Imagen de archivo de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont
EFE
No parece que estas fiestas navideñas hayan
templado los ánimos en las huestes separatistas, ni mucho menos. El duro
enfrentamiento que mantienen Esquerra y PDeCAT
ha llegado a un punto, según afirman dirigentes de ambas formaciones,
de no retorno. ¿Puede quedarse Cataluña sin gobierno independentista por
causa de eso? Es más, ¿puede quedarse sin gobierno de ningún tipo?
Dos nocheviejas muy diferentes
El fugado Carles Puigdemont mostraba el otro día en las redes sociales una fotografía suya celebrando la nochevieja en Bruselas junto a su esposa, Marcela Topor, y un amigo íntimo, de su máxima confianza, el ex terrorista de Terra Lliure Miquel Casals
y su mujer. En un local de la capital belga los matrimonios se juntaron
en lo que es una costumbre en las dos parejas desde hace muchos años.
Ningún cambio, pues, en la rutina que Puigdemont mantiene en su vida
privada a pesar de que se le llene la boca hablando de exilio,
privaciones, sufrimientos y demás.
A los
confetis, espumosos, uvas y risas del que sigue creyéndose el legítimo
President de la Generalitat hay que contrastar la nochevieja que pasó Oriol Junqueras
en la cárcel de Estremera. Desde luego, nada de fiestas, de amigachos,
de celebraciones. Dice el que fuera Vicepresident que se siente arropado
por el resto de los internos, incluso afirma estar protegido por una
banda de colombianos. Aunque así sea, no es comparable entrar en el año
nuevo libre, alegre, junto a tu esposa y amigos que estar en una celda
con un clan colombiano que se interesa por tu estado de salud.
He ahí una buena imagen del estado que existe
entre los que fueron carne y uña. Mientras Puigdemont que, no lo
olvidemos, representa a la antigua Convergencia, a los caciques de la
Cataluña de Jordi Pujol, se pasea por
Bruselas viviendo como un marajá, Junqueras está en la cárcel; el
primero encarna para los millares de votantes separatistas lo mejor de
lo mejor de esa república catalana quimérica, el segundo no deja de ser
ese chico espabilado que lleva los libros. Un bon noi, però tontet.
En
Esquerra han sido los palanganeros del pujolismo que, cegados por sus
ansias de poder, jugaron hasta el final a tope la carta del tot o res,
el todo o nada, para acabar perdiendo ante la masa electoral
catalanista que siempre ha sido y será, no nos engañemos, convergente,
es decir, supremacista, despectiva, soberbia y ferozmente derechista.
Junqueras ha dado instrucciones de boicotear la investidura de Puigdemont, contentándose con ponerle trabas y disfrutar viendo como el de Bruselas intenta zafarse de ellas. Los convergentes tampoco ocultan su animadversión contra el encarcelado de Estremera, porque no entienden otra cosa que no sea la sumisión a sus postulados"
Nada de eso exculpa a los integrantes del
partido de Junqueras, ni los hace menos culpables del sinsentido que
vivimos, por supuesto, pero sí explica el odio enconado entre los dos ex
socios. Junqueras ha dado instrucciones de boicotear la investidura de
Puigdemont, contentándose con ponerle trabas y disfrutar viendo como el
de Bruselas intenta zafarse de ellas. Los convergentes tampoco ocultan
su animadversión contra el encarcelado de Estremera, porque no entienden
otra cosa que no sea la sumisión a sus postulados. El ideario
convergente siempre se ha caracterizado por el autoritarismo, sin la
menor posibilidad de réplica. Es bien conocida la anécdota de como Pujol
cesaba a la gente. Los convocaba a su despacho en la Generalitat, les
explicaba sucintamente que los cesaba y añadía “Y ahora, dígame qué
quiere usted que le diga a la prensa que está ahí afuera, y, tranquilo,
que ya le arreglaremos algo para que usted pueda vivir cómodamente. Pero
dimitir, usted dimite, quede claro”.
Sí, son lo señoritos del cortijo.
Todo puede pasar, incluso que no pase nada
Uno
se da cuenta que Cataluña tiene muy mal arreglo cuando sopesa las
diferentes variables acerca de lo que podría suceder a partir de la
fecha en la que se abra el Parlament. La división sangrante existente en
el terreno separatista, lo quieran reconocer o no, dificulta
enormemente sus planes de actuación. No se vislumbra por su parte más
que el deseo de embrollar todavía más la complicadísima madeja política
catalana, sin aportar ninguna solución.
