia transparencia y claridad; libertad e
independencia; amor a todos pero sin enamorarse de nadie; sin creerse
amos de lo que solo son administradores; llamando a las cosas por su
nombre aunque se fundan los plomos al ; valentía e incluso audacia; y
sobre todo nada de traiciones porque esas desvirtuarían la “ misión”
encomendada por el propio Fundador a su Iglesia peregrina sobre la
tierra de todos los tiempos.
Lo positivo.
Lo positivo.
Sólo
plácemes y elogio merece el discurso del Sr. Presidente de la
Conferencia episcopal – cardenal Blázquez, en la apertura de la Asamblea
plenaria del otoño 2017.
Hay frases e ideas en el discurso que deseo resaltar en estas reflexiones. Pueden ser las siguientes:
- “Nos entristeció la DUI” –Declaración unilateral de independencia catalana Satisfizo la aplicación del art. 155 de la Constitución.
Estas dos ideas primarias se ratificaron con otra de mayor fondo: que esa Declaración significaba la “ruptura del orden constitucional que los españoles nos dimos hace 40 años”. Se trata de “un hecho grave y perturbador de nuestra convivencia y va más allá de las discrepancias entre las formaciones piolìticas”
Dijo algo que que no me cuadra bien del todo; como que al aprobarse la Constitución como parte de la Transición, la Iglesia renunció a “la militancia política”
“Aprobamos el restablecimiento del orden constitucional porque es un bien común. La normalización de la vida social y el correcto funcionamiento de las instituciones exigen respetar la ley que regula nuestra convivencia”
Fuera de este concreto campo de la DUI, el presidente aludió a otras dos realidades: la de la violencia contra la mujer que contradice la propia esencia del matrimonio; y la “ideología de género” y, en concreto, dentro de ella, la pretensión de “separar el sexo como hecho biológico del género como hecho cultural”.
Hay frases e ideas en el discurso que deseo resaltar en estas reflexiones. Pueden ser las siguientes:
- “Nos entristeció la DUI” –Declaración unilateral de independencia catalana Satisfizo la aplicación del art. 155 de la Constitución.
Estas dos ideas primarias se ratificaron con otra de mayor fondo: que esa Declaración significaba la “ruptura del orden constitucional que los españoles nos dimos hace 40 años”. Se trata de “un hecho grave y perturbador de nuestra convivencia y va más allá de las discrepancias entre las formaciones piolìticas”
Dijo algo que que no me cuadra bien del todo; como que al aprobarse la Constitución como parte de la Transición, la Iglesia renunció a “la militancia política”
“Aprobamos el restablecimiento del orden constitucional porque es un bien común. La normalización de la vida social y el correcto funcionamiento de las instituciones exigen respetar la ley que regula nuestra convivencia”
Fuera de este concreto campo de la DUI, el presidente aludió a otras dos realidades: la de la violencia contra la mujer que contradice la propia esencia del matrimonio; y la “ideología de género” y, en concreto, dentro de ella, la pretensión de “separar el sexo como hecho biológico del género como hecho cultural”.
Esta teoría o
antropología desvaría del centro porque desemboca en la “cosificación
del ser humano”. Expuso la tesis católica: el ser humano es varón y
mujer y ambos comparten la imagen de Dios. Los dos especímenes de lo
humano son iguales en dignidad. La igualdad entrañada en ser ambos
imagen de Dios no se rompe, sino que se aquilata en las diferencias y
diversidad ostensible de varón y mujer. Al ser radicalmente iguales en
dignidad, ninguno ha de ser ni privilegiado ni postergado.
La ausencia, buscada o sin buscar, del obispo de Solsona, sólo hace resaltar una solemne excepción que confirma la regla. Su no asistencia a la Asamblea, haya sido para confraternizar en Roma con la pobreza el Día mundial del Pobre, o sea otra la razón –da lo mismo-, posiblemente -a mi ver- dio alas y liberó de complejos o inhibiciones un camino, hasta ayer, casi totalmente empedrado de silencios y, en el mejor de los casos, de palabras genéricas, aéreas y sin tocar en firme la tierra de un problema que chocaba con una visión cristiana de la relación entre Iglesia y Política, y que, a muchos católicos, ciertas actitudes clericales les resultaban difíciles de digerir.
El Sr. presidente de la Conferencia episcopal recordó, en muy buena hora, el epitafio -prometedor y rotundo- de la tumba de Adolfo Suárez: “La concordia fue posible”. Refleja con exactitud la proeza –no fue menos que eso- de unos hombres y mujeres clarividentes que –en unos momentos muy delicados- dieron una gran lección de civismo y de patriotismo al mundo entero-
Lo que –en aquella encrucijada decisiva de nuestra Historia moderna- fue posible ¿no lo ha de ser también ahora? Audaces fueron entonces y, para serlo, debieron desarmarse antes de impedimentas engorrosas para la marcha conjunta de los contrarios. Lo consiguieron y realmente la concordia fue posible. Por el bien de todos, abdicaron no tanto de sus ideas como de sus ideologías por razones del bien de todos; que es la razón suprema cuando las otras razones sólo sirven para encender la guerra.
Entre seres racionales, siempre es posible la concordia; siempre, si por delante de ella van la verdad, la justicia y la recta razón. Cuando no es así, las concordias son ficticias. Aquella lo fue, porque todos pusieron “su verdad” sobre el tapete; nadie hizo trampas; y les unía un deseo común; buscar el bien general y la superación de la maldición de “las dos Españas”. Con ambigüedades, mentiras, falseamientos y farsas ninguna concordia fue posible jamás.
La ausencia, buscada o sin buscar, del obispo de Solsona, sólo hace resaltar una solemne excepción que confirma la regla. Su no asistencia a la Asamblea, haya sido para confraternizar en Roma con la pobreza el Día mundial del Pobre, o sea otra la razón –da lo mismo-, posiblemente -a mi ver- dio alas y liberó de complejos o inhibiciones un camino, hasta ayer, casi totalmente empedrado de silencios y, en el mejor de los casos, de palabras genéricas, aéreas y sin tocar en firme la tierra de un problema que chocaba con una visión cristiana de la relación entre Iglesia y Política, y que, a muchos católicos, ciertas actitudes clericales les resultaban difíciles de digerir.
El Sr. presidente de la Conferencia episcopal recordó, en muy buena hora, el epitafio -prometedor y rotundo- de la tumba de Adolfo Suárez: “La concordia fue posible”. Refleja con exactitud la proeza –no fue menos que eso- de unos hombres y mujeres clarividentes que –en unos momentos muy delicados- dieron una gran lección de civismo y de patriotismo al mundo entero-
Lo que –en aquella encrucijada decisiva de nuestra Historia moderna- fue posible ¿no lo ha de ser también ahora? Audaces fueron entonces y, para serlo, debieron desarmarse antes de impedimentas engorrosas para la marcha conjunta de los contrarios. Lo consiguieron y realmente la concordia fue posible. Por el bien de todos, abdicaron no tanto de sus ideas como de sus ideologías por razones del bien de todos; que es la razón suprema cuando las otras razones sólo sirven para encender la guerra.
Entre seres racionales, siempre es posible la concordia; siempre, si por delante de ella van la verdad, la justicia y la recta razón. Cuando no es así, las concordias son ficticias. Aquella lo fue, porque todos pusieron “su verdad” sobre el tapete; nadie hizo trampas; y les unía un deseo común; buscar el bien general y la superación de la maldición de “las dos Españas”. Con ambigüedades, mentiras, falseamientos y farsas ninguna concordia fue posible jamás.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Publicado en el blog CON MI LUPA
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