El mundo del dinero celebra el fin de los Nadales y Montoros
La primera legislatura de Mariano Rajoy,
la que arrancó el 13 de diciembre de 2011, fue la más larga en la
historia de nuestra democracia. Tres años, 10 meses y 14 días. La
siguiente, la que tuvo a Rajoy en funciones entre las elecciones de
diciembre de 2015 y las de junio de 2016, fue la más breve. Solo 111
días. La que comenzó el 19 de julio de 2016
se despeñó el pasado viernes con muchas imágenes para la memoria
colectiva de un presidente abatido, un parlamentario cobarde en sus
últimas horas en la bancada azul, que prefirió el refugio en un
restaurante, en un tarde de botellón de whisky con
sus más próximos, a tener que aguantar el chaparrón de la moción de
censura ganada por Pedro Sánchez. El escueto discurso del viernes de
Rajoy, a la carrera, en el último minuto de los parlamentos antes de una
votación que ejerció de guillotina, se convirtió en la última nota de
una fiesta entre gente –su gobierno del PP- que ya no está de moda. El
Ibex 35, en lo económico, ha comenzado a ejecutar su sorpasso,
y ahora toca en lo político. Ciudadanos es el candidato a nuevo patrón
del centro derecha. Lo aventuran las encuestas, desde hace meses, pero
también ese termómetro social al que no llega el CIS, esas tertulias de
bar entre familiares, amigos y conocidos que descubren a desencantados
del PP con ganas de voto viajero hacia Ciudadanos. Sólo faltan unas
elecciones para refrendarlo. Una fecha ahora en manos del presidente
Sánchez –quién se lo iba a decir hace una semana-, un gobierno Frankestein y otra batalla, la de la izquierda, tan cruenta como la que deja la moción de censura en el otro extremo.
Más allá de la política de tierra quemada de Génova y
Moncloa en el PP, Rajoy ha dejado una derecha social fraccionada en lo
social, desmoralizada en lo intelectual y desnortada en lo político.
Ciertamente, Rajoy va a dejar un Partido Popular sin personalidad
política, sin ardor, sin cohesión social. Dicen los expertos que lo
normal en estas circunstancias es la guerra civil: pero de una guerra
civil protagonizada por los restos flotantes del marianismo –Feijoo,
Cospedal, Soraya y Pastor- no puede salir un partido fuerte y con ideas.
Dado el grado de relativismo, de cinismo político y de degradación
intelectual y moral, no hay regeneración posible del PP. No al menos
regeneración que sirva a valores y principios y no al revés. El daño de
la deriva tecnocrática del PP, y de su consecuencia, la corrupción, es
tan profundo y peligroso que la política española se ha convertido en un
intercambio de titulares llenos de ruido y furia. Los populares tienen
gente para salir de la era tecnocrática suicida, pero están tardando
mucho en dar un golpe de mano y hacerse con el poder en el partido.
El realismo es pesimista, como bien enseñó Maquiavelo. He aquí todo.
Rajoy
no ha querido enterarse nunca de que su gran victoria electoral de 2011
fue posible porque en toda España se había despertado, por fin, un
ansia de regeneración que abarcaba no sólo la necesidad de reformas
económicas, también otros muchos aspectos de la vida política y social.
Poco a poco y desde el principio, con su tibieza en la lucha contra la
corrupción, su minimalismo reformista en cuestiones tan centrales como
la educación o el peso de las administraciones públicas, su negativa a
afrontar cualquier modificación del asfixiante y suicida desmadre
autonómico o su pasividad ante el desafío separatista catalán, ha ido
dando muestras de su incapacidad. Como le ocurrió con el referéndum
catalán, aquel que no se iba a celebrar, cabe preguntarse qué ha hecho
el antiguo presidente en estos seis días previos a la moción de censura
para evitar su final. Despejó de actos su agenda, pero hasta Coalición
Canaria y el PNV, esa pretty woman a la que llenas
de vestidos, champán y joyas, lo ha abandonado en el último momento.
Ciudadanos se ha quedado solo con él, votando en contra de la censura,
porque el interés máximo de Albert Rivera ha sido que Sánchez no se
convirtiera en presidente del Gobierno. No, sin una fecha prefijada de
elecciones.
Pero, a pesar de que, como buen cacique
que es, vive para la intriga y la puñalada, no estaba preparado para la
que le tenía reservada Pedro Sánchez. El
viernes pasado sintió la punzada de que, a poco que el diablo se ponga a
enredar, le podían desalojar del poder antes de lo que creía. No
contaba con una moción de censura que,
aunque constituye una torpeza inmensa para su promotor, cambia de golpe
el tiempo político. Digo torpeza porque para Sánchez es un regalo
envenenado. Su llegada a La Moncloa de la mano de Podemos, de
nacionalistas moderados pero también de la sopa de letras que quiere
romper la unidad de España es un puzzle con
demasiadas piezas para lograr una estabilidad coherente. Sin olvidar el
duro contrapoder que ejercerá el Senado, con mayoría absoluta del PP, a
los multirraciales consensos que consiga hilvanar a base de sangre,
sudor y lágrimas este nuevo gobierno de 84 diputados. La composición del
Ejecutivo Sánchez marcará la hoja de ruta de qué pretende el nuevo
presidente socialista. Lo legítimo sería convocar elecciones cuanto
antes después de haberse cobrado la pieza de Rajoy. Porque sumar a toda
la cámara para defenestrar al presidente de la corrupción es sencillo.
