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viernes, 5 de enero de 2018

LA VERDADERA REPRESENTACIÓN EN EL ORIGEN

"Diputado de distrito uninominal (un diputado por distrito electoral) con carácter imperativo (recibe órdenes del ciudadano) y cargo revocable (se le quita el cargo en caso de deslealtad al ciudadano)

Un hombre un voto, distritos todos considerados con la misma importancia, unos cien mil habitantes por distrito, se presenta quien quiera con mil avales de los vecinos. Todos mismas oportunidades de presentar sus programas. De pertenecer el candidato a un partido, éste ha de estar sostenido por sus miembros (nunca por el Estado); ni puede recibir ayudas ni subvenciones. A.G.Trevijano Teoría Pura de la República"

Si el ciudadano estuviese verdaderamente representado desde el origen; es decir, partiendo desde la sociedad civil en su colegio electoral, los programas electorales de los aspirantes a diputados responderían a lo que le preocupa al ciudadano que vive allí: concretamente los habitantes de ese distrito electoral.

Los intereses de los ciudadanos que viven en ese distrito electoral responderían a cuestiones concretas, no a abstracciones: por ejemplo, los tomates y el vino de Los Palacios; o la permanencia de las industrias en los polígonos industriales; los inmigrantes que se admiten en ese distrito y su integración o aportación a la comunidad; la protección de la propiedad privada, opuesta a la regulación de los desahucios; las escuelas, los hospitales del lugar y lo que de verdad importa.

Todos eso que nos preocupa a los ciudadanos queda recogido por quien se presenta a diputado, y su programa electoral deberá ofrecer soluciones concretas. Ahí radica el GRAN SECRETO de la democracia formal: no en ofrecer soluciones abstractas utópicas o simbólicas para problemas abstractos. Los problemas ya los conocemos todos. Lo que le interesa al votante son las propuestas de soluciones que cada uno de los aspirantes se compromete a defender en el Congreso de Diputados.

¿Verdad que las leyes son concretas para situaciones concretas? Pues esas propuestas deben transmutarse milagrosamente a través del Congreso y una Cámara Intermedia en leyes concretas para solucionar problemas concretos de los ciudadanos de ese distrito concreto. Pasando, por ejemplo, desde los impuestos añadidos al precio del gasoil agrícola que interesaría a las comunidades agrícolas, puede que contrapuestos a los intereses de los automovilistas o el transporte. Porque en esas situaciones reales sí que todo el mundo es consciente de una máxima: lo que quitas de un lado lo tienes que sacar de otro lado. Dicho de otra forma: ¿quién paga la cuenta? Ya ningún ciudadano o político se atrevería a manifestar la estupidez de sanidad gratis para todos, porque nada es gratis. Un ciudadano informado deja de decir, y lo que es más importante, deja de creer estupideces y en el maná que prometen los populistas para emborracharse de poder.

En una verdadera democracia formal puede que los votantes que viven en el distrito electoral del tomate no quieran importación de tomate de Marruecos, pero eso entraría en conflicto con el diputado que defiende a los pescadores de Tarifa, y que pescan en esas costas africanas (por lo menos pescaban cuando yo hacía la mili). El motor de la democracia, el egoísmo, haría que ambos tuviesen que llegar a un acuerdo; y de esos acuerdos estarían muy informados, tal como propugnaba Jefferson, todos los ciudadanos de ambos distritos electorales. La verdadera democracia haría que fuese reelegido ese representante, o no. O incluso que el cargo llegase a ser revocado en caso de deslealtad hacia el votante de cierto distrito electoral que no viese perjudicadas sus aspiraciones. De esa forma, el diputado estaría cumpliendo con su verdadera función hacia el ciudadano. (Ver funciones)

Así, el votante está vigilante e involucrado en la política, el representante está presente por quienes debe representar y el Congreso cumple la función que debe cumplir: ser un campo de batalla donde se lleguen a acuerdos, y no un lugar donde sobran todos los diputados porque ni siquiera representan a su partido, ya que nadie puede representarse a sí mismo. Si está presente el representado sobra el representante, así que como los congresistas representan al Estado y no al ciudadano; pues sobran todos. Una reunión de jefes de partido, cada uno respaldados por sus votos, bastaría en este sistema.



                                                   VICENTE JIMÉNEZ  Vía su blog LO QUE NOS UNE

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