Hoy os hablo del magnífico ejemplo de inteligencia compartida del que deberíamos sentirnos orgullosos todos los españoles por la gran labor que hacen. Hablo de la ONT
Foto: iStock.
Después de muchos años de estudiar la inteligencia individual —la que ustedes y yo tenemos—, llegué a una conclusión evidente y en cierto modo decepcionante: es una ficción.
Toda inteligencia se desarrolla en un entorno que la favorece o la
bloquea. En un entorno estúpido —por violencia, envidia, desdén por la
educación y la excelencia, o jaleador de la tosquedad— es difícil y casi
heroico que una inteligencia florezca. “¡Qué difícil es no caer cuando todo cae!", escribió el conmovedor Antonio Machado.
Toda inteligencia se desarrolla en una cultura que le proporciona herramientas mentales para pensar, más o menos eficientes, y en un momento histórico estimulante o depresivo. Esto permite evaluar la inteligencia de las sociedades. Hay comunidades inteligentes y comunidades menos inteligentes. Pueden ser una familia, un equipo, una empresa, una ciudad, una nación. A cualquier nivel, aparece el mismo fenómeno. Una comunidad inteligente es aquella en que un grupo de personas, mayor o menor, que individualmente pueden no ser extraordinarias, por el hecho de relacionarse, de colaborar, de trabajar de una manera determinada, produce resultados extraordinarios. Como a todos nos interesa vivir en sociedades inteligentes, conviene estudiar su funcionamiento.
Con este fin, quiero hoy hablar de un magnífico ejemplo de inteligencia compartida del que deberíamos sentirnos orgullosos: la Organización Española de Trasplantes (ONT). No tengo ninguna relación con ella, y lo que conozco está al alcance de todos los lectores, pero me parece un espléndido ejemplo del que deberíamos aprender, para salir del pantano de impotencia y desánimo en que vivimos. El caso me interesa por varias razones. En primer lugar, por su éxito: España, gracias a la ONT, está en el primer puesto del 'ranking' mundial en un tema de extraordinaria complejidad científica, técnica, logística, económica, emocional y ética.
Si hemos conseguido hacerlo tan bien, hay que preguntarse por qué no lo hacemos igual de bien en otros asuntos. Conviene por ello reflexionar sobre las razones de su éxito, para ver si es posible aplicarlas a otros temas, como la educación, el sistema judicial, las organizaciones que intentan luchar contra la violencia doméstica o contra las drogas, los sistemas de innovación, el emprendimiento social, las universidades, la Administración pública, etc.
La ONT ha sido capaz de organizar un complejísimo sistema que debe actuar con rapidez y eficacia. Para ello, tiene que conseguir la colaboración de muchas inteligencias individuales: las familias de los donantes, los equipos de extracción, de transporte, de localización del receptor, los equipos médicos encargados del trasplante y del posoperatorio.
Desde su comienzo, la ONT comprendió que debía cambiar la percepción social acerca de la donación de órganos. Este es uno de sus más notables éxitos. España es el país con más porcentaje de donantes. Hace muchos años, conocí a uno de los pioneros de esas técnicas quirúrgicas, el doctor Gil Vernet. En aquel momento inicial, había recelos morales y jurídicos sobre los trasplantes. Hubo, además, que luchar contra un atávico respeto al cadáver que, lo mismo que disuadía de la incineración, disuadía de la donación de órganos. El esfuerzo pedagógico de la ONT ha supuesto una mejora en el nivel ético de nuestra sociedad. Debemos por ello estarles agradecidos.
En un momento en que se considera una evidencia irremediable que las instituciones públicas tengan que ser malas gestoras, la ONT demuestra que no es cierto.
Es difícil pensar que una organización privada lo hubiera hecho mejor. Lo que ocurre es que el éxito de una empresa privada está impuesto por una ley de supervivencia: o lo haces bien o mueres. En cambio, las instituciones estatales no se rigen por esta ley, porque tienen la vida asegurada vía Presupuestos, sino por la exigencia ética de hacerlo de la forma más excelente posible. Y, por desgracia, la exigencia ética es menos fuerte, más incierta, que la lucha contra la competencia. Pero no es necesario que sea así.
