La derecha domina Europa y está segura de que sus triunfos seguirán produciéndose en próximos años. Pero están traicionando a los suyos, y no les saldrá gratis
El presidente, director general y cofundador de Blackstone, Stephen A. Schwarzman. (EFE)
Los debates sobre el futuro de la izquierda se han vuelto demasiado comunes, y de un tiempo a esta parte algo más enconados.
Es normal, ocurre cuando los resultados no son buenos, lo que facilita
que sus distintas facciones se culpen entre sí de los problemas. Estos
enfrentamientos son contemplados con socarronería y satisfacción desde
el otro lado de la línea ideológica, cuando no desde la hilaridad, y un
buen ejemplo es el tuit de Jorge Bustos,
el periodista autor de 'Vidas cipotudas': “Intelectuales de la
izquierda burbuja descubriendo que a las clases populares les gustan la
nación y la familia. Ya solo falta que descubran que también les gusta
el capitalismo y llegamos por fin al siglo XXI”. No se trata de la
opinión de una persona en concreto, sino de que su ironía define de un
modo preciso el sentir de buena parte de la derecha: hemos ganado, la sociedad está de nuestro lado y hasta los otros se están dando cuenta.
Pero
la derecha española y europea, la que ha venido gobernando o actuando
como principal partido de oposición desde hace décadas, haría bien en
guardarse sus chanzas hacia los rivales y empezar a mirar hacia dentro,
porque está demostrando poco ojo respecto de los problemas que vienen.
Su ceguera respecto de los tiempos queda dibujada en las afirmaciones de Stephen Schwarzman,
CEO de Blackstone Group, en el Foro Económico Mundial en Davos 2018,
cuando le preguntaron por los riesgos globales: "Es un momento de enorme
ebullición, parte del cual ha sido creado por un estupendo crecimiento
económico. Y la fiesta es realmente buena, sirven muy buena comida y bebida y estamos ganando dinero...”.
Un cambio radical
Hay varios motivos, si hablamos en términos puramente pragmáticos, por los que deberían abandonar sus copas durante un rato.
Si examinamos el sur de Europa, en Portugal la derecha perdió el
gobierno, como ocurrió en Grecia, y también en Italia, donde se está
imponiendo Cinque Stelle y resurge la Liga Norte. Por no hablar de
Francia, el país que tuvo que inventarse a Macron en unos meses
para frenar al Frente Nacional. España resiste, pero a qué precio.
Recordemos todo lo que hubo que hacer (dos elecciones, el apoyo de Cs,
torcer el brazo al PSOE) para conseguir que hubiera Gobierno, y no
perdamos de vista el presente, ya que se está empujando con insistencia
desde las élites a Rivera para ver si logra superar a Rajoy de una vez.
El
apoyo en Europa a los partidos populistas de derecha y a los de extrema
derecha es el mayor que han tenido en los últimos 30 años
O
fijémonos en el Reino Unido, donde siguen los conservadores en el poder
pero pagando el precio de haberle comprado las tesis al UKIP y
consentir la salida de la UE. O Alemania, donde Merkel se perpetúa, pero con la necesaria ayuda de unos socialistas cada vez más empeñados en desaparecer. O EEUU, donde un candidato ridículo fue capaz de doblar sucesivamente el espinazo al partido republicano y al demócrata.
Nacionalismo, ley y orden
Reparemos en el resto de Europa. Bloomberg acaba de publicar un análisis
sobre los resultados electores de las pasadas décadas en 22 países
europeos, en el que señala cómo el apoyo a los partidos populistas de
derecha y los de extrema derecha es el mayor en los últimos 30 años. Obtuvieron como promedio el 16% del voto en las elecciones parlamentarias más recientes en cada país; en 1997 era del 5%.
Fijémonos en lo que ocurre en Hungría y Polonia, o en Eslovaquia, o en
Finlandia, Suiza y Austria. O en por qué la República Checa quiere
acercarse mucho más a Rusia.
Si
la izquierda se olvidó de sus votantes, en el otro lado de la calle
tampoco pueden sacar pecho. La traición de la derecha a los suyos es
evidente
Estos nuevos partidos no están tan contentos con el capitalismo existente,
global y muy liberal como nuestra derecha afirma: son mucho más
nacionalistas, ponen el acento en la ley y el orden, y a menudo adoptan
posiciones proteccionistas. Pero todo esto, y hay que resaltarlo, era
esperable, porque es el fruto de la traición de la derecha a su propio
electorado.
¿Familia y religión?
