El presidente cree que hay un momento de oportunidad para normalizar la relación con la Generalitat y que su obligación es intentarlo
El presidente de la Generalitat, Quim Torra (d), y Miquel Iceta, primer secretario del PSC. (EFE)
El domingo pasado -recogiendo una afirmación de Anton Costas, expresidente del Cercle d´Economía, en Sitges- me hacía eco de que en la sociedad catalana se desea que la llegada de Pedro Sánchez
a La Moncloa abra una ventana de oportunidad para aminorar -resolver es
otra cosa- la crisis catalana. Y el viernes, en su primera decisión, el
Gobierno Sánchez decidió levantar el bloqueo financiero de la
Generalitat, algo a lo que no estaba estrictamente obligado por la
finalización del artículo 155. Y mientras se reunía el Consejo de
Ministros se celebraba una reunión entre el 'president' Torra y Miquel
Iceta, el secretario del PSC, enmarcada en las reuniones que Torra se ha
comprometido a tener con todos los líderes parlamentarios catalanes (y a
la que Inés Arrimadas se ha negado a acudir mientras una pancarta con un lazo amarillo no sea retirada de la fachada de la Generalitat). Por la tarde, Pedro Sánchez llamaba a Quim Torra y acordaban verse “muy pronto”.
Ayer la nueva ministra de Administraciones Terriroriales, Meritxell Batet, en un acto del PSC programado con anterioridad, dijo que la reforma de la Constitución era “urgente, viable y deseable”. El 'president' Torra contestó desde la feria de la gamba de Palamós que todas las propuestas eran bienvenidas y que su próximo encuentro con Pedro Sánchez era una buena noticia pero que “nosotros partimos del referéndum del 1 de octubre y de la declaración de independencia del día 27 del mismo mes”. ¿Qué está pasando? Tres cosas simultaneas. Una, las posiciones de fondo siguen siendo las mismas y no pueden cambiar en un día.
Cuando Meritxell Batet afirma que la reforma de la Constitución es “urgente, viable y deseable” no puede ignorar que por deseable que sea no es viable a corto plazo porque se necesitaría el acuerdo con el PP. Por lo tanto, la reforma no es viable como mínimo hasta después de las próximas elecciones. Batet, que es ministra y no ingenua, sólo está insistiendo en la posición oficial del PSOE. Y quizás pase lo mismo con Torra cuando habla de partir del referéndum del 1 de octubre. Torra no puede enterrar – ni él mismo sabe que autoridad real tiene- uno de los grandes dogmas del independentismo, pero ya debe intuir que repetir eso es sólo una jaculatoria. Quizás por ello dice “nosotros partimos”. Quizás, perdón por volver al quizás, es como cuando Felipe González dijo aquello, contra Calvo Sotelo, de “OTAN, de entrada, no”. Ya sabemos el desenlace.
La segunda cosa que pasa es que el PSOE y el PSC creen que ahora no es posible un arreglo más o menos definitivo -la reforma de la Constitución- pero que sí se ha abierto una ventana de oportunidad para “normalizar” (el verbo usado ayer por la nueva y algo entusiasta portavoz Isabel Celaá) las relaciones entre el gobierno de España y la Generalitat. Por varias razones. El 155 ya ha pasado, lo ha acabado Rajoy y finalmente Torra ha tenido que ceder pues no hay 'consellers' presos o huidos. Ha topado con la fuerza de la gravedad de la legalidad y el poder del Estado y se ha inclinado.
Además, las relaciones del independentismo con Pedro Sánchez y el PSC -malas- tampoco son tan enfrentadas y pésimas como con el gobierno del PP. Por eso el grupo parlamentario del PDeCAT en Madrid (atención a Carles Campuzano y Jordi Xucla), más próximo a Marta Pascal que a Puigdemont, y el de ERC, votaron la moción de Sánchez en contra del criterio de Puigdemont. Así la influencia de Puigdemont sobre el independentismo -y sobre Torra-, que hasta ahora había sido muy fuerte, puede disminuir.