Puigdemont
mantiene una actitud estúpidamente suicida que solo pasa por volver a
ser President y que el Estado acepte su trágala sea como sea. Cualquier
político con un mínimo de seriedad se daría cuenta de que tal cosa no es
posible, pero a el le da igual, instalado en su locura. Nadie entre los
suyos tiene bemoles para decirle que se quede entre sus amigos de la
ultra derecha flamenca y deje vivir a los catalanes. Los convergentes,
después de pasarse cuatro décadas con sus comisiones y expolios han
optado por acabar de hundir una tierra que ya no controlan.
Esquerra
está atada de pies y manos ante el amargo despertar de sus bravatas,
impuesto por la lógica de la ley y los resultados del 21-D, que la
convierten en tercera fuerza política con Ciudadanos triunfando allí
donde ellos pretendían obtener sus mayores réditos.
No es baladí que Anna Gabriel sea quien encabece la facción cupaire que preconiza rebajar sus exigencias independentistas en aras de favorecer a Puigdemont"
Las CUP se están mostrando como lo que siempre fueron, los lacayos de la burguesía catalana. No es baladí que Anna Gabriel sea quien encabece la facción cupaire
que preconiza rebajar sus exigencias independentistas en aras de
favorecer a Puigdemont. Así las cosas, las tres formaciones que
protagonizaron las algaradas del pasado octubre se necesitan para sumar
más que nunca, pero, paradoja de las paradojas, están distanciados como
no lo estuvieron jamás.
Los
constitucionalistas no se encuentran mucho mejor. A Ciudadanos le faltan
apoyos entre los, aparentemente, suyos. El PSC sigue vegetando en esa
ambigüedad tan propia del progresismo de salón que hace mohines de
desagrado ante la palabra España, los Comuns no saben si van o vienen,
aunque participan de la tesis separatista de liarla cuanto más, mejor, y
el PP está todavía en shock por culpa de sus pésimos resultados.
Los de Mariano Rajoy
lanzan a diario puyas absurdas contra la formación naranja, instándolos
a que intenten gobernar, dejando caer cargas de profundidad acerca de
la falta de ganas de meterse en harina por parte de Arrimadas y su gente. Qué craso error. Si el PP hubiera dejado hacer a García Albiol
la campaña que quería, ahora Ciudadanos podría contar con el apoyo de
un número de diputados populares indudablemente mayor que esos exiguos
cuatro escaños con los que se han quedado.
Si alguien cree que con Soraya SSS en La Moncloa y los cuatro correveidiles populares que van con chismes a la calle Génova van a solucionar su problema, van listos"
Se dice muchas veces que los políticos
secesionistas tienen una visión delirante acerca de España, pero no es
menos cierto que la dirección del PP no tiene ni repajolera idea acerca
de lo que sucede en esta parte de la nación. Si alguien cree que con Soraya
SSS en La Moncloa y los cuatro correveidiles populares que van con
chismes a la calle Génova van a solucionar su problema, van listos. En
Cataluña es preciso restablecer un orden que jamás debió consentirse en
perder, y eso pasa por intervenir los medios de comunicación de la
Generalitat, purgar a los Mossos y a los diferentes departamentos del
gobierno autonómico, elaborar una ley que prohíba a los partidos que se
manifiesten abiertamente favorables a la subversión y al quebrantamiento
del orden constitucional, elaborar una ley electoral justa y
proporcionada y algunas otras medidas de sentido común que en cualquier
país europeo serían ya vigentes.
Nadie puede
predecir lo que pasará en lo próximos meses, aunque todos niegan
categóricamente la posibilidad de repetir las elecciones. Sería inútil,
dicen. Es cierto, con las cartas marcadas es imposible jugar una partida
mínimamente decente. Lo sabe Rajoy, lo sabe todo el mundo, pero nadie
tiene el coraje de ponerle el cascabel al gato. Vienen días de furia,
más temibles que los vividos hasta ahora, porque los que han aherrojado a
los catalanes no tienen la más mínima intención de ceder y los que
deberían oponerse tienen el miedo pegado al cuerpo. En Estremera, en
Bruselas y en Madrid padecen el mismo mal: vivir en la inopia. Mientras
tanto, los ciudadanos seguiremos pagando con nuestros impuestos sus
sueldos. Quizá la solución sería ponerlos a todos con el salario mínimo
interprofesional hasta que no llegasen a una solución. Porque está
demostrado que lo único que entienden estas gentes es de lo que afecta a
su cartera.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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