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viernes, 5 de octubre de 2018
SÁNCHEZ Y TORRA, LA DESINFLAMACIÓN IMPOSIBLE
Los hechos de estos días han
terminado de demostrar que Torra no encabeza un Gobierno sino un CDR, un
mero utensilio de combate teledirigido desde Bruselas
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el 'president' de la Generalitat, Quim Torra, en el Palacio de la Moncloa. (EFE)
No se recuerda en las últimas décadas a una turbamulta asaltando al Parlamento
de una democracia digna de tal nombre (hago abstracción de los gorilas
uniformados del 23-F). Es inconcebible que semejante ataque, del que
pudieron resultar desgracias mayores, sea primero alentado y después jaleado
por el responsable del orden público en ese territorio. Y es
descabellado que al Gobierno del Estado en el que se produce el motín
todo ello le parezca asumible.
Tienen razón la CUP y los CDR cuando exigen a Torra “república o dimisión”. El personaje ha llevado su descontrolada insensatez al punto en que solo le quedan dos caminos:
o lanzarse a proclamar de nuevo la república catalana y apechugar con
la cárcel o el destierro, o quitarse de en medio (convocar elecciones
sería una forma de hacerlo, puesto que los suyos ya le han anunciado que
el candidato será otro).
Los hechos de estos días han terminado de demostrar que Torra no encabeza un Gobierno sino un CDR, un mero utensilio de combate teledirigido desde Bruselas. Su misión no es gobernar, sino desgobernar. No mantener el orden, sino promover el desorden.
No representar a su país, sino fracturarlo. No prestigiar a la
institución que preside, sino arrastrarla por el barro, comenzando por
exhibirse como 'molt deshonorable' fantoche subalterno. En ningún caso
se le puede considerar interlocutor útil para una negociación de Estado.
Contener el
incendio es, sin duda, deseable, especialmente desde que la locura de
unos y la incuria de otros han dejado expedito el camino de la
violencia. Pero se está confundiendo desinflamación con dejación de las responsabilidades institucionales; y eso vale para Torra pero también, en parte, para Sánchez.
El
error de base del planteamiento desinflamatorio es suponer que este es
un conflicto entre dos gobiernos. En realidad, el conflicto se produce
entre el Estado español y el movimiento secesionista que ocupa las
instituciones de Cataluña para desmembrarla de España e instaurar allí
un régimen nacionalpopulista. Y la solución, si es que existe,
requeriría en ambos lados una concurrencia de voluntades que sobrepasan
de largo la limitadísima capacidad de dos gobiernos en situación de
debilidad extrema.
Precisamente por ello, Torra y Sánchezno están en condiciones de liderar una negociación fructífera.
Desde su Gobierno ultraminoritario y de ocasión, Sánchez carece de
autoridad para comprometer a los poderes del Estado y a las fuerzas
constitucionales. Y desde su comité revolucionario disfrazado de
Gobierno, Torra no puede (como acaba de comprobarse) hablar en nombre
del conjunto del independentismo sin ser inmediatamente desautorizado.
Son dos líderes frágiles (ninguno de ellos ha salido de las urnas, sino del fracaso de otros) que, además, han fragmentado sus campos respectivos aún más de lo que estaban.
Aunque fuera posible aproximar las posiciones, ninguno de ellos tiene la fuerza necesaria para hacerlas valer en la realidad
El problema no es solo que la distancia entre esas propuestas sea insalvable,
que lo es pese a las torsiones semánticas para simular semejanzas. Es
que aunque fuera posible aproximar las posiciones, ninguno de ellos
tiene la fuerza necesaria para hacerlas valer en la realidad.
Es
inútil que Torra reclame a Sánchez un referéndum de autodeterminación
porque este no podría dárselo aunque quisiera, como no puede torcer el
curso de la Justicia aunque se muere de ganas de hacerlo. Y es
igualmente inútil que Sánchez ofrezca a Torra un nuevo pacto
autonomista, porque, aunque lo convenciera, el orate carece por completo
de liderazgo sobre su propio movimiento para conducirlo por ese camino.
De hecho, carecen de respaldo no ya para aceptar la propuesta de la otra parte, sino incluso para sostener la propia.
Sánchez no puede garantizar la reforma constitucional y estatutaria que
patrocina; y el único referéndum que el independentismo toleraría a
Torra sería el que condujera efectivamente a la secesión, pasando por
partirle previamente el espinazo al poder judicial.
Si Sánchez creyera de verdad en
una solución negociada sobre la base de un nuevo Estatuto o de una
reforma constitucional, habría abierto una conversación con las fuerzas
políticas sin cuyo aporte tal proyecto es inviable. En tres meses no ha hecho ni ademán, aparte de reclamar ahora un apoyo que, tal como lo formula, es más bien un cheque en blanco.
Y
si Torra buscara sinceramente una solución pacificadora, trataría de
tender puentes con la otra mitad del Parlament a la que ignora, además
de no prestarse al penoso papel de marioneta en la guerra personal entre Junqueras y Puigdemont por la jefatura política del nacionalismo —y, sobre todo, por venganza—.
El
único instrumento que, hoy por hoy, hace fuertes a los dos presidentes
es que ambos tienen en sus manos el poder personal de convocar
elecciones. Con ello juegan, les sirve de arma de disuasión masiva para
aliados y adversarios.
El
único instrumento que, hoy por hoy, hace fuertes a los dos presidentes
es que ambos tienen en sus manos el poder personal de convocar
elecciones
Puigdetorra sabe que ERC
no desea ahora unas elecciones en Cataluña y que al PSOE le inquieta
una intempestiva campaña catalana que perturbaría aún más su enrevesada
agenda electoral. Y Sánchez es muy consciente de que ni Iglesias ni los
independentistas quieren saber nada de unas elecciones generales
anticipadas, ya que viven en la gloria con un Gobierno que vive en el
alambre y depende de ellos para respirar. Por eso, unos días amaga con
el decreto de convocatoria y otros lo esconde.
Si ahora o en el futuro inmediato hay algún espacio para un diálogo productivo y no solo aparencial sobre Cataluña, se requerirán interlocutores políticamente robustos,
respetables y respetados, integradores y no divisivos, dotados de
liderazgo real y de plurales respaldos mayoritarios. Que tengan altura y
no mal de altura. Justo lo contrario de lo que ahora habita en La
Moncloa y en Sant Jaume.
Y probablemente tendremos que hacernos a
la idea de que durante algún tiempo ese diálogo no podrá versar sobre la
lejana solución de fondo del conflicto, sino sobre cómo convivir con
él, conteniendo el inmenso destrozo ya causado. Vender otra cosa no es
desinflamar, es engañar.
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