Pedro Sánchez necesita bajar la crispación y abrir el diálogo y cree que hoy hay una oportunidad. Por eso tiene prisa. Si ahora no se consigue empezar a hablar y negociar algo, y el independentismo vuelve a enrocarse en la unilateralidad (al PSC le preocupan las recientes declaraciones de Elsa Artadi en este sentido), luego todo será más difícil. Pedro Sánchez tiene prisa en invertir la dirección de la crisis catalana. De ir cada día a más, con posiciones fijas e irreconciliables, quiere iniciar el camino inverso. Bajar la tensión, empezar a hablar, normalizar la relación y, si se puede, negociar algo. En este camino tendría el apoyo de las fuerzas políticas que votaron la moción de censura y aunque el PP y Cs le atacaran con fuerza estarían en una posición algo inconfortable. Como insistió la portavoz Isabel Celaá se ofrece diálogo con una mano y Constitución con la otra. Y Josep Borrell, al que Puigdemont juzga curiosamente como un “ultra”, y Carmen Calvo, la que negoció con Soraya los términos del 155, están ahí. La solución a la crisis catalana no es el himno de Marta Sánchez.
La tercera cosa es que no importa tanto lo que Batet dijera sobre la Constitución, o Torra sobre el referéndum ilegal del 1 de octubre, sino lo que realmente se puede empezar a negociar. Así Batet habló de las leyes sociales del parlamento catalán (algunas votadas por el PSC) que el gobierno Rajoy llevó al Constitucional, de partes del Estatut del 2006 que serían constitucionales (según el TC) si no estuvieran en el Estatut (Cataluña no tiene la competencia) sino en una ley orgánica. Este fue ya el planteamiento de José Montilla tras la sentencia y no pudo prosperar por el gran ruido que se generó y porque el gobierno Zapatero estaba en fase terminal. Por último, Batet citó las 45 demandas que Artur Mas y Puigdemont plantearon a Rajoy y que el líder del PP dijo que se podían hablar pero que quedaron sepultadas por la exigencia del referéndum de autodeterminación.
Parece claro que lo que Batet dijo ayer en público fue una parte de la agenda del encuentro de Quim Torra con Miquel Iceta. Y la respuesta no debió ser todo negativa. Ya hay acuerdo sobre la reunión Sánchez-Torra. Y ya ha quedado claro que el independentismo no puede imponerse unilateralmente. Tiene que negociar y tras las últimas elecciones la negociación no debe ser sólo de gobierno a gobierno sino que en Cataluña se impone también un pacto interno porque el 47% de los catalanes que votan independentista no son ni el 80% ni siquiera las dos terceras partes de la población. El PDeCAT y ERC lo van asumiendo (más en privado que en público) y Torra está topando con la realidad. El primer grupo del parlamento catalán no es JxCAT de Puigdemont ni ERC sino Cs de Inés Arrimadas.
Las tres cosas están ahí. Nadie va a modificar de la noche a la mañana las posiciones de fondo, hay una ventana de oportunidad para “normalizar” las relaciones entre los dos gobiernos y podría iniciarse una negociación sin salir del marco constitucional. El independentismo no tendría que renunciar a sus objetivos finales, pero sí respetar la legalidad (como de hecho viene haciendo, pero siempre con semanas o meses de retraso) y enterrar las invocaciones a la unilateralidad que en realidad son llamamientos a la revolución 'cupaire' o al golpe de Estado.
Pedro Sánchez ofrece no atacar el autogobierno, normalizar las relaciones y sentarse a negociar. ¿Qué hará el independentismo? En realidad, no tiene muchas otras opciones, pero es cierto que la marcha atrás cuando se ha caído en el maximalismo es siempre en extremo complicada. Además una posible extradición de Puigdemont complicaría mucho las cosas y el juicio de Junqueras y los otros dirigentes independentistas será un momento de gran tensión. ¿Son obstáculos definitivos para “normalizar”? Si se declaran infranqueables, ¿quién sale ganando?
