Torra en la concentración de ANC y Òmnium
Europa Press
Decían que representaban al pueblo,
que eran los impulsores del proceso independentista, que los políticos
ni pintaban nada. La pregunta es ¿dónde se han metido?
A Torra le es más útil utilizar a los CDR
Dos asaltos a la comisaría de la Policía Nacional en
Terrassa. Escraches continuos a Ciudadanos, a Sociedad Civil Catalana,
boicot a sus actos, asaltos a sedes de partidos constitucionalistas,
pintadas amenazadoras a jueces y periodistas, cruces amarillas en playas
públicas. Es el breve resumen de lo último acontecido en Cataluña. Todo
reivindicado por los CDR o por Arran, el brazo
armado de las CUP. Ahora bien, la anteriormente omnipresente Assamblea
Nacional Catalana o su compañera Ómnium Cultural parecen haberse
evaporado. Ya no organizan caceroladas en favor de los presos, ni
manifestaciones multitudinarias, ni siquiera mantienen presencia en la
calle mediante sus paradas de merchandasing. Ni siquiera se han
manifestado cuando la Policía Nacional ha registrado la Consellería de
Economía. Con la que organizaron la otra vez. ¿A qué se debe su
desaparición de la escena pública? ¿Quién les ha dicho eso tan castizo
de quieto parao?
La respuesta hay
que buscarla en el cambio de estrategia que Torra ha imprimido en
Cataluña. Ahora se trata de hacer desaparecer los grandes movimientos de
masas para dar prioridad a los actos de sabotaje de pequeño formato. Es
evidente que al actual President no le conviene mostrar una Cataluña
separatista crispada y en movilización. Se han acabado las vías
catalanas, los autocares traídos de toda Cataluña, las macro
concentraciones. Por una parte, la gente está cansada tras varios años
de tensión perpetua. Por otro, al President le es más rentable negociar
con el gobierno de Pedro Sánchez, mostrando su cara amable de controller del separatismo, dejando a los aparentemente más radicales los actos “espontáneos”. Táctica Pujol en estado puro.
Esto
pone en evidencia lo que hemos denunciado hace tiempo: todo lo que se
hace en el entorno separatista se dirige y controla desde el Palau de la
Generalitat. Nada nuevo, ya que Artur Mas era quien controlaba aquella ANC dirigida por Carme Forcadell. Era la antigua Convergencia quien instrumentalizaba entonces a las masas separatistas, igual que después Carles Puigdemont y ahora Quim Torra.
La falacia de que era el pueblo quien dirigía el proceso se ha
desvelado, finalmente. Era la clase política nacionalista quien,
aterrorizada por los procesos de corrupción que ya preveían y la
insatisfacción social producida por la crisis económica y los recortes
salvajes que Mas dio a la sanidad, los servicios sociales, la educación y
todo lo que afecta al estado del bienestar, se inventaron el famoso
“derecho a decidir” para tener entretenido al personal. Decimos
inventado, porque el ideólogo de todo esto, Agustí Colominas,
lo reconoció públicamente en su día, asegurando que era una fórmula que
no quería decir nada, porque lo único válido es el derecho a la
autodeterminación. Un derecho que en modo alguno puede ejercer Cataluña
por no ser colonia de nadie. El mismo Colominas que ahora firma
artículos en los que afirma que “los unionistas mearemos sangre”.
Mas
también aseguraba que no podía decirse la verdad acerca del proceso, so
riesgo de ser tildado de traidor. Recientemente, la ex consellera huida
de la justicia Clara Ponsatí afirmó que lo
suyo “era una jugada de farol”. Fórmulas que no pasan de pura retórica,
mentiras, jugadas de farol y asociaciones instrumentales. Y todo en
manos de convergentes.
El palo y la zanahoria
Es
la estrategia que piensan emplear desde Palau. Continuador de la
política de puro humo para ocultar sus propósitos, el President ha
erradicado de su vocabulario la palabra independencia, limitándose a
hablar de conceptos tan vagos y comunes como libertad, democracia y
pacifismo. Tratará así de atraerse a su órbita a los Comuns de Xavier Doménech, con quien mantuvo el otro día una fructífera reunión. No en menor grado pretende que Miquel Iceta sea sus mejores valedor en lo que atañe a las mejoras en financiación que precisa.
Sin
ir más allá del recordatorio a los encarcelados o fugados – gesto en la
línea de aquellos “¡Presente!” que nos endilgaban al hablar de José Antonio
y otros gloriosos caídos por Dios y por la Patria -, a nadie le
interesan ya lo más mínimo. La justicia, lo sabe Torra, sigue su propio
curso. En un país en que no fuese independiente ni Zaplana estaría en la cárcel, ni Rajoy hubiera tenido que dimitir ni al ex Duque de Palma le amenazaría la perspectiva de cinco años a la sombra.
Todo
eso no ha hecho más que capitidisminuir la proyección separatista en el
extranjero. Puigdemont fue una moda, importante, eso sí, pero moda al
fin y al cabo. Lo mismo podemos decir del proceso catalán. De ahí que
otra prioridad de Torra sea reabrir el Diplocat. Pero ni la ANC ni
Ómnium le sirven en esta nueva estrategia. A lo sumo, organizar el once
de septiembre o alguna manifestación en la que los coros y danzas
siempre van bien. Le importa infinitamente más que el gobierno
socialista haya cesado al fiscal general del estado Sánchez Melgar y ver que tal anda de “talante” su sustituta, María José Segarra
que si en la ANC hacen más camisetas o menos. Es lógico. Torra quiere
gobernar y, para hacer eso, aunque uno crea en los unicornios de
colores, la praxis es mucho más efectiva que el onirismo.
Cuán
equivocados estaban los exégetas de la estelada que porfiaban acerca de
que si los políticos flaqueaban con la independencia, “el pueblo les
pasaría por encima”. Claro que muchos de los que se manifestaban tan
vehementes, tan patriotas, tan heroicos, acabaron gozando de un
suculento cargo. Véase Forcadell, que pasó de triste medianía en el
ayuntamiento de Sabadell a dirigir la ANC, para ser recompensada luego
como presidenta del parlament.
El separatismo es una
especie de Saturno, pero muchísimo peor. Igual se come a los hijos de
los demás que a los suyos propios. Todo es fungible en Cataluña,
liderada por los que encubren tras discursos grandilocuentes y
manifestaciones histriónicas la pura realidad del ser humano, su miseria
más escondida. Gritan y cubren hurtos, decía el clásico. Ahora lo que
les acomoda es que se grite menos y se acose más, se lleven menos
camisetas y más pasamontañas. Lo que sea preciso para salvaguardar el
patrimonio de las elites nacionalistas que, desde siempre, gobernaron en
mi tierra. Incluso con Franco.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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