El tema de los trasplantes plantea un problema económico de extraordinario interés. Los economistas que confían en la omnipotencia del mercado para resolver todos los problemas se encuentran con un tema incómodo: definir lo que es un 'bien económico', es decir, aquello que puede entrar en una relación de compraventa. ¿Deben ser los órganos un bien económico? ¿Mejoraría la gestión de los trasplantes si hubiera un mercado libre? Tenemos la experiencia de que, cuando en algún lugar se intentó aumentar las donaciones de sangre pagándolas bien, disminuyeron las aportaciones. La generosidad —y otras razones que van más allá del puro interés— impulsa la acción humana, de una manera que la teoría económica clásica, basada en el 'homo economicus' que solo pretende optimizar racionalmente sus recursos, no acaba de entender. Por eso hay que fomentarla.
Por último, cualquier organización necesita una buena dirección para tener éxito. Confieso mi admiración por las personas que tienen talento para organizar, supongo que debe de ser por mi absoluta carencia de él. Les contaré una anécdota biográfica. Desde que era adolescente, admiré profundamente a Herbert A. Simon porque fue uno de los padres de la inteligencia artificial. Pero cuando le dieron el Premio Nobel de Economía sufrí una decepción, porque no se lo habían dado por los trabajos que yo valoraba tanto, sino por algo que me parecía vulgar: la organización de las oficinas. Muchos años después, y con más experiencia, he cambiado de opinión. Organizar —planificar, dirigir, hacer que las cosas sucedan con eficiencia— me parece una de las máximas demostraciones de la inteligencia práctica. Es imposible hablar de la ONT sin mencionar al doctor Matesanz (a quien no conozco), que la dirigió desde su fundación en 1989. He leído en Wikipedia que al principio la organización eran él y dos secretarias. Habría que hacer un monumento a ese trío.
Traeré esta agua a mi molino. En este momento se vuelve a hablar en España del pacto educativo. Sin duda es necesario, pero una vez conseguido, una vez elaborada una buena ley, llegará el momento de la puesta en práctica, de hacer real lo legislado, y para eso hacen falta buenos gestores educativos. No sirve cualquiera. Desde el BOE a las aulas hay un inmenso territorio, lleno de pantanos y laberintos.
La educación española ha tenido siempre un déficit de gestión y por eso sus múltiples leyes se han perdido en el camino. El éxito de la Organización Nacional de Trasplantes nos demuestra que, por muy complejos que sean, los problemas pueden solucionarse. Es una inyección de optimismo y una llamada al rigor. Nos preocupa mucho la corrupción delictiva. A mí me preocupa una corrupción más insidiosa: la ineficiencia.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
Toda inteligencia se desarrolla en una cultura que le proporciona herramientas mentales para pensar, más o menos eficientes, y en un momento histórico estimulante o depresivo. Esto permite evaluar la inteligencia de las sociedades. Hay comunidades inteligentes y comunidades menos inteligentes. Pueden ser una familia, un equipo, una empresa, una ciudad, una nación. A cualquier nivel, aparece el mismo fenómeno. Una comunidad inteligente es aquella en que un grupo de personas, mayor o menor, que individualmente pueden no ser extraordinarias, por el hecho de relacionarse, de colaborar, de trabajar de una manera determinada, produce resultados extraordinarios. Como a todos nos interesa vivir en sociedades inteligentes, conviene estudiar su funcionamiento.
Una
comunidad inteligente es aquella en que un grupo de personas es capaz
de producir resultados extraordinarios al trabajar de forma determinada
Con este fin, quiero hoy hablar de un magnífico ejemplo de inteligencia compartida del que deberíamos sentirnos orgullosos: la Organización Española de Trasplantes (ONT). No tengo ninguna relación con ella, y lo que conozco está al alcance de todos los lectores, pero me parece un espléndido ejemplo del que deberíamos aprender, para salir del pantano de impotencia y desánimo en que vivimos. El caso me interesa por varias razones. En primer lugar, por su éxito: España, gracias a la ONT, está en el primer puesto del 'ranking' mundial en un tema de extraordinaria complejidad científica, técnica, logística, económica, emocional y ética.
Si hemos conseguido hacerlo tan bien, hay que preguntarse por qué no lo hacemos igual de bien en otros asuntos. Conviene por ello reflexionar sobre las razones de su éxito, para ver si es posible aplicarlas a otros temas, como la educación, el sistema judicial, las organizaciones que intentan luchar contra la violencia doméstica o contra las drogas, los sistemas de innovación, el emprendimiento social, las universidades, la Administración pública, etc.
