El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias (d) y el portavoz de En Comú Podem en el Congreso, Xavier Domenech.
EFE
Con toda probabilidad hoy quedará constituido un nuevo parlamento catalán
cuya presidencia ocupará un representante independentista libre de
causas judiciales a sus espaldas, al menos en el momento de tomar
posesión. Y es que, a pesar de lo que puedan tener de entretenidas las
disputas internas del separatismo, cabe descreer de ellas como posible
torpedo en sus planes: habrá final feliz y pactado para que puedan seguir manteniendo su pulso al Estado desde las instituciones. En esa labor, además, los partidos independentistas no están en soledad.
Las notables ausencias en la sesión de constitución han
concedido a ‘los comunes’ la oportunidad de arrebatar al independentismo
el control de la cámara para que una fuerza constitucionalista tome el
relevo de Carme Forcadell. Los de Colau,
por supuesto, se han apresurado a zanjar esa posibilidad, actuando de
nuevo como el cómplice perfecto del independentismo, no tanto para la
consecución del objetivo de la secesión, sino para convertirse en el
garante de que nada cambie en la política catalana.
El problema de Podemos es que, como los independentistas, creen que Cataluña sólo puede ser dirigida por los nacionalistas
Lo que puede parecer un juicio aventurado no es sino una
mera constatación de los hechos. El golpe parlamentario que perpetraron
los partidos separatistas la pasada legislatura provocó que los derechos
de toda la oposición, incluidos los de los comunes, fueran vulnerados.
Aunque se empeñen en ignorarlo, aquella diputada de Podemos célebre por
retirar banderas constitucionales de la cámara catalana fue tan injusta y
antidemocráticamente silenciada por la mayoría separatista como lo
fueron los representantes de Cs, PP o PSC. Si la actitud de Forcadell
provocó entonces un memorable discurso de reproche de Joan Coscubiela, la nueva Mesa, bajo ordeno y mando del separatismo, parece ser ahora merecedora de un premio.
Ni
la conveniente reprimenda a los separatistas por degradar las
instituciones, ni la elección de una presidencia ajena al ejecutivo son
motivos suficientes para que los comunes pierdan la fobia a aparecer en
la misma foto que el constitucionalismo. El problema de Podemos es que,
como los independentistas, creen que Cataluña sólo puede ser dirigida
por los nacionalistas. Prueba de ello es el discurso con el que Pablo Iglesias se desperezó de la pesadilla electoral catalana después de semanas sin soltar prenda tras sus malos resultados en la comunidad.
Lejos
de hacer autocrítica sobre las complicidades con el nacionalismo,
algunas de las palabras del discurso de Iglesias son bastante
reveladoras. “Ha aparecido la nación española en Cataluña”, aseveró el
líder morado, no sin la dosis justa de pesadumbre que le debió suponer
comprobar cómo la consigna nacionalista del ‘un sol poble’, que Podemos
ha hecho suya, se hizo añicos en las urnas. La afirmación de Iglesias,
pues, “ha aparecido” yerra por partida doble: lo que siempre ha habido
en Cataluña son ciudadanos libres e iguales que a diferencia de Podemos
no ven nada de progresista en la fragmentación de la soberanía nacional,
ni se sienten representados por un proyecto que replica todas las
consignas nacionalistas.
La muy saludable elección de una presidencia ajena al ejecutivo no parece haber sido motivo suficiente para que los comunes dejen de ser cómplices del independentismo
Iglesias y los suyos han cantado las bondades de la España plurinacional mientras presuponían la uniformidad de la Cataluñamonolítica
que pintan los nacionalistas. Eso les puede valer para ganarse la
sonrisa cómplice de los dirigentes nacionalistas en Barcelona y en
Madrid, pero es lógico, como han demostrado las urnas, que los catalanes
no nacionalistas prefieran confiar en partidos que no hablan sólo para
los nacionalistas. Lo dijo Iglesias también: “Hemos hablado demasiado
para otras fuerzas políticas”. Se refiere, claro, a las fuerzas
independentistas, a las que han intentado contentar votando en contra de
defender la Constitución española en el Senado, o compartiendo con
Puigdemont y Junqueras las críticas infundadas al “Estado represor” que
aspiran a gobernar.
La pregunta es: ¿Hasta cuándo insistirán en el error de primar la complacencia nacionalista en lugar de las preferencias de sus votantes?
Hoy será una mesa independentista, mañana una declaración solemnísima
contra el 155 y así hasta un sinfín de iniciativas que sólo pueden
firmar quienes descreen de la democracia española. Ese rechazo, que les
condena a ser eternos compañeros de viaje, se traduce en gestos de los
que sacan mucha tajada de ‘transversalidad’ los nacionalistas, pero que a
Podemos no terminan de funcionarle. Y sin embargo, así seguirán, hasta que ya no les quede nadie a quien hablar.
ANDREA MÁRMOL Vía VOZ PÓPULI
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