/Alberto Di Lolli
Ya puestos, ¿qué importa una más? Puigdemont, Junqueras y sus cómplices abrieron el 1 de octubre la caja de Pandora
de los demonios manes, lares y penates del Panteón ibérico. Difícil
será devolverlos a sus nichos. España vino al mundo con el genoma dañado
por un virus incurable. Gajes de ser o de haber sido zona vertical de
paso entre el orden europeo y el caos africano, y cauce horizontal de
trasvase entre la cultura clásica (el Mediterráneo) y la moderna (el
Atlántico). En la Península Ibérica todo ha tenido cabida. Su
heterogeneidad demográfica, étnica, religiosa, ideológica, jurídica,
consuetudinaria y cultural nos condena al tribalismo, a los Taifas, a
los fueros, a los cantones, al viva Cartagena, a las comunidades y a las
guerras civiles. Fue Zapatero, con su beligerante Ley de Memoria Histórica y el pusilánime entreguismo de los Estatutos de Autonomía, quien descerrajó el cinturón sanitario con el que Franco
mantuvo a raya el desguace del país. El genio (el mal genio) está ya
fuera de la botella y a ver quién es el guapo que lo captura. España
vuelve a ser lo que nunca dejó de ser: el far west del imperio
romano, la Última Thule, el finisterre al oeste del Pecos en el que la
gente dirime sus diferencias a tiro limpio o con insultos y la ley de
Lynch. Cierto es que ya (o aún) no hay disparos ni sogas, pero la
violencia no necesita de ellas. ¡Marchando una de derecho a decidir! A
los separatistas catalanes les ha salido media Cataluña respondona. No
sólo la del No es No (los partidos
constitucionalistas, con Ciudadanos tirando del pelotón, el PSOE
braceando entre dos aguas y el PP de farolillo rojo), sino también la de
Tabarnia, que bien podría ser, por estrambótica que la iniciativa nos
parezca, la solución que el far east ibérico necesita. El separatismo se reproduce por fisiparidad.
Sus cromosomas se dividen una y otra vez. Cartagena, cuando el Cantón, a
punto estuvo de declarar la guerra a Alemania, que se echó a reír. La
Hemicataluña del 1 de octubre ha declarado la guerra a Europa, que también se descojona. Tabarnia es la España de la Ilustración, el seny
y el humor; los Països Catalans y cañís son la de charanga, pandereta,
pataleta y el ceño fruncido... Una tabarra. Si Madrid se independizó de
Castilla, ¿por qué Barcelona y Tarragona no van a independizarse de
Gerona y Lérida? Sonriamos, sí, pero no nos lo tomemos a chacota. ¡Visca Tabarnia Lliure, catalana, española y europea!
FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ Vía EL MUNDO
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