Estos electores llevan todo el siglo XXI administrando el cambio en nuestro país, señalando a los ganadores y a los perdedores. Son los que se enorgullecen de ser siempre y para todos votos prestados
Papeletas y sobres electorales. (EFE)
Los Reyes Magos han traído a Ciudadanos, con las primeras encuestas del año,
un diluvio de intenciones de voto. Solo el tiempo nos dirá cuánto hay
de cerveza y cuánto de espuma en ese vaso que hoy desborda. Pero cabe
pensar con fundamento que esta vez las cosas podrían ser distintas a lo
que ocurrió en 2015.
¿Quiénes forman el aluvión de personas que declaran que si las elecciones generales se
celebraran mañana pasarían a votar a Ciudadanos? Hay de todo pero, en
su mayoría, se trata de gentes que hace dos años votaron al PP.
¿Significa eso que son de derechas? No necesariamente. Ni tampoco lo contrario.
Si
pudiéramos seguir su rastro, quizá descubriríamos que muchos de ellos
fueron antes votantes de Zapatero y se pasaron al PP en 2011, tras el
fracaso socialista ante la crisis. Los más veteranos quizá contribuyeran
en 2000 a la mayoría absoluta de Aznar —de quien también se hartaron— y en su mocedad apoyaran en algún momento a Felipe González.
Son
el colectivo de los votos que no tienen ni reconocen dueño. Su retrato
robot corresponde a un ciudadano urbanita, integrado en la cultura
digital, con una posición económica quizá modesta pero suficientemente estable
para que el miedo no domine su vida. Hablamos de un hermafrodita
ideológico: tiene ideas y valores como el que más, pero se resiste a que
lo encajonen en el rígido eje de la derecha y la izquierda. En todo
caso, le preocupan poco las etiquetas.
Carece de vínculos que lo liguen emocionalmente a una u otra sigla. No se casa con nadie y su visión de la vida y de la política es funcional: simplemente, apoya al que ve en mejores condiciones para afrontar los problemas del momento.
Cree
en el sistema, y lo defiende: nada más lejos de él que la tentación
destituyente. Pero descree de los partidos y de los gobiernos. De hecho,
tiende a decepcionarse con estos con facilidad. Es un cliente exigente, juzga por resultados, soporta mal los fallos y los engaños y no tolera la corrupción.
Y
lo más importante: tiene un fino olfato para detectar las corrientes de
cambio. Casi siempre acierta. No solo huele la dirección del cambio,
sino que él mismo lo impulsa. Esos votos sin dueño llevan todo el siglo XXI administrando el cambio en nuestro país, señalando a los ganadores y a los perdedores.
Son los votantes que en Francia llevaron en volandas a Macron
al Elíseo. No abusemos, empero, de los paralelismos. Se dieron allí
circunstancias que se parecen a las nuestras: un sólido desprestigio de
los partidos tradicionales, una derecha tradicional envejecida y
contaminada por la corrupción, una izquierda ensimismada y atraída por
la tentación populista y una situación de alarma nacional (allí, la amenaza de Le Pen; aquí, el conflicto de Cataluña) que pone en peligro la democracia.
Pero también hay grandes diferencias entre la aventura de Macron y el empeño de Rivera.
Sin entrar en distingos de estatura política —que no son menores—,
Macron presentaba la experiencia de gobierno que a Rivera le falta. Y su
explosión electoral fue fulminante, en apenas unos meses pasó de la
nada a la victoria. Ciudadanos tiene por delante una larguísima carrera
de obstáculos hasta llegar a las generales, y está por ver que sea capaz
de sostener el 'momentum' del que ahora disfruta.
Lo cierto es que su posición estratégica
es sumamente favorable. En la entrevista con Rivera que publicó ayer
'El País' se advertía la conciencia de su situación privilegiada en el
tablero político.
La estrategia de Ciudadanos
respecto a sus rivales parece clara. Respecto a Rajoy, suministrarle el
aire que necesita para seguir respirando, pero ni un gramo más. Desde
luego, no el que precisaría para reactivar la acción del Gobierno y salir del marasmo al que le condena su precariedad parlamentaria. Y naturalmente, seguir apretando el dogal de la corrupción.
Mantener
vivo al Gobierno le permite aparecer ante el público moderado como un
partido responsable que contribuye a la estabilidad. Mantenerlo
atenazado y con respiración asistida previene que el PP recupere su
competitividad y le asegura el flujo de votos de quienes ya no esperan nada de Rajoy.
Mantener
vivo al Gobierno le permite aparecer ante el público moderado como un
partido responsable que contribuye a la estabilidad
Al PSOE de Sánchez
lo anima a adentrarse por el camino que ha elegido, el de competir con
Podemos por el espacio de la izquierda populista y dejar abandonada la
ancha vereda del social-liberalismo moderado comprometido con el
progreso pero también con la estabilidad del país, territorio en el que
se forjaron las mayorías del Partido Socialista. Observen esta
inteligente respuesta de Rivera: “Yo suscribiría otra vez los 200 puntos del acuerdo con el PSOE,
pero creo que Sánchez no lo puede hacer. El PSOE se ha ido de ahí, cree
que tiene que pescar votos en Podemos”. A adversario que huye, puente
de plata.
El PP y el PSOE sufren un dilema ante Ciudadanos.
Por una parte, es su foco principal de pérdida de votos. Según las
encuestas que acabamos de conocer, cerca de dos millones de los nuevos
votantes de Cs proceden del PP y más de 700.000, del PSOE. Ello los
invitaría a combatirlo sin tregua.
Rajoy tira de 'marianismo' e intenta imponer la calma en las filas del PP
Pero por
otro lado, objetivamente, es para ambos el socio necesario, el único con
el que pueden vislumbrar la posibilidad de gobernar. En el caso del PP
es obvio, porque carece de otros interlocutores. En el caso del PSOE,
se hace cada vez más claro que no sumará con Podemos. Solo le queda
resignarse a liderar la oposición o especular con un triple empate que
haría posibles dos mayorías alternativas de gobierno: PP-Cs o PSOE-Cs.
Peligroso rival y socio necesario, una dualidad que sitúa a Ciudadanos en la posición privilegiada de árbitro
de la política española. ¿Hay antídoto? Sí, pero no está en la realidad
actual. Nunca fue tan menor el papel de Ciudadanos como durante el
breve periodo en que el PSOE, dirigido por Javier Fernández, aprovechó
pragmáticamente la debilidad del Gobierno para negociar todo lo
importante entre los dos grandes partidos. Curiosamente, lo mejor para
el interés partidario coincide en este caso con lo mejor para el país.
Pero para eso hay que saber jugar, como los grandes, con la cabeza levantada. Y no es el caso.
Mientras
tanto, la esclerosis de Rajoy y el sectarismo cegato de Sánchez dan a
Rivera la ocasión de seguir adueñándose de los votos sin dueño, esos que
se enorgullecen de ser siempre y para todos votos prestados.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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