El presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, y la vicepresienta, Soraya Sáenz de Santamaría.
EFE
Uno de los espectáculos más
llamativos, si no el que más, al que estamos asistiendo en los últimos
meses tiene que ver con la caída en picado del PP, el viaje a los
infiernos del partido que durante décadas agrupó bajo sus siglas el voto
del centro derecha español. Quienes en su día asistimos al
desmoronamiento de la UCD de Adolfo Suárez,
jamás pudimos imaginar que cuarenta años después volveríamos a
presenciar un fenómeno semejante. Sobre los restos de aquella UCD que se
fundió en Andalucía, Fraga erigió el edificio de AP que luego Aznar
transformó en el PP. Sobre este PP despeñado en la crisis catalana se
yergue el estandarte de un Ciudadanos dispuesto a sustituirlo como
alternativa en el centro derecha. El varapalo cosechado el jueves por la
vicepresidenta Soraya al ver rechazada por el Consejo de Estado (CE) su pretensión de impugnar la investidura de Puigdemont,
es el último de los síntomas de un partido empeñado en esfumarse por
las alcantarillas de la nada. Asistimos al final de un régimen aquejado
por dos enfermedades hermanas: la crisis catalana y la descomposición
del PP. Dos caras de la misma moneda.
“Gobernar es tomar decisiones”,
decía el viernes campanuda, con la sonrisa sobreactuada de quien trata
de disimular el castigo recibido. ¿Qué es lo que ha llevado a Moncloa a
interponer esa consulta? Nadie lo sabe muy bien: los nervios, las
prisas, la rajada de Ricardo Costa en el caso Gürtel, el perro flaco y las pulgas… El propio Rajoy había declarado 24 horas antes donde Alsina
(Onda Cero), que “el recurso ante el Constitucional se tiene que
presentar después del acto administrativo que lo motive; no se puede
recurrir un anuncio”. De llevarle la contraria se encargó Sorayita
al día siguiente, y de rechazarlo se ocupó el Consejo unas horas
después, para consternación del PP. Un sucedido que viene a poner de
manifiesto que este Gobierno no sabe qué hacer con el problema catalán,
no sabe cómo embridar al golpismo, cómo hincarle el diente a los
continuos desplantes de un piernas que se pasea por
Europa como Pedro por su casa. Siempre con la lengua fuera, sin una
estrategia definida más allá del tópico “respeto a la ley”, siempre
corriendo cual pollo sin cabeza tras un Puchimón que, bien asesorado, sabe cómo volver loco a un Gobierno débil, prisionero de la improvisación y la falta de talento.
"Asistimos a la deriva endiablada en la que se instalan los Gobiernos que van por la cuesta abajo: los nervios llevan a cometer errores que producen más nervios y nuevos errores en una espiral sin fin. Un declive imparable"
"Asistimos a la deriva endiablada en la que se instalan los Gobiernos que van por la cuesta abajo: los nervios llevan a cometer errores que producen más nervios y nuevos errores en una espiral sin fin. Un declive imparable"
Sobrado de arrogancia también.
Porque resulta difícil entender cómo, en asunto tan delicado, nadie del
entorno del Ejecutivo fue capaz de formular una discreta consulta previa
a los Landelinos o Beccarias
de ese Consejo de notables antes de poner en cuestión no ya su
prestigio, sino el del Estado. Asistimos a la deriva endiablada en la
que se instalan los Gobiernos que van por la cuesta abajo: los nervios
llevan a cometer errores que producen más nervios y nuevos errores en
una espiral sin fin. Un declive imparable. La señorita de Valladolid
intuye las consecuencias que para la causa constitucional tendría que el
pájaro apareciera esta semana en carne mortal ante el Parlament,
después de haber vuelto a cruzar la frontera en el maletero de un
Mercedes, ¡tenemos que hacer algo para impedirlo!, y entonces entra en
escena Zoido el Torpe y,
mientras revisa las alcantarillas de la plaza de Sant Jaume, nos somete
a la vergüenza de esas reflexiones pedestres sobre las dificultades de
impedir la vuelta del malandrín, y es tan obvio el bochorno colectivo
que la doña entra en trance: “Tenemos que usar todas las herramientas
legales a nuestro alcance para evitar que alguien que está huido de la
justicia pueda ser investido y ponerse al frente de un Gobierno
autonómico”, cacarea, “porque ha cometido delitos muy graves, y es
nuestra obligación defender la legalidad y la democracia, e impedir que
vuelva a desafiar la ley”.
