El expresidente del Gobierno y el presidente de Galicia no se llevan. El desencuentro viene de lejos
El expresidente del gobierno Mariano Rajoy se incorpora a su plaza como registrador de la propiedad.
Se habla del enigma Feijóo,
el hombre que dejó al PP a los pies de los caballos. 'Por no traicionar
a los gallegos, que sería como traicionarme a mí mismo', dijo al
anunciar su desmarque. Pero no es eso. O mejor dicho, eso no es todo.
Quería la aclamación del partido y ni siquiera tenía el favor de Rajoy.
Entre gallegos anda el juego. Para entenderlo conviene descifrar las intenciones de Rajoy cuando el 5 de junio anuncia ante las elites del PP que deja la política y se abstiene de señalar con el dedo a un sucesor. Tampoco le dirá al partido lo que debe hacer. "No como otros", le faltó decir. Pero lo pensó.
En la explicación pública de la espantada esa fue una de las dos claves: marcar distancias con José María Aznar. Sin nombrarle. Siempre soportó en silencio el menosprecio de su antecesor, que le amargó la existencia en los últimos diez años. La otra clave: ahorrarse el trago de señalar a quien no quería ni ver como su sucesor. Me refiero a Alberto Núñez Feijóo, con el que mantiene una mala relación personal.
Y aquí empezamos a entrar en materia.
El expresidente del Gobierno y el presidente de Galicia no se llevan. El desencuentro viene de lejos. Tiene dos precedentes. Uno, cuando Rajoy se hace aznarista en los años noventa y empieza a distanciarse del clan gallego apadrinado por José Manuel Romay (presidente del Consejo de Estado hace días), gran valedor de Feijóo en el posfraguismo.
La otra causa del distanciamiento está más fresca. Viene de cuando el ya presidente del Gobierno (años 2012-2013) culpó al presidente gallego de haber impedido una operación de Estado (construcción de barcos) que hubiera creado miles de empleos en la provincia de Pontevedra. Los planes implicaban a Repsol y la mexicana pública Pemex.
Rajoy siempre atribuyó el fracaso a cierta confluencia de intereses entre Núñez Feijóo e Isidro Fainé, entonces presidente de la Caixa y vicepresidente de Repsol. Nunca se lo perdonó a Feijóo. Ni a un desagradecido Fainé, tras el trato de favor que Moncloa dispensó a la Caixa en tiempos de tribulación (¿se acuerdan del rescate a la banca?).
Felipe González había llevado el AVE a su tierra sevillana. Y Zapatero el Centro de Gestión de Multas a la suya de León. El ahora registrador de Santa Pola, ya de salida de la política, culpa a Feijóo de no haber facilitado las cosas para llevar una fuente de riqueza a su querida tierra pontevedresa.
Y ahora se ha tomado la revancha. Sin que lo parezca. Le ha bastado remitirse a la voluntad de las bases. Pero, ojo, su estricta neutralidad ante el proceso sucesorio no es un inesperado acto de fe en la democracia asamblearia. La neutralidad de Rajoy en el proceso sucesorio del PP no ha sido inocente. Es la tapadera de su aversión a la figura de Núñez Feijóo.
Sabía perfectamente que, una vez amortizado su carisma tras la moción de censura de Sánchez, era el presidente gallego quien tenía más capacidad de unir al partido, evitar los enfrentamientos internos y mantener viva la marca como alternativa de poder. Pero no quiso alfombrarle al camino.
Por otra parte, señalar con el dedo a Soraya hubiera sido desairar a los seguidores de Cospedal. Y señalar a Cospedal, desairar a los seguidores de Soraya. Así, optó por evadirse. Se declaró neutral e hizo algo tan opuesto a la cultura política del PP como empoderar a la militancia. Remató la faena mirando a Santa Pola, después de ajustar cuentas con dos personajes que no le gustan nada: Aznar y Feijóo. Distanciarse del primero sin acercarse al segundo. Esas son las claves de su neutralidad frente al proceso sucesorio que acaba de arrancar con siete aspirantes al trono de Génova.
