La niña hondureña de Texas, icono de la rectificación de la política migratoria de Trump. JOHN MOORE. AFP
Las «neuronas espejo» de los habitantes del primer mundo están siendo crudamente estimuladas por las imágenes de los inmigrantes que nos colocan la miseria y el sufrimiento delante de los ojos, sin que podamos desviar la vista hacia otro lado. Los desdichados viajeros del Aquarius activaron la empatía de los españoles para traerlos a tierra firme, donde ya no los hemos vuelto a ver. La empatía global aparece y desaparece de nuestras pantallas con la rapidez y el vértigo propios de la época. Una vez los tenemos a salvo del mar y de la muerte, los inmigrantes pasan al cuidado de los voluntarios de las ONG, convertidas en las «neuronas espejo» de la sociedad de la abundancia.
Las organizaciones humanitarias se han constituido en el Gobierno de la Edad de la Empatía teorizada por Rifkin. Cuando ya se puede creer en pocas cosas, el trabajo de las organizaciones humanitarias nos permite conservar la esperanza en el ser humano. Si hay un dinero bien gastado -en la civilización del derroche- es el que invertimos en ellas.
El fallo de la tesis empática de Jeremy Rifkin tiene nombres y apellidos. Donald Trump, Matteo Salvini, Víktor Orban. Son gobernantes que tienen gravemente averiadas sus «neuronas espejo». No se conmueven ante el sufrimiento e incluso muestran un cierto placer en ser malvados.
Pocas cosas son capaces de despertar más empatía que los gritos de los niños llamando a papá o a mamá. Hasta Trump ha entendido el mensaje. Su rectificación es una victoria de la sociedad empática. Igual que su fracaso se llama Matteo Salvini, la vergüenza de Europa y de un país que todos queremos tanto.
LUCÍA MÉNDEZ Vía EL MUNDO
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