Sánchez ha asegurado que va a agotar la legislatura, es decir, que intentará gobernar hasta junio de 2020. Semejante pretensión constituye un atrincheramiento peligroso
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada a la entrevista con TVE. (EFE)
La portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, ministra también de Educación, es una mujer muy bregada en la política vasca, curtida y firme, aunque su apariencia y sus buenos modos sugieran cierta fragilidad. Ya ha consumado dos ruedas de prensa posteriores a los dos Consejos de Ministros celebrados en La Moncloa. Y ha cumplido bien su misión,
salvo alguna imprecisión técnica. El pasado viernes, pudo registrar el
malestar de los informadores por el largo tiempo de silencio mediático
del presidente del Gobierno. Celaá aseguró, a preguntas de los
periodistas, que Sánchez comparecería.
Ocasiones ha tenido para hacerlo desde que el pasado día primero de junio ganase la presidencia al prosperar la moción de censura contra Mariano Rajoy. Por ejemplo, recibió el día 4 al presidente de Ucrania y el 14 al primer ministro de Irlanda sin que se celebrasen las habituales ruedas de prensa posteriores. El presidente tampoco se ha dejado ver después de los Consejos de Ministros ni ha anunciado personalmente ninguna de las medidas de su Gobierno, y no asomó el rostro a los medios cuando el pasado día 13 hizo dimitir a Màxim Huerta del Ministerio de Cultura y Deporte y lo sustituyó por una contrafigura del presentador de TV, José Guirao. Ya se sabe lo que escribió Confucio: “El silencio es el único amigo que no te traiciona”.
Ayer lo rompió en RTVE. Antes de hacerlo a las 22:00, los servicios de prensa de La Moncloa se aplicaron a proyectar los hábitos pequeñoburgueses del presidente: 'running' por la mañana, estiramientos, escena entrañable con su mascota, de nombre Turca, y agenda de trabajo de la jornada, con las consabidas reuniones. Por ahí no hubo novedad alguna. O sí: un decepcionante parecido con las más convencionales y tópicas puestas en escena. Ya que estamos de innovaciones 'marquetinianas', quizá su presentación presidencial pudo haber sido más rompedora y original.
Es lógico —vaya por delante— que el presidente se haya estrenado en la radio y la televisión estatales. Es también un gesto de coherencia con la naturaleza cuasi institucional de los medios públicos de comunicación que tanto han sufrido —y siguen— por mor de su mal y banderizo gobierno, y por el abandono consciente de los poderes públicos, que hasta ahora han querido una RNE y una TVE insuficientes en lo financiero y controladas sectariamente. Ana Blanco y Sergio Martín hicieron al presidente todas las preguntas que debían, pero con una extrema rigidez, de tal modo que no repreguntaron. La incursión mediática de ayer de Sánchez buscaba transmitir dos mensajes que solo correspondía formular al jefe del Ejecutivo.
Sánchez, presidente por una moción de censura y no por unas elecciones, aseguró que va a agotar la legislatura, es decir, que intentará gobernar hasta junio de 2020. Semejante pretensión constituye un atrincheramiento peligroso. Por dos razones. La primera, porque la legitimidad de su acceso a la presidencia reclama —antes pronto que tarde— una validación electoral. Nuestra Constitución quiere gobiernos derivados de procesos electorales, y solo excepcionalmente por otros de emergencia como el que contempla el artículo 113 de la Constitución.
No se trata, en modo alguno, de deslegitimar la presidencia del secretario general del PSOE, sino de acotarla en el tiempo en función de su origen, en el que no estuvo una investidura sino el derribo parlamentario de Rajoy en exigencia de su responsabilidad política. Estabilizada la situación, lo que se aviene con el espíritu constitucional es la convocatoria de elecciones. Por otra parte —segunda razón—, ¿cómo gobernar hasta 2020 si el propio presidente reconoció en varias contestaciones a otras preguntas que carece de apoyos parlamentarios para reformas básicas como la laboral? Volverá así la parálisis legislativa ya experimentada con el anterior Gobierno.
El
segundo mensaje —todos los demás eran más o menos de carril,
previsibles— consistió en transmitir la determinación del Gobierno de acercar a Cataluña a los presos preventivos del 'procés' una vez haya concluido la instrucción del caso por el magistrado Pedro Llarena.
La cuestión resultaría escasamente controvertida si no fuera porque las
prisiones están transferidas a la Generalitat, de tal modo que de
efectuarse ese traslado de los reclusos a cárceles catalanas, estos
quedarían bajo la responsabilidad de un Ejecutivo independentista. O sea, el máximo responsable de su custodia resultaría ser el presidente vicario de Puigdemont.
