Oriol Junqueras, con Carles Puigdemont detrás de él
Efe
Analizar el panorama político en Cataluña
requiere una gran dosis de conocimientos en psiquiatría infantil. Nunca
como ahora la expresión “son como niños” se ha visto mejor reflejada en
las pautas conductuales de los dirigentes nacionalistas. Son igual que
críos caprichosos, volubles, maleducados e irresponsables que marranean
en público.
El juez me tiene manía
Ante la cita judicial que tienen algunos de los
dirigentes del malhadado proceso separatista ante los jueces, no resulta
difícil imaginarse lo que van a decir. Estas personas, con un perfil
psicológico infantiloide, conspiranoico y egocentrista de manual, dirán
que son inocentes, que están por el diálogo, el acuerdo, el respeto, que
ellos no han delinquido ni promocionado desorden ni acto violento
alguno. Y, satisfechos con sus declaraciones, esperarán que la justicia
los deje en libertad para seguir haciendo lo único que saben: llevarse
sueldos suculentos e intentar conseguir sea como sea culminar su
proyecto separatista.
No se engañe el lector,
más allá de los intereses económicos y de las mezquindades de cada uno,
esta gente está convencida de que los buenos son ellos, que se está
cometiendo una tremenda injusticia con sus personas y que los que
esgrimimos argumentos fundamentados en la ley, lo lógico, lo razonable,
somos poco menos que unos guardias de campo de exterminio nazi.
Albert Rivera lo
definió muy bien el otro día cuando afirmó que el separatismo vive al
margen de la realidad. Es así. El turbulento jardín de infancia en el
que han convertido la política en Cataluña no admite para ellos, según
su visión, castigos ni regañinas. Todo ha de salirles gratis a los que
te quitan la merienda o te tiran del pelo. Son los dueños del patio, los
que le cargan el mochuelo siempre a otro compañero de clase, los que
ponen carita de inocente cuando el profesor pregunta quien ha sido y
acuden a sus papás, llorosos e indignados, cuando se les castiga. “Es
que el profesor me tiene manía”, repiten una y mil veces. Ninguna
responsabilidad es suya, la culpa siempre es de los demás, que somos
malos, tremendamente malos y envidiosos.
En
la perversidad político-sociológica que vivimos en Cataluña no es un
aspecto menor, como sostenemos en estos artículos basándonos en las
tesis de Víktor Kemplerer, el cambio en el sentido original de las
palabras, de ahí que desobediente sea sinónimo para esta tropa de algo
sublime, así como español es un adjetivo que descalifica automáticamente
a la persona que va dirigido. En su patio, que es particular, no se
moja nada que ellos no quieran y, por descontado, cuando el profesor
vestido de magistrado los llama al orden advirtiéndoles que se quedarán
después de clase, ellos patalean, se enfadan, rompen cosas para luego,
debido a su condición rastrera, fingir que no lo harán nunca más,
rogando que les quiten el castigo, mascullando que los profesores se han
pasado mucho.
Ahí sí que rozan la excelencia, porque tienen una imaginación, bueno, capacidad para la mentira, digna de mención"
Todo eso para volver a las andadas a la que
pueden –ellos mismos son tan idiotas que lo van diciendo en público,
véanse las declaraciones de Esquerra este lunes en las que afirman con
la solemnidad del obtuso que vuelven al principio de unilateralidad– e
inventarse las excusas más peregrinas al ser sorprendidos copiando en
clase o cuando no han traído los deberes hechos. Ahí sí que rozan la
excelencia, porque tienen una imaginación, bueno, capacidad para la
mentira, digna de mención. Los exámenes los harán por Skype,
los deberes no los hacen porque Bruselas queda muy lejos, las preguntas
deberían pactarse entre los profesores y ellos, diciéndoles los
primeros las respuestas correctas, y todo así.
Eso pasa, claro, porque no se les da un buen azote en el culo.
No sirven ni para concejal de una pedanía
A
resultas de esto, lo que demuestran esos pipiolines nacionalistas es
que el Estado les viene grande, muy grande. Los sacas de Primaria y se
pierden, y aún ni eso. A ellos, todo lo que no sea el campanario de su
pueblo y las componendas que se urden a su sombra, les es totalmente
ajeno. Son niñatos que se lían a pedradas a la salida del colegio para
huir luego cobardemente, escondiéndose de la zapatilla materna o el
soplamocos paterno, del castigo de copiar mil veces “no abusaré de mis
compañeros”.