ANTONIO CASADO Vía EL CONFIDENCIAL
Entre gallegos anda el juego. Para entenderlo conviene descifrar las intenciones de Rajoy cuando el 5 de junio anuncia ante las elites del PP que deja la política y se abstiene de señalar con el dedo a un sucesor. Tampoco le dirá al partido lo que debe hacer. "No como otros", le faltó decir. Pero lo pensó.
En la explicación pública de la espantada esa fue una de las dos claves: marcar distancias con José María Aznar. Sin nombrarle. Siempre soportó en silencio el menosprecio de su antecesor, que le amargó la existencia en los últimos diez años. La otra clave: ahorrarse el trago de señalar a quien no quería ni ver como su sucesor. Me refiero a Alberto Núñez Feijóo, con el que mantiene una mala relación personal.
Con
su declarada neutralidad Rajoy se ahorró el trago de señalar a quien no
quería como sucesor: Núñez Feijóo, con el que tiene mala relación
El expresidente del Gobierno y el presidente de Galicia no se llevan. El desencuentro viene de lejos. Tiene dos precedentes. Uno, cuando Rajoy se hace aznarista en los años noventa y empieza a distanciarse del clan gallego apadrinado por José Manuel Romay (presidente del Consejo de Estado hace días), gran valedor de Feijóo en el posfraguismo.
Rajoy
siempre culpó al presidente gallego de impedir hace seis años una
operación de Estado que hubiera creado miles de empleos en su tierra
La otra causa del distanciamiento está más fresca. Viene de cuando el ya presidente del Gobierno (años 2012-2013) culpó al presidente gallego de haber impedido una operación de Estado (construcción de barcos) que hubiera creado miles de empleos en la provincia de Pontevedra. Los planes implicaban a Repsol y la mexicana pública Pemex.
Rajoy siempre atribuyó el fracaso a cierta confluencia de intereses entre Núñez Feijóo e Isidro Fainé, entonces presidente de la Caixa y vicepresidente de Repsol. Nunca se lo perdonó a Feijóo. Ni a un desagradecido Fainé, tras el trato de favor que Moncloa dispensó a la Caixa en tiempos de tribulación (¿se acuerdan del rescate a la banca?).
Felipe González había llevado el AVE a su tierra sevillana. Y Zapatero el Centro de Gestión de Multas a la suya de León. El ahora registrador de Santa Pola, ya de salida de la política, culpa a Feijóo de no haber facilitado las cosas para llevar una fuente de riqueza a su querida tierra pontevedresa.
La
neutralidad en la batalla sucesoria del PP no es un acto de fe en la
democracia asamblearia, sino la tapadera de su aversión a la figura de
Núñez Feijóo
Y ahora se ha tomado la revancha. Sin que lo parezca. Le ha bastado remitirse a la voluntad de las bases. Pero, ojo, su estricta neutralidad ante el proceso sucesorio no es un inesperado acto de fe en la democracia asamblearia. La neutralidad de Rajoy en el proceso sucesorio del PP no ha sido inocente. Es la tapadera de su aversión a la figura de Núñez Feijóo.
Sabía perfectamente que, una vez amortizado su carisma tras la moción de censura de Sánchez, era el presidente gallego quien tenía más capacidad de unir al partido, evitar los enfrentamientos internos y mantener viva la marca como alternativa de poder. Pero no quiso alfombrarle al camino.
Por otra parte, señalar con el dedo a Soraya hubiera sido desairar a los seguidores de Cospedal. Y señalar a Cospedal, desairar a los seguidores de Soraya. Así, optó por evadirse. Se declaró neutral e hizo algo tan opuesto a la cultura política del PP como empoderar a la militancia. Remató la faena mirando a Santa Pola, después de ajustar cuentas con dos personajes que no le gustan nada: Aznar y Feijóo. Distanciarse del primero sin acercarse al segundo. Esas son las claves de su neutralidad frente al proceso sucesorio que acaba de arrancar con siete aspirantes al trono de Génova.
ANTONIO CASADO Vía EL CONFIDENCIAL
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