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lunes, 15 de enero de 2018

El plan de Ciudadanos: adueñarse de los votos sin dueño

Estos electores llevan todo el siglo XXI administrando el cambio en nuestro país, señalando a los ganadores y a los perdedores. Son los que se enorgullecen de ser siempre y para todos votos prestados


Papeletas y sobres electorales. (EFE)


Los Reyes Magos han traído a Ciudadanos, con las primeras encuestas del año, un diluvio de intenciones de voto. Solo el tiempo nos dirá cuánto hay de cerveza y cuánto de espuma en ese vaso que hoy desborda. Pero cabe pensar con fundamento que esta vez las cosas podrían ser distintas a lo que ocurrió en 2015.

¿Quiénes forman el aluvión de personas que declaran que si las elecciones generales se celebraran mañana pasarían a votar a Ciudadanos? Hay de todo pero, en su mayoría, se trata de gentes que hace dos años votaron al PP. ¿Significa eso que son de derechas? No necesariamente. Ni tampoco lo contrario.

Si pudiéramos seguir su rastro, quizá descubriríamos que muchos de ellos fueron antes votantes de Zapatero y se pasaron al PP en 2011, tras el fracaso socialista ante la crisis. Los más veteranos quizá contribuyeran en 2000 a la mayoría absoluta de Aznar —de quien también se hartaron— y en su mocedad apoyaran en algún momento a Felipe González.

Los expresidentes del Gobierno Felipe González (d) y José María Aznar (i). (EFE)
Los expresidentes del Gobierno Felipe González (d) y José María Aznar (i). (EFE)

Son el colectivo de los votos que no tienen ni reconocen dueño. Su retrato robot corresponde a un ciudadano urbanita, integrado en la cultura digital, con una posición económica quizá modesta pero suficientemente estable para que el miedo no domine su vida. Hablamos de un hermafrodita ideológico: tiene ideas y valores como el que más, pero se resiste a que lo encajonen en el rígido eje de la derecha y la izquierda. En todo caso, le preocupan poco las etiquetas.

Carece de vínculos que lo liguen emocionalmente a una u otra sigla. No se casa con nadie y su visión de la vida y de la política es funcional: simplemente, apoya al que ve en mejores condiciones para afrontar los problemas del momento.

Hablamos de un hermafrodita ideológico: tiene ideas y valores, pero se resiste a que lo encajonen en el rígido eje de la derecha y la izquierda

Cree en el sistema, y lo defiende: nada más lejos de él que la tentación destituyente. Pero descree de los partidos y de los gobiernos. De hecho, tiende a decepcionarse con estos con facilidad. Es un cliente exigente, juzga por resultados, soporta mal los fallos y los engaños y no tolera la corrupción.

Y lo más importante: tiene un fino olfato para detectar las corrientes de cambio. Casi siempre acierta. No solo huele la dirección del cambio, sino que él mismo lo impulsa. Esos votos sin dueño llevan todo el siglo XXI administrando el cambio en nuestro país, señalando a los ganadores y a los perdedores.

Son los votantes que en Francia llevaron en volandas a Macron al Elíseo. No abusemos, empero, de los paralelismos. Se dieron allí circunstancias que se parecen a las nuestras: un sólido desprestigio de los partidos tradicionales, una derecha tradicional envejecida y contaminada por la corrupción, una izquierda ensimismada y atraída por la tentación populista y una situación de alarma nacional (allí, la amenaza de Le Pen; aquí, el conflicto de Cataluña) que pone en peligro la democracia.


Pero también hay grandes diferencias entre la aventura de Macron y el empeño de Rivera. Sin entrar en distingos de estatura política —que no son menores—, Macron presentaba la experiencia de gobierno que a Rivera le falta. Y su explosión electoral fue fulminante, en apenas unos meses pasó de la nada a la victoria. Ciudadanos tiene por delante una larguísima carrera de obstáculos hasta llegar a las generales, y está por ver que sea capaz de sostener el 'momentum' del que ahora disfruta.
Lo cierto es que su posición estratégica es sumamente favorable. En la entrevista con Rivera que publicó ayer 'El País' se advertía la conciencia de su situación privilegiada en el tablero político.

La estrategia de Ciudadanos respecto a sus rivales parece clara. Respecto a Rajoy, suministrarle el aire que necesita para seguir respirando, pero ni un gramo más. Desde luego, no el que precisaría para reactivar la acción del Gobierno y salir del marasmo al que le condena su precariedad parlamentaria. Y naturalmente, seguir apretando el dogal de la corrupción.

Mantener vivo al Gobierno le permite aparecer ante el público moderado como un partido responsable que contribuye a la estabilidad. Mantenerlo atenazado y con respiración asistida previene que el PP recupere su competitividad y le asegura el flujo de votos de quienes ya no esperan nada de Rajoy.

Mantener vivo al Gobierno le permite aparecer ante el público moderado como un partido responsable que contribuye a la estabilidad

Al PSOE de Sánchez lo anima a adentrarse por el camino que ha elegido, el de competir con Podemos por el espacio de la izquierda populista y dejar abandonada la ancha vereda del social-liberalismo moderado comprometido con el progreso pero también con la estabilidad del país, territorio en el que se forjaron las mayorías del Partido Socialista. Observen esta inteligente respuesta de Rivera: “Yo suscribiría otra vez los 200 puntos del acuerdo con el PSOE, pero creo que Sánchez no lo puede hacer. El PSOE se ha ido de ahí, cree que tiene que pescar votos en Podemos”. A adversario que huye, puente de plata.

El PP y el PSOE sufren un dilema ante Ciudadanos. Por una parte, es su foco principal de pérdida de votos. Según las encuestas que acabamos de conocer, cerca de dos millones de los nuevos votantes de Cs proceden del PP y más de 700.000, del PSOE. Ello los invitaría a combatirlo sin tregua.



Pero por otro lado, objetivamente, es para ambos el socio necesario, el único con el que pueden vislumbrar la posibilidad de gobernar. En el caso del PP es obvio, porque carece de otros interlocutores. En el caso del PSOE, se hace cada vez más claro que no sumará con Podemos. Solo le queda resignarse a liderar la oposición o especular con un triple empate que haría posibles dos mayorías alternativas de gobierno: PP-Cs o PSOE-Cs.

Peligroso rival y socio necesario, una dualidad que sitúa a Ciudadanos en la posición privilegiada de árbitro de la política española. ¿Hay antídoto? Sí, pero no está en la realidad actual. Nunca fue tan menor el papel de Ciudadanos como durante el breve periodo en que el PSOE, dirigido por Javier Fernández, aprovechó pragmáticamente la debilidad del Gobierno para negociar todo lo importante entre los dos grandes partidos. Curiosamente, lo mejor para el interés partidario coincide en este caso con lo mejor para el país. Pero para eso hay que saber jugar, como los grandes, con la cabeza levantada. Y no es el caso.

Mientras tanto, la esclerosis de Rajoy y el sectarismo cegato de Sánchez dan a Rivera la ocasión de seguir adueñándose de los votos sin dueño, esos que se enorgullecen de ser siempre y para todos votos prestados.


                                                                              IGNACIO VARELA    Vía EL CONFIDENCIAL 

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