Si la
izquierda se olvidó de sus votantes, en el otro lado de la calle tampoco
pueden sacar pecho. La traición a los suyos ha sido muy evidente en muchos terrenos. Por ejemplo, con la familia, un eje central del pensamiento conservador. En España, las posibilidades de tener hijos y mantenerlos son mucho más complicadas,
y todo conspira para que exista una natalidad baja. La relación con los
mayores no es la idónea, porque la escasez económica y los horarios
laborales no permiten que nos hagamos cargo de las personas que, al
envejecer, necesitan cuidados; y si los mayores tienen buena salud, se
convierten en quienes crían a los nietos o en quienes ayudan a los hijos
económicamente cuando las cosas van mal: y si la familia es
monoparental, las dificultades para compaginar el trabajo y los hijos
son enormes. Tampoco en un terreno que siempre les ha sido propio, como es el de la religión, han sabido contentar a los suyos.
Se han acercado instrumentalmente a ellos, han realizado declaraciones
más altisonantes o menos, según conviniera, pero son un sector
claramente descontento.
Seamos
honestos: cuando hubo que hacer concesiones a los nacionalistas para
que apoyaran al Gobierno, cedieron en lo que se les pidió
Y
para qué hablar de la nación. El asunto catalán ayuda, porque sirve
para activar el sentimiento patriótico, pero, seamos honestos, cada vez
que había que hacer concesiones para que alguno de los partidos
nacionalistas apoyase al Gobierno no pusieron ni una pega. Entonces la unidad no importaba tanto.
Si la idea de España fuera tan importante, se habría hecho algo para
evitar que fuésemos un país sin peso en Bruselas o Berlín, y que no
fuese conocido solo por el ladrillo, el sol y los servicios. Tampoco ha habido un plan para mejorar la vida del común de los españoles, sino que, antes al contrario, no han hecho más que empeorarla.
Pymes, policías y soldados
Si
echamos un vistazo a los grupos que tradicionalmente apoyaban a la
derecha, el panorama no es mejor. Los autónomos y los pequeños
empresarios lo tienen más difícil que nunca: más cargas, más impuestos,
más dificultades. Quienes siguen votando a la derecha deben hacerlo por tradición, porque no ha hecho más que perjudicarles:
tantos años de beneficiar a las grandes empresas a costa de las
pequeñas tienen consecuencias. También eran el partido por excelencia de
los guardias civiles y policías nacionales, y el resultado para estos
colectivos es que tienen menos personal del necesario, sometido a
demasiados recortes y con sueldos que no son precisamente elevados. Del
ejército ya no hablemos; cuenta cada vez con menos efectivos, por lo que
un soldado debe cumplir las funciones de varios, no recibe un especial
apoyo por parte del Gobierno, los recortes siguen llegando y su salario
deja mucho que desear, en especial cuando se tienen que jugar la vida. Y
lo de los taxistas es ya de risa:
la mejor forma que se les ha ocurrido de conservar su voto es apoyar a
Uber y Cabify. Paro aquí, pero hay muchos más ejemplos. No es extraño,
entonces, que el votante vaya buscando otras opciones, por un lado o por otro del espectro ideológico.
Veremos
lo que pasa cuando los salarios y las pensiones bajen más y cuando se
acabe el colchón que brinda el patrimonio de los mayores
Esto no acaba aquí, por más que se lo parezca a nuestros chicos de la derecha. Este capitalismo no gusta ni a los capitalistas convencidos,
de manera que imaginad a los demás. Y en un contexto en el que la
geopolítica comienza a ser más importante que nunca, las tensiones van a
aumentar, no a frenarse.
Lo que viene
Y no puede ser de otra manera. Cuando el 10% más rico de la población española concentra
más de la mitad de la riqueza total (53,8%), y el 1% posee una cuarta
parte, casi lo mismo que el 70% de la población (que tiene el 32,13%);
cuando los salarios siguen bajando en los sectores más necesitados;
cuando nos vamos a jubilar más tarde y con pensiones menores; cuando los pequeños y medianos empresarios van cerrando sus negocios para que las grandes empresas sean más grandes;
cuando se nos acabe el colchón que padres y abuelos lograron conseguir
en años mucho mejores; cuando las empresas nacionales hayan dejado de
ser por completo nacionales, y cuando el trabajo escasee aún más como
efecto de la digitalización y la robotización, cuando todo eso ocurra,
la fractura social será mucho mayor.
Una
sociedad desigual produce inestabilidad, y una muy desigual, mucha
inestabilidad. Pero la derecha puede seguir refugiándose en mantras tipo
la globalización es buena, con la formación se soluciona todo o el
peligro son los totalitarismos mientras siguen tomando copas y comiendo
canapés caros. Puede pensar que todo está controlado porque Macron ganó en Francia y ellos ingresan mucho dinero, más que antes. Pero no es así. O quizá lo sepan y les dé igual, porque solo aspiran a disfrutar de la fiesta mientras dure. Pero un capitalismo que nos conduce al siglo XIX está abocado a generar muchos problemas internos, y sus descontentos están comenzando a provocarlos.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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