No
saben qué hacer. Como es obvio, adoptar decisiones poco meditadas de un
día para otro suele acabar en espectáculos como el del Consejo de
Estado. Es la evidencia de un Gobierno depauperado con respecto al de la
anterior legislatura, con ministros que no abren la boca en los
Consejos, que no se hablan entre sí, que apenas sueltan algún que otro
monosílabo durante la sesión, y en el que figura gente cuya presencia,
caso de Alfonso Dastis, es un auténtico
misterio. Un Gobierno cuya columna vertebral sigue conformada por los
“sorayos”, los ministros que se cobijan bajo el paraguas de la
vicepresidenta, los Nadal, los Báñez, los Montoro, porque Cospedal hace la guerra –perdida- por su cuenta, del brazo de un Zoido abrasado en cuatro días, y con un Luis de Guindos,
los restos del poso liberal que un día tuvo el PP, en el andén de
salida hacia la vicepresidencia del BCE, si es que el poderoso clan de
los Nadal, nuestros implacables hermanos Dalton, no se lo frustran a última hora.
El círculos de los "sorayos" se refuerza
“Es
un problema de organización del Gobierno”, asegura una fuente que
conoce bien el funcionamiento del Ejecutivo, “centrado en una señora que
tiene demasiadas competencias, que está sobrepasada, porque solo un
problema como el de Cataluña requeriría la dedicación exclusiva de un
equipo de gente muy potente, de mucho talento, dedicado las 24 horas del
día a pensar soluciones y a vertebrarlas contando con la ventaja que
proporciona la maquinaria del Estado y, sobre todo, el respaldo de una
ley que están obligados a hacer cumplir en defensa de las libertades de
todos los catalanes”. Una señora dispuesta a seguir colocando a sus
peones en posiciones relevantes, que se niega a ceder un ápice de poder,
antes muerta que sencilla, como demuestra el nombramiento de José Luis Ayllón, otro hombre de su cuadra, como nuevo jefe de Gabinete de la presidencia del Gobierno en sustitución del inefable Moragas, para dibujar el cuadro de un Mariano Rajoy rodeado por los “sorayos” por tierra, mar y aire.
Ese estrecho círculo se encarga
de decirle a Mariano que todo va bien, señora baronesa, no hay novedad,
razón por la cual en la copa de Navidad aplazada este año al 16 de
enero, y ante el coro embelesado de plumillas que le estruja, dice
aquello de que “el partido está bien; otra cosa es lo que dicen los
periodistas”. Un cerco de fieles que no está para darle disgustos, al
frente del cual sigue figurando el incombustible Arriola,
un sociólogo desconectado hoy de los canales de formación de la opinión
pública, que no participa en redes sociales y que ya no entiende lo que
sucede en este perro mundo, pero que se empeña en seguir facturando.
Como el propio Mariano, un líder superado por el paso del tiempo,
barrido por las nuevas corrientes que surcan la sociedad española. Un
político torpe, que ha perdido reflejos, y que en la radio de Alsina es
capaz de decir aquello de “no nos metamos en eso” cuando el locutor le
pregunta por las diferencias salariales hombre/mujer. Situación
preocupante: en el entorno de Moncloa hay quien sospecha que los
deslices del presidente, sus errores, sus patosas confusiones, algunas
no exentas de gracia, sus extraños ticks, cada día
más acusados, tienen que ver con una acelerada pérdida de facultades que
le inhabilitarían a corto plazo para el desempeño del cargo.
El dúo Mariano-Soraya podría estar sentenciado
Pensar en estas condiciones en renovar candidatura como cabeza de lista del PP en unas hipotéticas generales, se antoja una quimera. Mariano ya no está para esos trotes. Hay quien sugiere que tropiezos como el del Consejo de Estado están siendo propiciados por determinados poderes que han decidido acabar de un plumazo con el presidente y su ama de llaves, dada la incapacidad del dúo para lidiar con el envite catalán. Ayer noche lograron salvar los muebles, cuando se temían lo peor desde los predios del Constitucional. Malas noticias, en todo caso, para esa señorita Rotenmeyer que sigue dispuesta a jugar fuerte en contra de su pobre currículo como vicetodo, su pésima gestión del caso catalán, y su irrelevancia en el PP, un partido hoy profundamente deprimido. Núñez Feijóo tendrá que mover ficha con la prudencia pero con la determinación debida si quiere heredar los restos de este paquebote que, encallado en los bajíos de su corrupción, cada día suelta nuevas piezas testimonio sobre las playas levantinas de la Gürtel. En la acera de en frente crece el crédito de un Albert Rivera que esta semana, en el Ritz, dio conferencia rodeado del aura de los personajes a quienes la calle ha elevado ya a la categoría de presidentes. Convendría, con todo, que no prestase atención a los cantos de sirena de quienes, las prisas por pisar moqueta, le piden que acelere los plazos negando, por ejemplo, su apoyo a los PGE del año en curso. Un hombre inteligente seguramente dejaría a Mariano y a su PP cocerse a fuego lento. Tiempos de cambio histórico.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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