Luchar contra la corrupción es defender instituciones democráticas sólidas, sin olvidar que la mejor prevención es la educación.
La condena e ingreso en prisión de Iñaki Undargarín significa un punto de inflexión en España.
Quizá por el contraste
entre el enriquecimiento ilícito de algunos con las heridas que ha
dejado la crisis económica, se había instalado una intolerancia hasta
ahora desconocida hacia la corrupción política, pero el caso Nóos disipa
muchas dudas sobre autocensuras en nuestro Estado de Derecho.
Tras el derribo del
Gobierno de Mariano Rajoy a raíz de la sentencia del caso Gürtel, hemos
visto a un ministro recién nombrado dimitir por viejos asuntos con
Hacienda, e incluso el despido del seleccionador nacional en vísperas
del comienzo del Mundial por la forma –según la Federación de Fútbol
–«poco ejemplar» de anunciarse su fichaje por parte del Real Madrid.
Esta súbita revalorización de la ejemplaridad en la vida pública parece, en principio, positiva para la democracia española, hasta ahora demasiado tolerante con vicios como la laxitud en el uso del dinero público. Conviene sin embargo evitar un exceso de celo que, además de hipócrita, destruya a la ligera el buen nombre de cualquier sospechoso de haber cometido un delito y niegue la capacidad de redención a quien efectivamente haya podido equivocarse en algún momento.
Esta súbita revalorización de la ejemplaridad en la vida pública parece, en principio, positiva para la democracia española, hasta ahora demasiado tolerante con vicios como la laxitud en el uso del dinero público. Conviene sin embargo evitar un exceso de celo que, además de hipócrita, destruya a la ligera el buen nombre de cualquier sospechoso de haber cometido un delito y niegue la capacidad de redención a quien efectivamente haya podido equivocarse en algún momento.
La experiencia sugiere
además que el puritanismo es un indicio de cinismo, mientras que las
personas (y las sociedades) realmente virtuosas no se escandalizan tan
fácilmente por las imperfecciones y debilidades de los demás, no por que
resten valor a las malas acciones, sino porque lo que de verdad les
preocupa es la persona, a diferencia del fariseo, obsesionado con la
apariencia.
Luchar contra la corrupción es defender instituciones democráticas sólidas, comenzando por la justicia. Sin olvidar que en las instituciones hay personas, y que la mejor prevención es la educación. Continuamente demanda el Papa restaurar la alianza educativa entre familia, escuela y sociedad.
Luchar contra la corrupción es defender instituciones democráticas sólidas, comenzando por la justicia. Sin olvidar que en las instituciones hay personas, y que la mejor prevención es la educación. Continuamente demanda el Papa restaurar la alianza educativa entre familia, escuela y sociedad.
La falta de coherencia
entre lo que ven y los mensajes que reciben niños y jóvenes, unida
muchas veces a la incapacidad de los adultos de afrontar las preguntas
de sentido que se hacen los chicos, abona el terreno al cinismo. Aunque
luego, eso sí, les enseñemos a lapidar al corrupto.
EDITORIAL de ALFA y OMEGA
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