España,
gracias a la ONT, está en el primer puesto del 'ranking' mundial en
trasplantes de órganos, un tema de extraordinaria complejidad científica
La ONT ha sido capaz de organizar un complejísimo sistema que debe actuar con rapidez y eficacia. Para ello, tiene que conseguir la colaboración de muchas inteligencias individuales: las familias de los donantes, los equipos de extracción, de transporte, de localización del receptor, los equipos médicos encargados del trasplante y del posoperatorio.
La donación de órganos
Desde su comienzo, la ONT comprendió que debía cambiar la percepción social acerca de la donación de órganos. Este es uno de sus más notables éxitos. España es el país con más porcentaje de donantes. Hace muchos años, conocí a uno de los pioneros de esas técnicas quirúrgicas, el doctor Gil Vernet. En aquel momento inicial, había recelos morales y jurídicos sobre los trasplantes. Hubo, además, que luchar contra un atávico respeto al cadáver que, lo mismo que disuadía de la incineración, disuadía de la donación de órganos. El esfuerzo pedagógico de la ONT ha supuesto una mejora en el nivel ético de nuestra sociedad. Debemos por ello estarles agradecidos.
En un momento en que se considera una evidencia irremediable que las instituciones públicas tengan que ser malas gestoras, la ONT demuestra que no es cierto.
¿Deben
ser los órganos un bien económico?¿Mejoraría la gestión de los
trasplantes si hubiera un mercado libre? Son las eternas dudas
Es difícil pensar que una organización privada lo hubiera hecho mejor. Lo que ocurre es que el éxito de una empresa privada está impuesto por una ley de supervivencia: o lo haces bien o mueres. En cambio, las instituciones estatales no se rigen por esta ley, porque tienen la vida asegurada vía Presupuestos, sino por la exigencia ética de hacerlo de la forma más excelente posible. Y, por desgracia, la exigencia ética es menos fuerte, más incierta, que la lucha contra la competencia. Pero no es necesario que sea así.
El tema de los trasplantes plantea un problema económico de extraordinario interés. Los economistas que confían en la omnipotencia del mercado para resolver todos los problemas se encuentran con un tema incómodo: definir lo que es un 'bien económico', es decir, aquello que puede entrar en una relación de compraventa. ¿Deben ser los órganos un bien económico? ¿Mejoraría la gestión de los trasplantes si hubiera un mercado libre? Tenemos la experiencia de que, cuando en algún lugar se intentó aumentar las donaciones de sangre pagándolas bien, disminuyeron las aportaciones. La generosidad —y otras razones que van más allá del puro interés— impulsa la acción humana, de una manera que la teoría económica clásica, basada en el 'homo economicus' que solo pretende optimizar racionalmente sus recursos, no acaba de entender. Por eso hay que fomentarla.
Una gran directiva
Por último, cualquier organización necesita una buena dirección para tener éxito. Confieso mi admiración por las personas que tienen talento para organizar, supongo que debe de ser por mi absoluta carencia de él. Les contaré una anécdota biográfica. Desde que era adolescente, admiré profundamente a Herbert A. Simon porque fue uno de los padres de la inteligencia artificial. Pero cuando le dieron el Premio Nobel de Economía sufrí una decepción, porque no se lo habían dado por los trabajos que yo valoraba tanto, sino por algo que me parecía vulgar: la organización de las oficinas. Muchos años después, y con más experiencia, he cambiado de opinión. Organizar —planificar, dirigir, hacer que las cosas sucedan con eficiencia— me parece una de las máximas demostraciones de la inteligencia práctica. Es imposible hablar de la ONT sin mencionar al doctor Matesanz (a quien no conozco), que la dirigió desde su fundación en 1989. He leído en Wikipedia que al principio la organización eran él y dos secretarias. Habría que hacer un monumento a ese trío.
Traeré esta agua a mi molino. En este momento se vuelve a hablar en España del pacto educativo. Sin duda es necesario, pero una vez conseguido, una vez elaborada una buena ley, llegará el momento de la puesta en práctica, de hacer real lo legislado, y para eso hacen falta buenos gestores educativos. No sirve cualquiera. Desde el BOE a las aulas hay un inmenso territorio, lleno de pantanos y laberintos.
La educación española ha tenido siempre un déficit de gestión y por eso sus múltiples leyes se han perdido en el camino. El éxito de la Organización Nacional de Trasplantes nos demuestra que, por muy complejos que sean, los problemas pueden solucionarse. Es una inyección de optimismo y una llamada al rigor. Nos preocupa mucho la corrupción delictiva. A mí me preocupa una corrupción más insidiosa: la ineficiencia.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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