Si la entrevista hubiese sido en otro formato, sin la contención exagerada de los preguntadores, quizás habría quedado de manifiesto que “agotar la legislatura” no es lo que se esperaba del nuevo presidente y que acercar los presos preventivos separatistas —acusados de graves delitos— para dejarlos al cuidado de Torra resulta algo peor que una mala idea. Sobrevoló durante los 30 minutos de entrevista la sensación de que Sánchez se aferraba a las columnas de la sala que por primera vez contemplan a un presidente investido a la inversa, o sea, por la censura del anterior. Las elecciones, nos dijo Sánchez como resumen de su aparición estelar, pueden esperar a 2020. “No es eso, presidente, no es eso”. Lo exclamó Ortega en 1931 y vuelve a ser necesario exclamarlo en 2018.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
Ocasiones ha tenido para hacerlo desde que el pasado día primero de junio ganase la presidencia al prosperar la moción de censura contra Mariano Rajoy. Por ejemplo, recibió el día 4 al presidente de Ucrania y el 14 al primer ministro de Irlanda sin que se celebrasen las habituales ruedas de prensa posteriores. El presidente tampoco se ha dejado ver después de los Consejos de Ministros ni ha anunciado personalmente ninguna de las medidas de su Gobierno, y no asomó el rostro a los medios cuando el pasado día 13 hizo dimitir a Màxim Huerta del Ministerio de Cultura y Deporte y lo sustituyó por una contrafigura del presentador de TV, José Guirao. Ya se sabe lo que escribió Confucio: “El silencio es el único amigo que no te traiciona”.
Sánchez anuncia su intención de "agotar la legislatura" y convocar elecciones en 2020
Ayer lo rompió en RTVE. Antes de hacerlo a las 22:00, los servicios de prensa de La Moncloa se aplicaron a proyectar los hábitos pequeñoburgueses del presidente: 'running' por la mañana, estiramientos, escena entrañable con su mascota, de nombre Turca, y agenda de trabajo de la jornada, con las consabidas reuniones. Por ahí no hubo novedad alguna. O sí: un decepcionante parecido con las más convencionales y tópicas puestas en escena. Ya que estamos de innovaciones 'marquetinianas', quizá su presentación presidencial pudo haber sido más rompedora y original.
Es lógico —vaya por delante— que el presidente se haya estrenado en la radio y la televisión estatales. Es también un gesto de coherencia con la naturaleza cuasi institucional de los medios públicos de comunicación que tanto han sufrido —y siguen— por mor de su mal y banderizo gobierno, y por el abandono consciente de los poderes públicos, que hasta ahora han querido una RNE y una TVE insuficientes en lo financiero y controladas sectariamente. Ana Blanco y Sergio Martín hicieron al presidente todas las preguntas que debían, pero con una extrema rigidez, de tal modo que no repreguntaron. La incursión mediática de ayer de Sánchez buscaba transmitir dos mensajes que solo correspondía formular al jefe del Ejecutivo.
Sánchez, presidente por una moción de censura y no por unas elecciones, aseguró que va a agotar la legislatura, es decir, que intentará gobernar hasta junio de 2020. Semejante pretensión constituye un atrincheramiento peligroso. Por dos razones. La primera, porque la legitimidad de su acceso a la presidencia reclama —antes pronto que tarde— una validación electoral. Nuestra Constitución quiere gobiernos derivados de procesos electorales, y solo excepcionalmente por otros de emergencia como el que contempla el artículo 113 de la Constitución.
No se trata, en modo alguno, de deslegitimar la presidencia del secretario general del PSOE, sino de acotarla en el tiempo en función de su origen, en el que no estuvo una investidura sino el derribo parlamentario de Rajoy en exigencia de su responsabilidad política. Estabilizada la situación, lo que se aviene con el espíritu constitucional es la convocatoria de elecciones. Por otra parte —segunda razón—, ¿cómo gobernar hasta 2020 si el propio presidente reconoció en varias contestaciones a otras preguntas que carece de apoyos parlamentarios para reformas básicas como la laboral? Volverá así la parálisis legislativa ya experimentada con el anterior Gobierno.
Nuestra Constitución
quiere gobiernos derivados de elecciones, y solo excepcionalmente por
otros de emergencia como el que contempla el 113 de la CE
Si la entrevista hubiese sido en otro formato, sin la contención exagerada de los preguntadores, quizás habría quedado de manifiesto que “agotar la legislatura” no es lo que se esperaba del nuevo presidente y que acercar los presos preventivos separatistas —acusados de graves delitos— para dejarlos al cuidado de Torra resulta algo peor que una mala idea. Sobrevoló durante los 30 minutos de entrevista la sensación de que Sánchez se aferraba a las columnas de la sala que por primera vez contemplan a un presidente investido a la inversa, o sea, por la censura del anterior. Las elecciones, nos dijo Sánchez como resumen de su aparición estelar, pueden esperar a 2020. “No es eso, presidente, no es eso”. Lo exclamó Ortega en 1931 y vuelve a ser necesario exclamarlo en 2018.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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