Pero la gran cuestión es quién manda hoy en el independentismo, si es que manda alguien. Mas ya no está. Junqueras manda en ERC. Puigdemont resultará algo eclipsado porque la realidad catalana no se detiene. Nadie sabe quién tomará el mando. Quizás ni el propio Quim Torra que es el 'president' sin haber sido nunca un político profesional (sino un agitador cultural nacionalista bastante peculiar) y que no tiene detrás ninguna organización política. Asunto a seguir.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
Ayer la nueva ministra de Administraciones Terriroriales, Meritxell Batet, en un acto del PSC programado con anterioridad, dijo que la reforma de la Constitución era “urgente, viable y deseable”. El 'president' Torra contestó desde la feria de la gamba de Palamós que todas las propuestas eran bienvenidas y que su próximo encuentro con Pedro Sánchez era una buena noticia pero que “nosotros partimos del referéndum del 1 de octubre y de la declaración de independencia del día 27 del mismo mes”. ¿Qué está pasando? Tres cosas simultaneas. Una, las posiciones de fondo siguen siendo las mismas y no pueden cambiar en un día.
Cuando Meritxell Batet afirma que la reforma de la Constitución es “urgente, viable y deseable” no puede ignorar que por deseable que sea no es viable a corto plazo porque se necesitaría el acuerdo con el PP. Por lo tanto, la reforma no es viable como mínimo hasta después de las próximas elecciones. Batet, que es ministra y no ingenua, sólo está insistiendo en la posición oficial del PSOE. Y quizás pase lo mismo con Torra cuando habla de partir del referéndum del 1 de octubre. Torra no puede enterrar – ni él mismo sabe que autoridad real tiene- uno de los grandes dogmas del independentismo, pero ya debe intuir que repetir eso es sólo una jaculatoria. Quizás por ello dice “nosotros partimos”. Quizás, perdón por volver al quizás, es como cuando Felipe González dijo aquello, contra Calvo Sotelo, de “OTAN, de entrada, no”. Ya sabemos el desenlace.
La segunda cosa que pasa es que el PSOE y el PSC creen que ahora no es posible un arreglo más o menos definitivo -la reforma de la Constitución- pero que sí se ha abierto una ventana de oportunidad para “normalizar” (el verbo usado ayer por la nueva y algo entusiasta portavoz Isabel Celaá) las relaciones entre el gobierno de España y la Generalitat. Por varias razones. El 155 ya ha pasado, lo ha acabado Rajoy y finalmente Torra ha tenido que ceder pues no hay 'consellers' presos o huidos. Ha topado con la fuerza de la gravedad de la legalidad y el poder del Estado y se ha inclinado.
Además, las relaciones del independentismo con Pedro Sánchez y el PSC -malas- tampoco son tan enfrentadas y pésimas como con el gobierno del PP. Por eso el grupo parlamentario del PDeCAT en Madrid (atención a Carles Campuzano y Jordi Xucla), más próximo a Marta Pascal que a Puigdemont, y el de ERC, votaron la moción de Sánchez en contra del criterio de Puigdemont. Así la influencia de Puigdemont sobre el independentismo -y sobre Torra-, que hasta ahora había sido muy fuerte, puede disminuir.
Pedro Sánchez necesita bajar la crispación y abrir el diálogo y cree que hoy hay una oportunidad. Por eso tiene prisa. Si ahora no se consigue empezar a hablar y negociar algo, y el independentismo vuelve a enrocarse en la unilateralidad (al PSC le preocupan las recientes declaraciones de Elsa Artadi en este sentido), luego todo será más difícil. Pedro Sánchez tiene prisa en invertir la dirección de la crisis catalana. De ir cada día a más, con posiciones fijas e irreconciliables, quiere iniciar el camino inverso. Bajar la tensión, empezar a hablar, normalizar la relación y, si se puede, negociar algo. En este camino tendría el apoyo de las fuerzas políticas que votaron la moción de censura y aunque el PP y Cs le atacaran con fuerza estarían en una posición algo inconfortable. Como insistió la portavoz Isabel Celaá se ofrece diálogo con una mano y Constitución con la otra. Y Josep Borrell, al que Puigdemont juzga curiosamente como un “ultra”, y Carmen Calvo, la que negoció con Soraya los términos del 155, están ahí. La solución a la crisis catalana no es el himno de Marta Sánchez.
