Todo se va a decidir como en aquel anuncio de perfume: "En las
distancias cortas es donde un dirigente se la juega: mejor cuanto más
cerca"
El expresidente del Gobierno Mariano Rajoy en la convención de Nuevas Generaciones del PP en Córdoba.
EFE
Los partidos que han sometido la designación de sus
dirigentes a través de primarias libres y competitivas han sufrido (o
disfrutado) de un vuelco. La cúpula dirigente, esa oligarquía que se
instala en lo más alto de los partidos, ha salido trasquilada cuando la
derrota en las urnas y la indignidad pública por corrupción han avergonzado a los afiliados en sus círculos privados. La política militante es una fe que casi siempre torna en cruz que se arrastra.
El fenómeno es conocido aunque despreciado porque la dirección de los partidos suele confiar en la sumisión de la militancia.
El dominio de la llamada “zona de incertidumbre”; esto es, la
distribución arbitraria de cargos y sueldos, otorga un poder a las
oligarquías de los partidos que genera un falso vasallaje.
Las voces de los que siempre quedan al fondo de la sala no suelen
llegar a la mesa presidencial. Por eso, cuando pueden, las bases de los
partidos, siempre politizadas y al pie de la calle, dan un varapalo a
los dirigentes.
En consecuencia, en las primarias hay dos tipos de figuras que juegan con ventaja:
quien controla la estructura del partido, y quien se gana personalmente
a las bases con tiempo y dedicación, escuchando, apretando manos,
generando empatía y estableciendo lazos emocionales, no deprisa y en
medio de una campaña de primarias. Lo hizo Pedro Sánchez,
cuando su coche se convirtió en su despacho y recorrió las sedes
socialistas porque no tenía otra cosa que hacer, adulando a una
militancia con ganas de pelea, y venció.
"Las voces de los que siempre quedan al fondo de la sala no suelen llegar a la mesa presidencial. Por eso, cuando pueden, las bases de los partidos dan un varapalo a los dirigentes"
Sánchez leyó bien su victoria interna frente a Madina y Pérez Tapia en 2014.
Recogió el deseo de resurrección que había en las bases tras el
desplome del PSOE en 2011, les otorgó protagonismo, y consiguió casi un
70% de participación y más de 60.000 votos de los militantes. Lo mismo
hizo en 2017, y luego construyó un partido a su servicio, como instrumento de su proyecto personalista.
En el PP todo parece indicar que ese fenómeno se va repetir. Por un lado irán los tecnócratas,
dirigentes hasta ahora intocables que conservarán sus viejas
costumbres, como el distanciamiento del sentir y deseo de las bases,
junto a eslóganes flexibles, encajables en cualquier campaña y partido.
Es la candidatura de Sáenz de Santamaría y Montoro.
Su esperanza es que se mantengan los viejos mecanismos de la ley de hierro de las oligarquías que formuló Michels e ironizó Lampedusa:
“Que todo cambie para que todo siga igual”. Cifran su éxito en
convencer a los compromisarios, elegidos por la militancia en voto
secreto, aprovechándose de que carecen de mandato imperativo. Esperan
dar la batalla no en las sedes, sino en los despachos, cobijados a la
sombra poselectoral y congresual.
Por otro lado está la estructura del partido, en manos hasta ahora de Cospedal,
quien ha dejado su cargo de secretaria general precisamente por no
manchar su candidatura con esa ventaja. De hecho, la ex ministra de
Defensa ha entregado los avales en Génova acompañada solamente por
militantes. El punto fuerte es un vínculo con los cargos intermedios,
posibles compromisarios, proporcionado por haber dirigido la
organización del PP durante años. Sin embargo, esto no le garantiza la
victoria porque cada baronía territorial, incluso cada sede de barrio,
es un mundo.
Por último, todo apunta a que Pablo Casado
será, o puede ser, la candidatura de la militancia. Relegado durante
años a un papel secundario, de comunicador de malas noticias, intentando
forjar su rol de esperanza blanca del PP, estuvo recorriendo mucho
tiempo las bases, compadreando con alcaldes, concejales, dirigentes
locales y afiliados en las entregas de premios, presentaciones,
conferencias y cursos de formación.
"Casado, y su liberalismo-conservador, es la peor noticia para un desconcertado Albert Rivera, y eso gusta a una militancia cansada de la prepotencia del Partido de la Ciudadanía"
A esa táctica de acercamiento a la militancia,
Casado ha sumado armamento que suena bien en las sedes del PP: rearme
ideológico fundado en el liberalismo-conservador, defensa sin complejos
de la unidad de la España constitucional, y apelación a la honradez. Es la peor noticia para un desconcertado Albert Rivera, y eso gusta a una militancia cansada de la prepotencia del Partido de la Ciudadanía.
En
cuanto Casado despuntó, cierta prensa se le echó encima con una
acusación banal de un portavoz de Ciudadanos de la madrileña Junta del
distrito de Chamartín. Las bases han entendido que esa acusación
mediática respondía a un ataque de los apparatchik, por lo que en lugar de debilitar su imagen puede ser que consigan el efecto contrario. El problema de Casado
es que no está habituado a llevar la contraria a “sus mayores” en
público, a censurar su comportamiento, a contar todo lo que han hecho
mal, y si quiere ganar tendrá que hacerlo.
La batalla
por el poder en el PP acabará siendo otra prueba de laboratorio para la
ley de Michels, en la que todo se decidirá con el tú a tú con las bases,
como en aquel anuncio de perfume: “En las distancias cortas es donde un
dirigente se la juega: mejor cuanto más cerca”.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
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