Para acabar de rematarlo,
siguiendo con la perversión del lenguaje que tan astutamente emplean,
ponen en tela de juicio el criterio de los profesores porque ellos, solo
faltaría, son infinitamente más listos; si te quitan un tebeo o un
juguete es porque tu se lo has robado a ellos, si no te juntan en el
patio es porque eres malo, si te roban el balón y te quedas sin fútbol,
es porque ellos tienen más derecho que cualquiera a disfrutar y, además,
no eres de su equipo.
Todo esto, que no es
más que una figura literaria, claro, es la pura realidad que se vive a
diario en Cataluña. Los políticos del golpe separatista actúan como
niños consentidos, aún más, como los abusones de la clase que se creen
con derecho a maltratarte tanto a ti como a aquellos que no forman parte
de su pandilla, y te roban los cromos, y te pegan entre cinco o seis,
porque además son unos gallinas, y se sientan en los pupitres que les da
la gana, echándote del tuyo si se les antoja.
Conceptos
como la urbanidad, la puntualidad, las buenas costumbres, la
aplicación, el compañerismo o el respeto a las normas solo les provocan
risas despectivas. De ahí que ante el juez se limiten a repetir una
sarta de mentiras dirigidas solo a esquivar que los pongan de cara a la
pared de una celda con un ejemplar de la Constitución en cada mano.
Aunque en su fuero interno crean firmemente que los únicos capacitados
para imponer castigos son ellos, saben que podrían quedarse sin patio
mucho, mucho tiempo. Y ellos lo necesitan para desahogar su chulería, su
mala leche, su complejo de superioridad frente al resto de compañeros
de clase. Por eso mentirán tanto como les parezca conveniente.
Suspenden examen tras examen, a pesar de hacer trampas. Son tontos, muy tontos, y como a eso hay que unir su maldad, devienen unos elementos peligrosos"
No les gustan los reglamentos, por eso se
inventan los suyos, como esos que juegan al parchís improvisando nuevas
reglas a cada jugada que les perjudica. Reivindican que son los
veteranos del colegio, los que llevan más tiempo, pero a la que uno
rasca un poco se comprueba que no han aprendido nada de nada. Suspenden
examen tras examen, a pesar de hacer trampas. Son tontos, muy tontos, y
como a eso hay que unir su maldad, devienen unos elementos peligrosos.
Es
una lástima que la autoridad judicial del asunto no pueda enviarlos a
un centro especial donde se enseñen todas las cosas que ellos ignoran,
un colegio para políticos infantiloides que solo saben empujar y
mangonear. Allí aprenderían que no por hacer pellas a clase – en
Cataluña lo llamamos hacer campana – tienes más derechos que los que acuden cada día - ¿entiende la alegoría Puigdemont? – o que alborotar en clase solo perjudica a los que pretenden aprender alguna cosa.
En
el colegio de la política son los que se sientan en la última fila,
tirándole papeles al profesor, gritando y metiendo bulla, los que están
destinados al fracaso en la vida. No crean que todo esto lo hacen por un
espíritu rebelde, como la famosa Liga de los Sin Bata
del dibujante Romeu. El suyo es un gamberrismo iconoclasta propio del
burro, del ignorante, del abusón, de quien no sabe más que instalarse en
un infantilismo sin objetivos que no sean la contemplación de su propio
ombligo. Son los Ni-Nis de la política, los que jamás estudiarán,
despreciando a los que sí lo hacen, son los que llaman empollones y
cuatro ojos a los que sacan buenas notas – de ahí que le tengan una
manía tremenda a Inés Arrimadas – porque
les recuerdan su propio fracaso escolar y personal. Les viene ancho el
Estado, la autonomía, el gobierno, porque les viene grande el sentido de
la responsabilidad y la buena conducta. Han invertido los términos, de
forma que el que no deja hablar a nadie es un héroe, y quien suspende
todas las asignaturas es una eminencia intelectual. Todos hemos conocido
a chavales así cuando íbamos al cole, pero que acabasen mandando en los
despachos oficiales es insólito. A ver si los profesores, perdón, los
jueces, no se tragan sus excusas de mal enfermo, que se orina en la cama
aduciendo que suda, y les ponen unas buenas orejas de burro. Falta hace.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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