Otra cosa será desde esta misma semana la acción de gobierno. Ahí, los
socios de Sánchez en la censura cambiarán las rosas por las espinas.
Sólo Rajoy sabe sus próximos pasos. Pero está claro que su tiempo, decida consumirlo en la bancada roja o en su domicilio particular, ha terminado. El suyo y el del gobierno técnocrata de Soraya con su patulea de Nadales y Montoros. Nadie les echará en falta en el mundo económico porque nadie les quiso nunca.
Sánchez va a liderar el ejecutivo parlamentariamente más
débil en 40 años de democracia; el PSOE solo dispone de sus 84 diputados
en el Congreso, necesita 92 más para alcanzar mayoría absoluta que le
permita sacar adelante proyectos, y 67 de esos votos los tiene Pablo Iglesias. Así que, aun cuando el líder socialista no vaya a hacer guiños con la inclusión de ministros podemitas, Sánchez tampoco va conformar un gabinete que suponga una provocación a los morados.
Lo mismo sucederá con su todavía hoja de ruta en el Gobierno. ¿Qué
decisiones tomará con determinadas medidas económicas? ¿Pondrá fin a la
reforma laboral? ¿Decidirá convertir realmente Bankia en esa banca
pública de la que tanto se ha hablado en la izquierda? ¿Cómo gestionará
el enésimo bloqueo del Pacto de Toledo? ¿Introducirá nuevos impuestos
para sufragar la expansión del gasto en sus
prespuestos de 2019? ¿Incrementará Sociedades? ¿Fijará ya el nuevo
tributo a la banca para financiar las pensiones? ¿Se desatará una nueva
tormenta alrededor de las sicavs?
Demasiados
interrogantes para el mundo del dinero, receloso ante situaciones
abruptas de cambio y de falta de concreción. Ninguno de los grandes
bancos de inversión mundiales, en sus primeros informes a la carrera
tras la moción de censura, vislumbra un panorama populista con el
gobierno de Sánchez. Pero sí es cierto que los grandes fondos han
decidido pulsar el botón de stand by a sus
inversiones en España. Lo mismo ha sucedido con varias salidas a Bolsa
en la que trabajan varios grandes bufetes. Sus divisiones de operaciones
y mercados de capitales han recibido desde el pasado jueves la orden de
poner en barbecho todo aquello en lo que estaban trabajando. La misma
indefinición maneja el mundo de la banca. De aquel famoso impuesto
aireado por Sánchez, el mundo financiero apenas sabe las pocas trazas
inconcretas que transmitieron los socialistas en una reunión en la sede
de la AEB (la patronal de los bancos) en los días siguientes al anuncio.
En el sector energético, el fin de las nucleares –en la práctica, poner
fecha de caducidad a un sector que el ministro Nadal quiso reactivar-
parece ser una de las primeras medidas económicas del nuevo ejecutivo,
según comentan diversos entornos de la rama económica del PSOE. Una
medida que podría variar alguna de las líneas del nuevo plan estratégico
de Gas Natural.
“El mejor escenario, una vez que
Sánchez ha proclamado que se acogerá a los presupuestos aprobados por
PP, Cs y PNV, sería que apenas tomase medidas en lo económico, antes de
la celebración de las futuras elecciones, que pudieran frenar el ritmo
de recuperación que lleva registrando la economía desde hace trimestres.
Pero, desgraciadamente, no parece que vaya a suceder eso. Hay muchas
leyes importantes que se estaban tramitando en la legislatura de Rajoy,
ahora quedan en el limbo y, algunas de ellas, son definitivas para el
empleo o el futuro de las pensiones”, sostenía un importante financiero
este fin de semana. “Todos los movimientos políticos que se produzcan
estos días y semanas en el mundo político van a impactar de forma
definitiva en la economía. Lo que suceda con el nuevo Gobierno va a ser
importante pero también los movimientos alrededor del futuro en el PP.
Saber si Rajoy se va a mantener como líder de la oposición, vigilando la
transición interna hacia su sucesión, o se pone de perfil y
desaparece”, sostiene el ejecutivo.
Sólo Rajoy sabe
sus próximos pasos. Pero está claro que su tiempo, decida consumirlo en
la bancada roja o en su domicilio particular, ha terminado. El suyo y el
del gobierno técnocrata de Soraya con su patulea de Nadales y Montoros.
Nadie les echará en falta en el mundo económico porque nadie les quiso
nunca. Muchos de ellos, incluso, lo celebran en privado.
MIGUEL ALBA Vía VOZ PÓPULI
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