Meritxell
Batet y Miquel Iceta cree que ahora se puede negociar algún gesto mutuo
y cosas concretas para normalizar la relación con el Estado
La tercera cosa es que no importa tanto lo que Batet dijera sobre la Constitución, o Torra sobre el referéndum ilegal del 1 de octubre, sino lo que realmente se puede empezar a negociar. Así Batet habló de las leyes sociales del parlamento catalán (algunas votadas por el PSC) que el gobierno Rajoy llevó al Constitucional, de partes del Estatut del 2006 que serían constitucionales (según el TC) si no estuvieran en el Estatut (Cataluña no tiene la competencia) sino en una ley orgánica. Este fue ya el planteamiento de José Montilla tras la sentencia y no pudo prosperar por el gran ruido que se generó y porque el gobierno Zapatero estaba en fase terminal. Por último, Batet citó las 45 demandas que Artur Mas y Puigdemont plantearon a Rajoy y que el líder del PP dijo que se podían hablar pero que quedaron sepultadas por la exigencia del referéndum de autodeterminación.
Parece claro que lo que Batet dijo ayer en público fue una parte de la agenda del encuentro de Quim Torra con Miquel Iceta. Y la respuesta no debió ser todo negativa. Ya hay acuerdo sobre la reunión Sánchez-Torra. Y ya ha quedado claro que el independentismo no puede imponerse unilateralmente. Tiene que negociar y tras las últimas elecciones la negociación no debe ser sólo de gobierno a gobierno sino que en Cataluña se impone también un pacto interno porque el 47% de los catalanes que votan independentista no son ni el 80% ni siquiera las dos terceras partes de la población. El PDeCAT y ERC lo van asumiendo (más en privado que en público) y Torra está topando con la realidad. El primer grupo del parlamento catalán no es JxCAT de Puigdemont ni ERC sino Cs de Inés Arrimadas.
El independentismo ya ha comprobado, pero se resiste a reconocer que la unilateralidad es imposible
Las tres cosas están ahí. Nadie va a modificar de la noche a la mañana las posiciones de fondo, hay una ventana de oportunidad para “normalizar” las relaciones entre los dos gobiernos y podría iniciarse una negociación sin salir del marco constitucional. El independentismo no tendría que renunciar a sus objetivos finales, pero sí respetar la legalidad (como de hecho viene haciendo, pero siempre con semanas o meses de retraso) y enterrar las invocaciones a la unilateralidad que en realidad son llamamientos a la revolución 'cupaire' o al golpe de Estado.
Pedro Sánchez ofrece no atacar el autogobierno, normalizar las relaciones y sentarse a negociar. ¿Qué hará el independentismo? En realidad, no tiene muchas otras opciones, pero es cierto que la marcha atrás cuando se ha caído en el maximalismo es siempre en extremo complicada. Además una posible extradición de Puigdemont complicaría mucho las cosas y el juicio de Junqueras y los otros dirigentes independentistas será un momento de gran tensión. ¿Son obstáculos definitivos para “normalizar”? Si se declaran infranqueables, ¿quién sale ganando?
Pero la gran cuestión es quién manda hoy en el independentismo, si es que manda alguien. Mas ya no está. Junqueras manda en ERC. Puigdemont resultará algo eclipsado porque la realidad catalana no se detiene. Nadie sabe quién tomará el mando. Quizás ni el propio Quim Torra que es el 'president' sin haber sido nunca un político profesional (sino un agitador cultural nacionalista bastante peculiar) y que no tiene detrás ninguna organización política. Asunto a seguir.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario