Josep Borrell posa como ministro de Exteriores junto a Alfonso Dastis.
EFE
Tiene razón José María Aznar.
Toda la razón cuando dice que “el movimiento independentista no ha sido
desarticulado” en Cataluña, donde “sigue habiendo un Gobierno golpista”
en abierta rebeldía contra la Constitución, con un nuevo Govern empeñado en sostenella y no enmendalla,
decidido a aumentar la apuesta hasta donde sea menester para hacer
realidad ese choque de trenes capaz de internacionalizar el conflicto y
forzar la intervención de la Unión Europea, de la ONU, de la Rusia de Putin
o del lucero del alba, que cualquier ensoñación es buena para quien ha
perdido el oremus. Y tiene razón Aznar -aunque toda la pierda cuando se
recuerda que fue él quien, entre otras cosas, cedió las competencias de
Educación, responsable final del crecimiento del separatismo, al
defraudador Pujol-, cuando dice que
“mientras el movimiento secesionista no se desarticule plenamente no se
estará haciendo lo suficiente para que España gane a los golpistas” que,
de momento y como poco, van empatando el partido.
Y ¿cómo está el Movimiento separata? ¿Qué está pasando ahí? ¿Qué va a ocurrir en Cataluña tras la salida de Mariano Rajoy
con el rabo del 155 entre las piernas? Fue el temor que, por encima de
cualquier otro, invadió a la España constitucional nada más conocerse el
triunfo de la moción de censura, aprensión elevada al cubo por el hecho
de que Pedro Sánchez fuera elevado al
Parnaso precisamente con los votos, entre otros, del independentismo
catalán. ¿Qué precio había pactado por ese apoyo? En estas cuitas
andábamos cuando, aún no repuestos de la sorpresa, estalló el bombazo,
la noticia que tiene al universo separata desconcertado, sumido en la
perplejidad y sin saber muy bien por dónde tirar. Y todo porque Sánchez Pérez-Castejón ha tenido la audacia de promover al cargo de ministro de Exteriores a José Borrell, quizá el peor de los enemigos que podían haberle salido al paso al separatismo. De Dastis a Borrell o de la noche al día; del tancredismo estulto a la determinación de hacer frente al desafío.
Lejos del charnego acomplejado estilo Rufián que necesita lustrar a diario las botas del independentismo para ser aceptado como par, Borrell es tan catalán como Puigdemont o Kim Jong-Torra. “El
que fa mal de Josep Borrell és que sigui català. Català autèntic, vull
dir, tan català que els espanyols no són ni capaços de pronunciar-ne
correctament el cognom. És això, el que no pot ser”, escribía el viernes un tal Albert Soler en Diari de Girona.
Catalán pata negra, cuña de la misma madera. El leridano conoce el
problema de primera mano, y ha expresado, como acredita su protagonismo
en las movilizaciones que Sociedad Civil Catalana (SCC) ha venido
realizando en los últimos años, su rotundo compromiso con el
constitucionalismo y con la identidad de Cataluña como parte
consustancial de España. Su experiencia internacional y su conocimiento
de la UE (presidente del Parlamento Europeo entre 2004 y 2007) pueden
resultar decisivos a la hora de librar la batalla diplomática de la
comunicación, la batalla de la exposición exterior de la verdadera
naturaleza sectaria y racista del independentismo, una batalla que
España ha estado perdiendo con el Gobierno de acémilas encabezado por
Rajoy y sus Dastis, un nombramiento tardío que fue “lo peor que nos ha
podido pasar a los constitucionalistas en Cataluña”, aseguran en SCC.
Éste
será sin duda el principal cometido de Borrell desde Exteriores: ganar
para la España constitucional la batalla de la comunicación que a nivel
internacional le ha planteado el separatismo. Su nombramiento ha surtido
el efecto de una descarga eléctrica sobre el campo golpista. Basten las
declaraciones al respecto de Torra y resto de líderes del prusés.
Resulta que con nuestros votos en el Congreso hemos hecho titular de
Exteriores al tío que más daño podía hacernos en el objetivo de
internacionalización del conflicto. Un pan como unas hostias. El
resultado de la moción de censura, por lo demás, ha venido a desmontar
buena parte del andamiaje dialéctico del separatismo. Porque ha sido la
Justicia española, esa Justicia que Rajoy y PP manejaban a su antojo
según el argumentario separata, esa Justicia capaz
de meter en la cárcel a “los luchadores por la libertad del pueblo
catalán”, la que se ha llevado por delante al PP y a su Gobierno,
sentencia Gürtel mediante. Ha sido ella la que ha acabado con Rajoy, no Puigdemont y su capacidad desestabilizadora, como ha venido pregonando el insensato.
Rajoy, el enemigo del pueblo
Pero
es que, además, el Gobierno de España no va a estar ya ocupado por el
partido de la derecha, sino por la izquierda representada por el PSOE.
El vademécum argumental indepe, siempre tan
machacón a la hora de identificar a Rajoy como el origen de todos sus
males, el enemigo a batir, queda huérfano, al pairo, porque ya no será
el PP y su Gobierno, el “enemigo del pueblo de Cataluña” –siempre la
parte por el todo, siempre la tentación totalitaria de que dos millones
de independentistas se arroguen la representación de 7,5 millones de
catalanes- sino que es la España constitucional, a derecha e izquierda,
la que no está dispuesta a consentir el atropello contra las libertades
de los catalanes no nacionalistas que el prusés y
sus mentores representan. Y está bien que sea el PSOE quien se haga
cargo del problema, porque hay cosas en este país para las que la
izquierda está en teoría más capacitada que la derecha, y viceversa.
Al
margen del acierto que ha supuesto un nombramiento en el que hay
puestas tantas esperanzas, la suerte de la batalla que el separatismo ha
planteado al Estado de Derecho dependerá del papel que juegue la otra
pata en la que Sánchez parece querer apoyarse para abordar el problema,
la nueva ministra de Política Territorial, Meritxel Batet.
Y aquí las opiniones están divididas. Hay quien pone en valor su
cercanía a SCC desde el primer momento y, por tanto, su disposición a
formar tándem con Borrell en la batalla ideológica contra el
separatismo, y quienes, por el contrario, “conociendo al PSC como si le
hubiéramos parido”, señalan que el constitucionalismo no puede esperar
gran cosa de una mujer que no pasa de ser “la persona de la máxima
confianza de Miquel Iceta”, secretario
general del PSC, y que como tal va a comportarse: como mera correa de
transmisión del inclemente bailarín, cuyas posiciones, una de cal y otra
de arena, ni contigo ni sin ti, ni carne ni pescado, ya no puede
defender él mismo, que tal es su descrédito dentro del socialismo.
Batet es la típica apparatchik del PSC que no va a hacer otra cosa que representar la posición del dúo Iceta-Montilla,
el andaluz que como presidente de la Generalitat encabezó la
manifestación contra la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto
tiempo ha. La propia Meritxel enseñó sus cartas en fecha tan reciente
como febrero de 2013 cuando, tras el Debate sobre el Estado de la Nación
de ese año, apoyó en el Congreso una moción de Convergencia en favor
del “derecho a decidir”, rompiendo la disciplina de voto del PSOE cuyo
líder, Alfredo Pérez Rubalcaba, había
ordenado a sus diputados votar no. La rompió Batet y el resto de los
diputados del PSC, para ser exactos. Obligados a otorgarle el beneficio
de la duda como recién llegada, sus credenciales, sin embargo, no
invitan al optimismo, lo mismo que sus primeras declaraciones como
titular de la cartera. Poner el énfasis en el diálogo -“recuperar el
diálogo con Cataluña”- con quien se cisca en el mismo, porque no atiende
otras razones que no sean la rendición del Estado, más que un ejercicio
de política naíf es un error palmario como la evidencia ha demostrado.
¿Razón? Soraya Sáenz de Santamaría.
Inútil "gesto de normalización"
En
plenos fuegos artificiales del nuevo Gobierno, Puigdemont se ha
encargado de recordar a Sánchez las exigencias que, cuando se encuentren
cara a cara, le planteará su mandao Torra: “la
garantía del derecho a la autodeterminación de Cataluña”, mientras que
el propio Torra, liberado del cepo del 155, se apresta a reabrir las
“embajadas catalanas” cerradas en virtud del famoso artículo y a poner
en marcha de nuevo el Consejo de la Diplomacia Pública de Cataluña
(Diplocat), que tan relevante papel ha jugado en la distribución de pornografía secesionista por doquier. Así es como entiende el diálogo esta gente. Y seguramente para hacerle más fácil la tarea a Kim
Torra y sus secuaces, el Gobierno Sánchez decidió el viernes en su
primer Consejo de Ministros levantar la intervención de las cuentas de
la Generalitat como “gesto de normalización”. ¿Cuál será la respuesta
del golpismo a tan bello deseo? Subir la apuesta e incrementar el
desafío.
Es evidente que el nuevo Ejecutivo está casi
obligado a apostar por esa “normalización” aún a sabiendas de que pronto
terminará demostrándose un gesto inútil. Cataluña volverá a explotar,
porque no ha dejado de hacerlo un solo día al menos desde 2012. El
resplandor del nombramiento de Borrell sigue siendo, no obstante, tan
brillante a día de hoy, que el optimismo sigue intacto entre las
valerosas huestes constitucionalistas que en inferioridad de condiciones
se oponen al rodillo separata. “Cuesta decirlo,
pero la pura verdad es que a Cataluña de ninguna forma le puede ir peor
con Sánchez que con Rajoy”, asegura un miembro del PP catalán. Toda la
fe, pues, puesta en José Borrell. Y todas las sospechas apuntando a esa
contradicción que se adivina insuperable entre las convicciones
democráticas de un hombre determinado a combatir el secesionismo, y el
contoneo catalanista de los Meritxel, Iceta y Montilla, siempre
dispuestos a “fer la puta i la Ramoneta”. Con el
riesgo que implican los pronósticos, no resulta aventurado vaticinar que
tal contradicción terminará explotándole muy pronto a Pedro Sánchez en
las manos. Nadie se imagina a José Borrell traicionando sus convicciones
a sus 71 años.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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