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sábado, 23 de junio de 2018

COMBATIR LAS RAÍCES DE LA CORRUPCIÓN

Luchar contra la corrupción es defender instituciones democráticas sólidas, sin olvidar que la mejor prevención es la educación.




La condena e ingreso en prisión de Iñaki Undargarín significa un punto de inflexión en España. 

Quizá por el contraste entre el enriquecimiento ilícito de algunos con las heridas que ha dejado la crisis económica, se había instalado una intolerancia hasta ahora desconocida hacia la corrupción política, pero el caso Nóos disipa muchas dudas sobre autocensuras en nuestro Estado de Derecho. 

Tras el derribo del Gobierno de Mariano Rajoy a raíz de la sentencia del caso Gürtel, hemos visto a un ministro recién nombrado dimitir por viejos asuntos con Hacienda, e incluso el despido del seleccionador nacional en vísperas del comienzo del Mundial por la forma –según la Federación de Fútbol –«poco ejemplar» de anunciarse su fichaje por parte del Real Madrid.

Esta súbita revalorización de la ejemplaridad en la vida pública parece, en principio, positiva para la democracia española, hasta ahora demasiado tolerante con vicios como la laxitud en el uso del dinero público. Conviene sin embargo evitar un exceso de celo que, además de hipócrita, destruya a la ligera el buen nombre de cualquier sospechoso de haber cometido un delito y niegue la capacidad de redención a quien efectivamente haya podido equivocarse en algún momento. 

La experiencia sugiere además que el puritanismo es un indicio de cinismo, mientras que las personas (y las sociedades) realmente virtuosas no se escandalizan tan fácilmente por las imperfecciones y debilidades de los demás, no por que resten valor a las malas acciones, sino porque lo que de verdad les preocupa es la persona, a diferencia del fariseo, obsesionado con la apariencia.

Luchar contra la corrupción es defender instituciones democráticas sólidas, comenzando por la justicia. Sin olvidar que en las instituciones hay personas, y que la mejor prevención es la educación. Continuamente demanda el Papa restaurar la alianza educativa entre familia, escuela y sociedad. 


La falta de coherencia entre lo que ven y los mensajes que reciben niños y jóvenes, unida muchas veces a la incapacidad de los adultos de afrontar las preguntas de sentido que se hacen los chicos, abona el terreno al cinismo. Aunque luego, eso sí, les enseñemos a lapidar al corrupto.


                                                           EDITORIAL   de  ALFA y OMEGA


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